20 | En blanco.

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POV's Apolo.

No entiendo porque Luca se molesta tanto en obligarme a venir a esta discoteca de mierda llena de borrachos y drogados cuando lo primero que hace es largarse con la primera tía que se le cruza. ''¡Tengo entradas VIP en una las discotecas más famosas de toda Italia!'' me escribió por mensaje. Ahora gracias a su fantástica idea de entrar aquí, me encuentro en la barra aburrido con un ron con cola aguado porque los hielos se derritieron hace tiempo.

Aunque esa no es la única cosa que he observado en la hora que llevo aquí sentado. Dafne se encuentra a metros de mí sentada en un gran circulo junto a sus amigos —Martina, el idiota de Mario que la dejó tirada el día de las apuestas— y más gente que no conozco. Según ella me había contado, los vicios pertenecían a otra etapa de su vida, pero beber y fumarse al menos tres porros sin contar los cigarros no es lo que yo interpreto como superar la adicción. Unos gritos llaman la atención de todos los que nos encontramos haciendo cosas normales y giro mi cabeza como por decimoséptima vez en la noche. Es más de lo mismo.

Hace unos minutos que Dafne y Martina han vuelto del cuarto después de sus apasionantes cinco minutos encerradas y ahora es Martina la que se encuentra haciendo cosas no aptas para menores de dieciocho en mitad del circulo. Mi pregunta es ¿no pueden actuar como personas normales? Para pasarlo bien no tienes que beber ni fumar ni tampoco perder la poca dignidad que te queda en un puñetero círculo de salidos. Si no fuera por el hecho de que me han dejado tirado, estaría bailando sin incumplir ninguna norma y encima, divirtiéndome.

—¿Está ocupado este sitio? —Una chica castaña de grandes ojos marrones señala un asiento a mi lado y yo empiezo a reírme de lo descarada que es. Hay al menos ocho sitios y todos están vacíos—. Es que los tacones me están matando.

Por la forma en la que mira mi cuerpo, sé que podría obtener algo pero me basta girar la cara y ver a Dafne besándose de nuevo con alguien como para que lo piense de nuevo y me ponga en pie. Yo no he sido nunca así. De hecho, sólo me beso con las chicas que me gustan porque aunque sea una tontería pienso que hay algo en ese simple gesto que lo hace muy íntimo y especial. En su lugar me alejo a la pista de baile y pongo los ojos en blanco cuando la canción de despacito suena haciendo que todos saquen energía de donde no les queda.

No me gusta la canción y tampoco me gustaría morir aplastado, así que doy la vuelta para marcharme a casa cuando una mano me retiene. Por el rabillo del ojo noto como sus uñas están pintadas de un fuerte rojo y sin comprenderlo, mi estómago se encoje. No sé describirlo, pero es una sensación muy extraña que se hace peor cuando tira de mí, provocando que dé la vuelta y su espalda choque con mi pecho.

Todavía no le he visto el rostro, pero su olor tan característico junto a su pelo negro y los movimientos sensuales con los que se mueve hacen que la reconozca incluso con la voz a tan alto volumen, las luces apagados y los vellos de punta. Lentamente, posa los brazos en mi cuello atrayéndome hacia ella y une nuestros labios introduciendo la lengua en mi boca.

—¿Apolo? —pregunta interrumpiendo el beso con la respiración acelerada y las mejillas rojas. Podría ser un estúpido y permitirme pensar que son los efectos que le provoco, pero ambos sabemos que es debido a la cantidad de sustancia que se ha metido en el cuerpo. Ni siquiera sé como lo hace para mantener el equilibrio y hablar sin arrastras una sola palabra.

—El mismo —respondo con una sonrisa—. Aunque en realidad es sólo un mote, me llamo Damian.

Extiendo mi mano e interiormente rezo porque no levante la mano y me pegue un tortazo. ¿Por qué mierda he dicho eso después de haber estado sintiéndome como un niño castigado porque no me presta la suficiente atención? Hay algo que no me hace pensar bien y no sé el que.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora