Maratón (2/2)
Abandonamos el edificio rápidamente y mi mirada se choca con una cálida y preocupada mirada azul. Hace un asentimiento con la cabeza y observo como los hombros que antes estaban en tensión, se relajan de forma visible. Supongo que no soy la única que dudaba si realmente iba a salir viva de ahí dentro y menos, después de haberle cortado el dedo a una de las familias más importantes. No quiero imaginarme el enfado que tendrá Greta y Diego.
Las puertas del coche están abiertas para evitar perder el tiempo en caso de que hubiera problemas y corriendo, me introduzco en la parte de atrás dejando el sitio libre para el chico de los ojos llamativos cuyo nombre no me ha dicho todavía.
—Ya podéis comenzar a contarme todo. —Exijo poniéndome el cinturón, cosa que no tiene demasiado sentido. —Espero que hayáis estado trabajando en excusa verdaderamente creíble, porque es muy fácil malinterpretar todo esto.
El silencio se hace en el coche y Apolo aumenta la velocidad tan bruscamente que mi cabeza se va hacia atrás, lo que no facilita mi tarea. ¿Dónde diablos está el ordenador? Juraba que antes de bajar del coche estaba en el suelo. Me desabrocho el cinturón y rebusco por todos lados. Tiene que estar por ahí.
Tras varios minutos, toco la superficie plana de un objeto y una sonrisa se instala en mi cara. Por un momento, llegué a pensar que me lo habían robado. Me inclino para cogerlo y el coche para de forma abrupta haciendo que caiga al suelo. Las risas no tardan en llegar y mis mejillas se colorean de rojo. Lo ha hecho a cosa hecha y se está riendo de mí.
—¿Qué haces ahí, Dafne? —pregunta Apolo como si no supiera la verdad. —¿Tanto sueño tienes que no puedes esperar a llegar a casa?
Le pego un tortazo en la cara con todas mis fuerzas, haciendo que dé un volantazo. El coche de detrás nos pita con frustración y saco mi mano por la ventanilla haciendo un corte de mangas. Que le den. He estado a punto de morir asesinada y éstos, lo único que hacen es tirarme al suelo.
—Una cosa más así y vas al paro. —Musito fingiendo enfado. En el fondo, sé que ha sido para cortar la tensión que se sentía en el coche. Habíamos llegado a tal punto de incomodidad que era tangible. —Y ahora, empezad.
Los dos se miran entre sí y a pesar de lo que yo había pensado, se miran con una sonrisa en la boca. ¿Qué me he perdido? Por la forma en la que se complementan y se entienden, me atrevería a decir que son mejores amigos. Me recuerda a Martina y a mí, obviamente antes de su traición. Ya la he superado y aunque me duele todavía un poco, le deseo lo mejor. Al fin y al cabo no la puedo culpar por no haberme elegido. Sé que yo en su lugar hubiera hecho lo mismo.
Saco el disco duro del escote y lo conecto al portátil para copiar todo lo que contiene. Si mi padre piensa que voy a arriesgar mi vida por un pendrive y no conocer lo que lleva, está muy, pero que muy equivocado.
—Por ahora no pienso revelarte mi verdadero nombre, Dafne, pero puedes llamarme Ares.
Despego la cabeza del ordenador y miro al chico que me había caído bien en un principio con todo el desprecio que puedo reunir. —¿Tú eres tonto? ¿Sabes acaso quién soy yo?
¿En serio cree que me va a tirar del asiento trasero del coche y se va a reír en mi cara? Que inocente. Yo solo digo que quién ríe el último, ríe mejor.
—Wow, me habían avisado de que tenías genio, pero no tanto. —Dice mirando a Apolo. —Eres Dafne Bianco heredera de la familia mafiosa más poderosa. Sí, sí, nos lo sabemos de memoria, pero eso no es la cuestión del porque estoy aquí. Vengo a hacer un trato contigo. En simples términos, podemos decir que soy tu as de la manga.
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Lo prohibido en la mafia
ActionEn el momento en el que la bomba estalla, Dafne Bianco se encuentra bebiendo champán, discutiendo sobre memeces y pensando en lo genial que se ve con su vestido de alta costura. Cuando la adrenalina desaparece, su prometido está muerto, su cumpleaño...