En el mismo momento que lo hago, me arrepiento. No me gustan los tíos que van de chulos en el ring y se dedican a esquivar golpes o hacer creer a su rival que va a ganar. Me gustan los que entran y los tumban de un sólo movimiento. Pero esos así, nunca tienen futuro ya que ninguno de nuestros habituales luchadores querrían enfrentarse contra él. Además, así mis ganancias bajarían notablemente.
Nuestro luchador le da un buen gancho en la barbilla y su cuerpo se tensa. Por aquí también somos buenos y parece que se ha dado ya cuenta. En cuestión de un minuto, Olimpo ya ha tumbado a Umberto. Pocos saben su verdadero nombre, pero yo llevo conociéndolo desde que tenía quince años. Hemos entrenado muchas veces desde entonces y le tengo mucho cariño.
Umberto parece negarse a perder y se levanta sacando fuerzas de donde no las tiene. La boca y la nariz le sangran y está totalmente mareado. No sé cuántos golpes le quedan, pero por una vez en mi vida quiero que se rinda. No quiero perder a más gente por negocios.
Tres golpes y vuelve a caer en el suelo. Tiene la cara tan hinchada que estoy segura de que no puede ver nada. Su pelo ahora mismo parece rojo de tanta sangre y vuelve a levantarse como puede mientras se agarra a las cuerdas. No puede más y el último golpe que le dé, lo puede mandar a la muerte. No es al primero que le pasa, ni mucho menos será el último. ¿Debería intervenir? Al fin y al cabo, el podía haber anunciado su rendición y no lo ha hecho. Es lo que él ha elegido, es lo que él quiere.
Pero no puedo. Cuando veo a Olimpo levantar el puño y a Martina encogerse, corro lo más rápido hacia el ring. —¡Alto la pelea! —Me abalanzo por la espalda de Olimpo y cojo su puño con todas mis fuerzas. Poco a poco noto como su cuerpo se relaja, pero esto es sólo el principio porque ahora la que ocupa el lugar deUmberto, soy yo. Hago un gesto a Mario para que se lo lleve a la enfermería junto con Martina y no puedo evitar ver el miedo que sus ojos desprenden. Tampoco ha sido la primera vez que una mujer muere en una pelea a manos de un hombre.
—No pienso pelear con... con una niña. —Dice mientras esquiva mi mirada. —Ni mucho menos contigo. Me rindo. —Pronuncia en voz alta y la multitud comienza a enfadarse. Quieren ver espectáculo y yo se los he quitado. Todo el mundo sabe que cuando sacas a alguien, ocupas su lugar. Por un momento me sostiene la mirada y me encuentro con los ojos azules más oscuros que he visto en toda mi vida. Me resultan vagamente familiar pero no logro identificarlos.
—Lucha contra ella a ver si eres tan hombre. —Grita alguien y todo el mundo comienza a repetirlo. Veo la adrenalina en sus ojos y la duda. Sólo le hace falta un empujoncito y yo se cuál es. Levanto la barbilla y en cuestión de segundos, mi puño ha impactado con su barbilla con tanta fuerza que se desestabiliza. Creo que me he roto los nudillos, pero ahora mismo no siento nada. Sé que me va a devolver el golpe y me preparo para ello. Gracias a Dios que no se me ha ocurrido venir con tacones.
El primer golpe lo esquivo sin dificultad, ya que lo hace sin pensar. Puedo notar como su enfado aumenta, pero no pienso perder el control de la situación. Le lanzo un puñetazo de nuevo a la cara, pero me agarra del brazo y me lo devuelve el doble de rápido y fuerte al estómago. Dios, esto sí que lo siento. Creo que puedo sentir la sangre en la garganta. Parece ser que ya se ha dejado de juegos y no se si alegrarme o asustarme, está totalmente fuera de sí y no sé que es lo que he podido hacer para que se enfade tanto. Pero yo desde luego, no pienso perder. Hago un amago de lanzar un puñetazo al estómago y cuando está a punto de llegar, lanzo una patada con todas mis fuerzas a sus partes íntimas. No es golpe limpio, pero aquí vale todo. Intenta mantenerse firme mientras aprieta los dientes y vuelvo a lanzarle otro puñetazo en la barbilla que termina por partirme todos los nudillos que me quedaban más o menos bien en la mano.
De repente, alguien comienza a gritar policía y todo se convierte en un auténtico caos. Las salidas se taponan y todo el mundo se empujan entre ellos para salir ilesos. Sin darme tiempo a reaccionar, la mano de mi contrincante se une a la mía y comienza a abrirse paso entre la multitud mientras me lleva arrastras. Ni siquiera sé porque dejo que me guíe, pero la calidez que su mano me transmite a pesar de tenerla entera llena de arañazos, cicatrices y callos me impacta. El pulso se me acelera y a pesar de estar totalmente entrenada para que no me pase, comienzo a agobiarme. Siento una sensación que nadie ha provocado nunca en mí, pero que a su vez, me es muy familiar.
Cuando vuelvo a la realidad, me pongo en guardia. ¿Por qué me ha salvado? Es algo que no comprendo. Sé que no ha peleado como él suele hacer, porque muy bien preparado. Conozco perfectamente la forma de esquivar y el patrón de los movimientos. Además, tengo una corazonada que hasta la fecha nunca me ha fallado. Dejo que me suba a su moto y cuando él ya se ha subido y yo he colocado las manos en el hierro que hay detrás, me inclino sobre su cuerpo y susurro en su oído: —Pegarle a la hija de tu jefe no es demasiado inteligente ¿No piensas eso, Apolo?
A pesar de la velocidad y del aire, puedo notar con una suave carcajada se escapa de sus labios. Supongo que tras esto, ya estamos totalmente en paz.
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Lo prohibido en la mafia
ActionEn el momento en el que la bomba estalla, Dafne Bianco se encuentra bebiendo champán, discutiendo sobre memeces y pensando en lo genial que se ve con su vestido de alta costura. Cuando la adrenalina desaparece, su prometido está muerto, su cumpleaño...