44 | Egoísmo.

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Se acabó el respaldo de los Colombi.

Mis hombros tiemblan levemente, pero sigo manteniendo mi posición inicial. Ahora que Adelaide está muerta, Paolo no colaborará con nosotros. Es más, puede que para lavarse las manos incluso nos acuse a nosotros de haber matado a su hija. No es ningún secreto que yo la odiara. Y encima para bien o para mal, Eric y yo somos un matrimonio. Pagaremos los dos las consecuencias.

—Me estoy aburriendo, Daniela—su voz suena completamente normal, como si no le importara una mierda el hecho de haber matado a uno de los invitados principales de nuestra boda—. ¿Realmente me vas a obligar a echar la puerta del baño abajo sólo para cogerte? Apenas tenemos tiempo.

No contesto.

La verdad es que estoy en blanco. No tengo ninguna otra idea que no sea matarme a mí misma. Si Alex no aparece en los próximos minutos, lo haré. No pienso permitir que ese hijo de puta vuelva a ponerme un dedo encima. Si yo muero, no recibirá ni un duro. Y al fin y al cabo es el dinero todo lo que busca. Sé que no va a matarme, no puede. Sin embargo eso no me exime de salir herida. Y Dios, Eric no es alguien que se ande con tonterías.

Comienzo a mover todos los muebles que adornan el cuarto de baño. Tiene un diseño demasiado minimalista, por lo que prácticamente carece de muebles, pero aún así los traslado todos contra la puerta, formando una especie de barricada. Tengo pensado aguantar todo lo posible en este cuarto.

—Ábreme la puta puerta ahora mismo—varios puñetazos y patadas siguen su amenaza.

—Que te jodan, Ivanok—respondo con una risa demasiada falsa. Quiero aparentar seguridad, pero en esta situación estoy de todo menos segura. Tengo todas las posibilidades de que salga mal.

Los golpes no tardan demasiado en escucharse. Eric desde la habitación da golpe tras golpe intentando abrir la puerta. No obstante parece olvidar que mi habitación no es una suite corriente. Parece que Milo la modificó antes de que yo llegara aquí. Las puertas son más duras que las normales, apenas contiene objetos afilados y los muebles son casi irrompibles. Milo sabía perfectamente que podía romper una silla en cualquier momento y utilizarla como arma.

Cinco minutos trascurren, aunque Eric no afloja ni en un momento. Noto como lanza cualquier cosa que encuentra contra la pared donde me hallo. Sillas, mesas, televisiones... No quiero ni imaginarme como tiene que estar mi cuarto. Sin embargo mantengo la esperanza de que todo el ruido que está haciendo alerte a alguien. La puerta del baño es buena, pero no irrompible y desgraciadamente, las bisagras están a punto de fallecer. No sé si podrán aguantar durante cinco minutos más.

Me apoyo en los azulejos con el corazón a mil y compruebo por décima vez el cargador. Está completo, aunque tampoco es como si tuviera más balas. No puedo dispararle ahora mismo, porque eso sería arruinar el factor sorpresa. Mi idea es permanecer tanto tiempo cuanto pueda aquí y una vez que entre, coserlo a tiros. No será fácil, pero tengo que intentarlo. 

Para ello, decido desprenderme del maldito vestido. Gracias a que Eric se ha tirado media hora desabrochando el corsé, el vestido sale fácilmente. La cola es realmente gigante, por lo que decido apartarla del suelo. Meterla en la bañera parece la mejor opción.

Retiro la cara mampara que la recorre y lo que veo causa tal impresión en mí que sin querer caigo sobre mis pasos y activo el teléfono de la ducha.

El cuerpo de Paolo flota en la bañera, la cual está hasta el filo de sangre mezclada con agua. La expresión de su cara es horrorosa y más de quince puñaladas recorren su pecho. Son demasiadas como para poder contarlas con una simple ojeada. Observo como también tiene un tiro en la cabeza (por la zona de la nuca) y cierro la cortina, intentando olvidar lo que acabo de ver. 

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora