40.2 | Boda.

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Los flashes de las cámaras me deslumbran por unos instantes. Hay un montón de gente por todos los sitios por donde pasamos, por lo que supongo que la boda debe de ser de asunto público. Ya puedo imaginarme a toda la prensa rosa inventándose estúpidos cotilleos sobre mi vida, aunque seguramente no habrá ninguno tan disparatado como lo que realmente se esconde tras los cristales tintados de la limusina.

Observo como los guardias de seguridad nos van abriendo camino en lo que parece una alfombra roja kilométrica. Mis padres pasan primero que yo, respondiendo con sonrisas y demostrando ante el público numerosas muestras de afecto. Hablan sobre política, donaciones, injusticias... Más bien aquello parece un mundo paralelo donde mi padre es un santo y un referente para las clases bajas. Nada más lejos de la realidad. No obstante no puedo hacer otra que cosa que no sea entrar en escena cuando Milo me pide. Tras lo que es un sutil gesto, abro por primera vez las puertas del hotel y abandono la seguridad de éste, adentrándome en el mundo de los paparazzi.

No tardo mucho en escuchar los primeros comentarios, aunque la mayoría son bastante buenos. Nada de abucheos o insultos hacia mi persona, por lo que no me deprimo aún más de lo que estoy. Se ve que nadie de mi entorno ha revelado la reciente pérdida de memoria que he sufrido, por lo que las preguntas que recibo incluso me levantan un poco el ánimo. Nada de miradas de lástima o extrañas, fingiendo que todo va bien. Porque nada va bien, pero obviamente no puedo decir nada hasta que al menos, me encuentre lejos de aquí y con Milo muerto. Contesto cortésmente a todas las preguntas que me hacen —la mayoría sobre Eric y yo— y aguanto con una falsa sonrisa hasta que finalmente mi padre decide que es suficiente.

Una vez que se ha asegurado de que hemos dado la imagen de una familia rica, poderosa y feliz, nos dirigimos hacia la boda. Que será aún más ridículamente perfecta, donde nadie deseará escaparse, fingir su muerte o matar a alguien. No. La boda de los Bianco y los Ivanoks será perfecta.

Juntos marchamos a la limusina. Mientras el chófer le abre la puerta a Violetta, Milo abre la mía. Incluso me ayuda a entrar, ya que con el vestido la cosa se complica y bastante. Como estamos en público, me obligo a mí misma a musitar un gracias, aunque es inevitable que una mueca de asco cruce mi cara. Rezo porque nadie lo haya notado y giro la cabeza, dispuesta a ocultarme en la oscuridad del coche. Lo último que deseo es que Milo piense que estoy tramando algo. Así que me pongo cómoda en la amplitud de la limusina y apoyo la cabeza en la fría ventanilla del vehículo. Necesito relajarme un poco, porque no puedo ir hecha un manojo de nervios. Debo guardar la compostura en todo momento y esperar pacientemente a que Adelaide me entregue el arma. Porque hoy, será un día especial en todos los sentidos.

Comenzamos el trayecto, tomando una ruta totalmente diferente a la que se debería tomar. Protocolo de seguridad supongo. Me muerdo el labio impaciente, porque entonces el trayecto no será de diez minutos sino de veinte. Y menudo coñazo permanecer en esta incómoda posición durante tanto rato. Aburrida, me inclino sobre los asientos y subo hasta arriba el cristal que me comunica con los Bianco. No me apetece verles la cara más de la cuenta.

—¿Pasa algo?

Milo vuelve a bajar la ventana, mostrando una cara de sospecha. No se fía de mí, pero yo tampoco lo hago de él. Sé de sobra que cualquier cosa extraña que haga alguno de los dos será tomada en cuenta como riesgo por el otro. Lo que a su vez se traduciría en un cambio de planes y precisamente hoy, no me conviene que las cosas cambien. Debo parecer normal, como si no supiera toda la historia que se esconden tras esas manos manchadas de sangre.

—Me gustaría tener mi momento de soledad y reflexión antes de ser casada con un hombre al que odio.

No le gusta ni un pelo mi contestación, pero no pone impedimentos cuando por segunda vez me inclino sobre los sillones y subo el cristal.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora