37 | Alianzas sorpresas.

2.1K 119 13
                                    

Pocas ciudades son tan bonitas como París.

En cuanto salimos del hotel y terminamos con el momento incómodo que yo misma me he encargado de crear en la cocina, echamos a andar por las frías calles de la capital francesa, que si bien es cierto que están un poco (bastante) solitarias, la belleza silenciosa que el invierno le otorga a la ciudad hace que desee que el resto de Francia se encuentre siempre así de solo. Porque no creo que existan palabras para describir todo lo que siento cuando observo por primera vez (desde que recuerdo) la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o los Champs de Mars. Una emoción demasiada extraña para mí se instala en mi pecho, dificultándome hasta el sencillo hecho de respirar.

Es que es todo tan sumamente bonito...

Y además, para que negarlo; tener a cierta persona de ojos azules sólo ayuda a aumentar mi felicidad. Ya que a pesar de que apenas lo conozco, cada vez que me mira riéndose y achinando los ojos de esa manera que sólo él sabe hacerlo, siento como si lo conociera de toda la vida. Sin embargo, son esos momentos así los que hacen que vuelva a pisar tierra firme y recuerde que, a mi sumo pesar, todavía existe la posibilidad de que Apolo no me haya contado toda la verdad sobre mi accidente. De qué me conoce, por qué me ayuda y qué es lo que espera recibir a cambio, son las respuestas que más me intrigan, inclusive más que la anteriormente formulada.

Una enorme curiosidad nace de mí y aunque la mayor parte del tiempo que está durando este minitour me lo paso forzándome a mí misma a recordar que es exactamente lo que tengo con él, sé que aquí hay gato encerrado. Él me conoce, yo lo conocía y estoy completamente segura de que no afirmo en vano cuando digo que había algo entre los dos que todavía permanece en mi subconsciente, luchando por salir a flote en cualquier momento. El problema es que yo quiero que sea ya, y parece ser que nadie está dispuesto a ayudarme. Y eso me enfada, pero no tanto como para no fijarme minuciosamente en todos y cada uno de los monumentos que me rodean. Ya que si bien Roma es en su plenitud ruinas y un pasado esplendoroso, París es la metrópolis de los negocios y del amor. El dinero y el sexo parece algo implícito en el aire de la capital.

Tras un rato andando busco algún banco cercano para descansar al menos cinco minutos, y con una falta de cuidado nada característico de una dama me siento, disfrutando del pequeño placer de descansar los pies aunque sea al menos durante tres segundos. Siento que me voy a morir mientras que con delicadeza muevo los tobillos en círculo, pues apenas los siento. Apolo, en cambio, permanece de pie estudiándome atentamente a la vez que coloca una mueca pensativa que me hace preguntarme el origen de sus dudas. A lo mejor está comparándome con la antigua Dafne. O decidiendo cuál de las dos le gusta más. No sé. Lo único que noto es que después de un rato de completo silencio (no incómodo por cierto), anuncia que va a ir a un sitio. Y yo asiento con la cabeza, cansada (que hasta eso me duele hacerlo) y espero pacientemente a su regreso.

El aire es frío y apenas siento la nariz, pero sigo sentada con desgana en el banco hasta que las gotas de agua terminan transformándose en pequeños copos que tropiezan con mi rostro. Me encanta la nieve, a pesar de que en Roma no nieve mucho. Siempre me ha parecido curioso ver cómo las ciudades se cubren de una suave (y fría) manta polar. Y también bonito. Quizás es por eso por lo que me quedo mirando atentamente a una pareja de niños que juegan en ella. Verlos tan contentos e inocentes provoca en mí una sonrisa involuntaria que permanece en mi boca hasta bien entrada la mañana.

A partir de ahí, poco tiempo transcurre hasta la llegada de Apolo. Cinco minutos después, alguien aparece en mi campo de visión mientras yo me encuentro como una imbécil abriendo y sacando la lengua para intentar saborear la nieve. Lleva gafas, bufanda y se acerca a paso rápido, con las manos escondidas tras la espalda. A pesar de que mis nervios no tardan en saltar, rápidamente me tranquilizo al ver que se trata de él. Por mucho que intente ocultarse, esa forma de moverse y de andar sólo pertenece a una sola persona.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora