21 | Revelaciones.

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—¿Luca? ¿Qué haces aquí? —Pregunto mientras estrujo mi cabello. Estoy segura de que después de esto, pasaré mínimo una semana en cama. Hace mucho frío porque estamos en mitad de septiembre y además, se acerca la noche.

—Ehh... Me habían llamado y como estaba lloviendo decidí pararme —explica mientras se lleva una mano a la nuca—. Los días lluviosos son muy peligrosos.

A veces pienso si la gente se cree si soy tonta o algo, pero en fin, paso de pedirle explicaciones. Dios sabrá que es lo que hace un día como en la tumba de los Russo. Yo lo único que quiero es que me lleve a mi casa y pelearme con él o agobiarlo a preguntas no tiene mucho sentido.

—De todas formas, debería preguntarte a ti lo mismo. ¿Qué es lo que hace un Bianco aquí? —su tono ya no es tan amigable como el de antes. Ahora es algo más brusco, como si quisiera hacerme sentir incómoda para que me largue—. No te pega eso de ir a la tumba de tus enemigos para reírte un rato.

—¿Quién ha dicho que esté aquí para reírme de nadie? —respondo cortante—. He venido aquí porque está lloviendo y porque ni siquiera sabía que era esto.

Un silencio​ incómodo se instala entre nosotros y entonces es cuando me doy cuenta de lo mal que nos llevamos ambos. La verdad, es que cuando lo conocí me cayó bastante bien. Es un castaño guapo con unos espectaculares ojos grises que te hacen sentir envidia desde el primer momento en el que los ves y además, intentó prevenirme de todo los peligros que podía tener el hecho de acercarse a Diego Costa. Está bien, punto para él. Pero después, es como si algo que ninguno de los dos sabemos ha pasado. No sé si me explico, pero él tiene una estúpida obsesión con que Luce salga con Apolo y a mí eso no me mola nada.

Apolo.

Ese nombre me vuelve a traer a la mente la imagen de cierto moreno cabezón y mentiroso que tanto me solía gustar. Hace tiempo que ambos no hablamos y no me gusta estar así de mal con él. Los días son mucho más divertidos y entretenidos cuando él se dedica a mandarme un guiño a escondidas de mi padre o me deja alguna manzana roja en el tocador de mi dormitorio.

—Está bien, tampoco es que sea mi problema. —Responde sacándome de mi ensoñación​—. Ahora, si me disculpas, debo irme.

Se recoloca la chaqueta del traje que lleva y avanza unos cuantos pasos por el estrecho pasillo hasta que choca con mi brazo. Ni de coña pienso que se vaya sin antes dejarme a mí en mi casa.

—No, la verdad es que no te disculpo. —contesto con una sonrisa, aunque por dentro esté echando humo por el hecho de tener que pedírselo. ¿no podía tener Apolo otra clase de amigo? No sé, quizás uno más ¿caritativo? —. No creo que tu mejor amigo se alegre demasiado al enterarse de que me has dejado tirada aquí un día de lluvia.

Aprieta la mandíbula y mueve los hombros, como si intentara controlar el enfado que se está formando. Sé que quiere que me vaya porque desde el minuto uno en el que hemos comenzado a hablar, se ha dedicado a hacer pequeños gestos para captar mi atención e impedir que se desvíe hacia otro lado. No quiere que vea las flores que acaba de poner en una de las tumbas de al fondo, pero ya es tarde. Se le ha olvidado el hecho de que estoy entrenada para fijarme en todo, incluido los pequeños detalles.

—Tampoco es que le importes mucho, pero supongo que no. —Murmura por lo bajo mientras saca el mando del bolsillo e ignoro la punzada que crece en mi pecho al escucharlo. Luego me mira y con el ceño fruncido dice—: Empieza a caminar ya si no quieres terminar andando sola bajo la lluvia.

Después de echarle la peor mirada que soy capaz de hacer, paso por delante suya y entro al coche. Últimamente se me está dando demasiado bien eso de hacer las cosas que todos me dicen.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora