32.2 | La matanza de los Russo

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Sophia, la ama de llaves con la que más confianza tenía la familia Russo, atravesó el ala derecha de la casa de campo mientras rezaba todas las oraciones que se cruzaban por su cabeza y limpiaba con histeria las mil y una lágrimas que corrían por su cara.

Los Bianco habían llegado.

Nunca había pensado que este momento iba a llegar, o al menos no tan pronto, pero así era la vida. Una sorpresa incluso para aquellos que afirmaban haber vivido demasiado como para dejarse sorprender. A su corta edad de veintitrés años y con el pensamiento de estar curada de espantos por haber sido toda su vida una niña de la calle sin un misero gesto de cariño o amor, acababa de darse cuenta de que había sido totalmente manipulada por los reyes de la mafia. La familia Russo era perfectamente consciente de que una vez que ella comenzara a recibir el cariño inocente de los más pequeños sería capaz de dar hasta lo más valioso que poseía, lo cual era su vida. Y no se equivocaban. Aquellos cuatro niños eran una de las mejores cosas que se había encontrado en el camino y no iba a permitir que nadie se los robara.

Con la respiración acelerada, las mejillas sonrojadas del esfuerzo y al borde de un infarto por el miedo y la presión que sentía, irrumpió en la habitación de invitados y sacó las maletas que guardaban bajo sus camas. Sólo tenía que llenarlas de lo más indispensable; una muda de ropa, algo de comida y armas si es que contaban con ella, que no era el caso.

—¿Qué está pasando, Sophi? —Preguntó con sueño Daniela, al fijarse en que todas su acciones eran realizadas con gran nerviosismo. Al verle bien la cara a su niñera y observar las grandes lágrimas que caían, pareció comprender—. ¿Dónde está mamá? ¿Dónde está papá?

A Sophia se le partía el alma al imaginar cómo tendría que transmitirle la noticia. No era que dudara de las capacidades del señor Carlo, porque sabía de sobra que era un hombre muy disciplinado y entregado al arte de matar, pero en lo que respectaba de la señora Mia... eso era harina de otro costal. Aquella mujer rubia era una de las personas más cabezonas que había conocido en su vida. Se proclamaba totalmente en contra de la mafia y todo lo que tuviera que ver con las actividades ilegales,lo que traía por el camino de la amargura al señor Carlo. Se negaba a aprender a disparar o defenderse, solía despistar a los guardias que su marido contrataba como escolta personal y en sus ratos libre se dedicaba a donar grandes cantidades de dinero a los orfanatos. Mia, era simplemente, Mia.

Un sonido proveniente a una explosión hizo que la casa entera se traqueara desde los cimientos hasta el tejado y con discreción, se asomó a la ventana esperando que el coche siguiera en la puerta trasera tal y como habían planeado. Sólo, que no estaba. Tendrían que abandonar la mansión a pie y sabía que las esperanzas de salir al exterior y sobrevivir eran nulas, por lo que desechó el plan rápidamente. Ignoró el hecho de que precisamente un rayo de luz proveniente de alguna farola de la calle se reflejara en el pequeño bote de cristal que llevaba en su bolsillo derecho y negó la cabeza en señal de rebeldía. No pensaba usarlo nunca porque iba a sacar a los niños vivos aunque fuera lo último que hiciera. Que era lo más probable.

Ordenó a los pequeños abandonar sus camas y sus sueños y de forma organizada, salieron al pasillo el cual estaba en tan silencio que lo único que hacía era aumentar el miedo. No se fiaba mucho de continuar el primer plan porque por mucho que lo negara, sabía que esto había sido un ataque planeado y que probablemente todo estuviera plagado de francotiradores esperando a que los únicos supervivientes de la familia Russo abandonaran la casa. Así que puso en marcha el segundo. En el pasillo de enfrente se encontraba la habitación blindada que todas las casas de los Russo contenían. Era una sala totalmente blindada que una vez que las puertas se cerraban, sólo se contaba con un minuto para abandonarla. Si no lo hacías, las puertas permanecían cerradas durante cuarenta y ocho horas y Sophie, no esperaba que la guerra durara demasiado. Estaba plenamente segura de que Héctor mandaría a algún guardia para rescatarlos.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora