42 | Prohibido.

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Después de tanto tiempo, de tantos impedimentos y de tantas ganas, por fin nuestras bocas se encuentran. Y no tiene nada que ver con el beso que nos dimos semanas atrás en un parque de París donde yo apenas lo conocía. Este es totalmente diferente. Sus manos se aferran a mi cintura, como si tuviera miedo de perderme de nuevo. Puedo notar la manera en la que se dirige a mí, cuidándome con un cariño y una admiración que no sé muy bien si realmente me la merezco.

Mis brazos cuelgan de su cuello, enredando su pelo entre mis manos. Siento como también él pasa sus dedos por mi cabello, provocando que los mechones caigan libremente por mi espalda y mi clavícula. La puerta está cerrada y la habitación a oscuras, siendo lo único que escucho nuestros latidos acelerados y viendo su mirada azul clavada en mis ojos.

No contesta o al menos no con palabras, porque sus ojos reflejan todas esas cosas que todavía no ha pronunciado en voz alta. Y no hace falta. Ambos sabemos que es lo que hay ahora mismo entre los dos. Amor. No hay necesidad de que me confiese nada. Porque si hay algo que lo caracterice, es la transparencia de su mirada. Es por eso que no le doy ni tiempo para reaccionar cuando lo acerco de nuevo a mi boca para besarlo.

Vamos a conseguirlo.

Desabrocho lentamente los botones que conforman su camisa, hasta que ésta cae al suelo. Noto como una sonrisa se crea en su boca. Sin perder el contacto visual desato el corsé de mi vestido, provocando que sin mucho cuidado pase a formar parte del suelo.

A medida que pasa el tiempo y el ambiente de la atmósfera va condensándose, la voz de mi cabeza me avisa de que debemos parar. No faltará mucho tiempo para que alguien note mi ausencia. Sin embargo, ninguno de los dos queremos. No podemos. Saco las piernas del vestido y me deslizo junto a Apolo, terminando en la cama.

Siento todos los besos que me da como un soplo de esperanza, que tan sólo hace aumentar con la cantidad. Nuestras respiraciones van entrelazándose con el silencio de la habitación a medida que todo va haciéndose más profundo y mis labios, cuando me aparte, estarán totalmente hinchados. Cualquiera sabrá lo que he estado haciendo. Sin embargo, nada puede importarme más que Apolo en estos momentos.

Todo va a salir bien —murmuro entre beso y beso.

Apolo asiente mientras me envuelve con sus brazos. Llevo sus manos al enganche de mi sujetador, incitándolo a que se atreva a dar el paso. Sé que nos dará tiempo. Está todo el mundo demasiado ocupado en fingir que todo va perfectamente y además, no creo que ninguno de los presentes me eche de menos. 

—Dafne, sabes que debes de irte—murmura con fragilidad. Está tan guapo con el pelo revuelto y los labios hinchados.

—Mmmm —contesto mientras vuelvo a atraerlo hacia mí.

No obstante, esta vez Apolo sí que se aparta. Parece que ha reunido un poco de fuerza de voluntad (al contrario que yo) y por fin, la cordura se interpone con la locura. Es cierto que debo marcharme ya, pero no quiero. No quiero volver a bajar abajo y permitir que Eric me manosee tantas veces como quiera.

—Colócate el vestido, por favor—su voz suena autoritaria, pero la situación no tiene nada que ver con las veces anteriores. Estoy casi acostumbrada a que siempre me aparte cuando las cosas se ponen intensas, aunque esta vez sé que es por mi bien. No lo hace de forma brusca y enfadado consigo mismo, sino no con cuidado. 

Recoge la masa gigante que es mi vestido y pienso en como me lo he quitado tan rápido. No miento si digo que esta mañana he tardado más de quince minutos en colocármelo.

—Necesito ayuda—suspiro frustrada. Ni de coña puedo colocarme el corsé de nuevo yo sola.

Apolo acude a mi ayuda y con una rapidez que me sorprende, termina de ponerme correctamente el corsé en tan sólo cinco minutos. Supongo que serán los nervios. Miro la hora y me relajo al ver que tan sólo han pasado quince minutos. Todavía puedo permitirme el lujo de permanecer un poco más a su lado. 

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora