16 | Distancia.

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Tenía razón cuando dijo que ya iba a poder volver a mi cuarto. No pasaron más de diez minutos cuando unos de los guardias de mi padre, bajó a buscarme para que me cambiara a mi dormitorio. Supongo que ya estaba todo más que registrado y controlado y no era ningún estorbo.

La semana ha pasado muy rápido y aunque ahora existe una tensión demasiado grande con mi familia, salgo todos los días con Mario para distraerme. He estado esquivando a Apolo toda la semana, aunque él tampoco ha hecho ningún tipo de esfuerzo por acercase a mí. Más bien parecía contento con mi actitud. Me alegro que se tome lo nuestro con tanta filosofía. Uno de los dos tenía que hacerlo.

También he estado conociendo al principito ruso que se ha instalado en mi casa y aunque a primera vista me pareció un gilipollas, no es tan mala persona. Es el quinto de su familia y por lo tanto, es que el que menos aspira. Por una parte me ofende, pero por otra me alegro. Se va a casar con Adelaide y no conmigo.

Todo va bastante bien.

Los micrófonos de las habitaciones todavía no han sido encontrados y he podido escuchar todas y cada una de los acontecimientos que ha tenido lugar en los puntos estratégicos de la casa. Por lo visto la familia Ivanoks es la más importante de todo Rusia y aunque lleve mucho tiempo peleados con los italianos, desean ver muertos —de nuevo— a todos los Russo. Podemos decir que aquí en la mafia el dicho de el enemigo de mi enemigo es mi amigo se lleva a rajatabla. Es una táctica de combate muy antigua​, pero inteligente.

El móvil suena avisándome de que sólo quedan quince minutos para que sean las cinco y aligero la pequeña chapuza que estoy haciendo en el techo. Quiero hacer una especie de escondite dónde guardar el ordenador ya que por ahora no es seguro encenderlo y conectarlo a la red. Necesito hacerlo fuera cuando las cosas estén algo más calmadas y con ello, mi padre.

Junto un poco de arcilla que ha sido lo único que he podido conseguir para no llamar demasiado la atención y lo retoco pintándolo de azul cielo, que es así como está pintado mi cuarto. Tengo que admitir que para decorarlo con la edad de doce años, mi decisión fue mi acertada ya que no es el típico cuarto infantil.

Tengo un vestidor, cuarto de baño propio con una enorme bañera junto a una terraza donde solía pasar las tardes al sol estudiando. Dentro los muebles son todos blancos con pequeñas incrustaciones de cristales de Swarovski y la cama tiene un gran cabecero con la forma de un cisne, mi animal favorito.

Me recuerdan en cierta forma a mí, bonitos y astutos.

Retoco por última vez la obra de arte que estoy haciendo —nótese la ironía— y me maquillo rápidamente. No quedan más de cinco minutos para las cinco y he quedado con el principito. Lo llevo haciendo desde la semana pasada cuando descubrí la cantidad de colores y emociones que se reflejaban en la cara de Adelaide cada vez que me veía con su prometido. Es lo más divertido que ha ocurrido en toda la semana.

Ahora que estoy viviendo la vida bajo el rol de chica obediente que se dedica a chuparle el culo a su padre y todos sus socios, mi vida es mortalmente aburrida. Casi no recuerdo la sensación de adrenalina que se crea cuando aumentas la velocidad de la moto en una carretera secundaria o la que surge del miedo de estar a punto de morir. Suerte que ya hemos entrado en la primera semana de septiembre y las clases de la universidad empiezan en breve. Centrarme en la carrera de medicina me vendrá bien.

Arranco la etiqueta de la camiseta nueva que llegó el otro día haciéndole un agujero y la cambio por otra. Una pena, ya que todavía no me ha dado tiempo a estrenarla.

Cuando voy a bajar por la escaleras, aviso a uno de los guardaespaldas que hay en mi puerta para que llamen a Luce y limpie mi habitación. No es ninguna especie de castigo rencoroso ni ninguna forma para sentirme superior, si no simplemente sé que no va a husmear en mis cosas. A pesar de qué esté enfadada, es una persona muy leal. Por eso sigue aquí.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora