32.1 | La matanza de los Russo.

2.6K 180 37
                                    

El pasillo de la primera planta que se encontraba atestado de todo tipo de juguetes y papeles de regalo fue recorrido por una joven rubia de grandes ojos grises. Mia cruzó el largo corredor que se extendía ante ella esquivando las mil cosas que había tiradas en el suelo para reunirse con los más pequeños en el cuarto de los invitados. Sabía que debería de regañarlos por el desorden causado, pero todo el mundo estaba al corriente de sus problemas con mantenerlo todo en su sitio. Mia Russo era la mujer más desordenada que alguien podía encontrarse y como consecuencia, no era la más indicada para recriminarle a nadie.

Mientras andaba por allí, pensó que al final celebrar el quinto cumpleaños de su hija en la casa de campo de los Russo había merecido la pena aunque sólo serviría para aumentar la tensión entre ambas familias. Con aquel gesto, estaba provocando de forma no intencionada el odio de su familia, pero en aquellos momentos poco podía hacer. La decisión había sido tomada con mucho tiempo de anterioridad y muy meditada. Mia no quería que Daniela pasara mucho tiempo con su familia porque éstos eran fríos, duros y exigentes respecto al tema de la mafia. Daniela merecía conservar la inocencia y la ignorancia, no crecer en un ambiente lleno de violencia, armas y drogas.

Su hija era de ese tipo de niñas que eran capaces de iluminar la habitación con una simple sonrisa y nadie iba a arrebatarle eso. Porque ella sabía que los niños enseñados desde pequeños a matar eran los peores. Cuando se hacían mayores no eran personas, eran monstruos.

El recuerdo de Milo destelló en su mente y un escalofrío recorrió su espalda.

Daniela nunca sería así.

Ignoró los oscuros pensamientos que se habían adueñado de su mente y entró en la habitación donde estaban todos los pequeños reunidos. Armando como niño mayor de doce años, marchó con prepotencia a la cama más alta de la litera. Marcus, que no hablaba demasiado, se acostó en la primera vacía que vio y Daniela, se tumbó junto a su primo Alessandro. Eso dibujó una sonrisa a Mia. Aquellos dos nunca habían pasado más de dos horas separados desde que nacieron, ya que la familia Russo tenía la costumbre de vivir todos en el mismo recinto. Otra cosa tan diferente de lo que hacía en su casa, otro motivo por el que se enamoró perdidamente de Carlo Russo y no de Milo Bianco.

Sacó el libro que guardaba tras ella y con una sonrisa se sentó al lado de la cumpleañera. Parecía mentira que ya hiciera cinco años de su nacimiento. Ella y su marido, habían sido las únicas cosas que la habían impulsado a seguir hacia delante después de todo lo que había pasado. Aquella niña de ojos grises le había robado el corazón desde el primer instante.

Aunque el bonito momento fue interrumpido por Armando. -¿Otro cuento? ¿De verdad? -se quejó desde su litera-. Estoy harto de escuchar todas las noches tonterías. Ya no soy un bebé como para que mi mamá me tenga que ir leyendo libros.

-Yo no soy ningún bebé -respondió Daniela enfadada. Su madre Mia, sonrió. Cuando adoptaba esa cara siempre le recordaba a Héctor, su suegro. Nadie podía negar que Daniela llevaba el genio de los Russo en su interior-. Pero me gusta que mamá venga a darme un besito de buenas noches y me acueste con un cuento.

Esto hizo que su corazón se llenara de felicidad por algún motivo desconocido. Si le hubiera hecho caso a su familia... No sabría que hubiera sido de ella. Mejor no recordar ciertas cosas.

-Mi gisti qui mi midri vingi i dirmi in bisiti y mi iciisti cin in ciinti. -Volvió a la carga Armando demostrando lo maduro que era-. Eres patética.

-Daniela no es patética, Nando -saltó Alex con furia al ver como los enormes ojos de Daniela se habían cubierto de lágrimas de rabia-. Deja de lloriquear y si tanto te molesta márchate con tu padre.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora