12 | Tratos.

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Maratón (1/2)

¿Cortarle el dedo? Sólo de pensarlo me entran unas terribles ganas de vomitar.

Me levanto y comienzo a dar vueltas por la habitación en un intento inútil de calmar los nervios que siento. Nunca he hecho una cosa así en mi vida y tampoco tengo ganas de probarlo. Es decir, claro que en la carrera que estoy estudiando lo hacemos, pero es muy diferente hacerlo con un bisturí a un cadáver que se ofreció voluntario en su otra vida, a hacerlo con una navaja que llevo en el sujetador a un mafioso que está inconsciente en el suelo.

Sólo Dios sabe lo que hará cuando se despierte y vea el estropicio que le he hecho a su mano. Un escalofrío me recorre el cuerpo de pensarlo. Pero a pesar de todo, tengo que hacerlo.

Saco la navaja que guardo y poco a poco, voy haciendo un círculo alrededor de todo el dedo. Aprieto con todas mis fuerzas y cierro los ojos contando hasta tres. Cuando me siento preparada, empujo con fuerza hasta que se escucha el sonido de un hueso romperse y la cuchilla queda pinchada en el tablón del suelo. El dedo índice se encuentra a tan solo unos centímetros de mí cubierto enteramente de sangre.

Rápidamente voy al cuarto de baño donde busco una bolsa de plástico y con cuidado, lo meto. Al darme cuenta de que todavía sigo en ropa interior, me coloco la ropa que traía haciendo que caiga un papel dorado con un bonito número de teléfono. Siendo sincera, no me había acordado de la tarjeta, pero reconozco que me puede salvar la vida. Sólo tengo que encontrar un móvil o algo para llamar.

Eso me da al menos algo de esperanza.

Rebusco en los únicos los cajones que hay en la habitación, siendo los de un escritorio y sonrío satisfecha al ver con alivio como hay un pequeño revolver guardado en un doble fondo. Echaba de menos un arma en esta misión. Lo guardo en el escote y sigo buscando más cosas. Me niego rotundamente a utilizar el cuchillo ensangrentado.

Los demás cajones están todos vacíos a excepción del último, que es algo más grande que los demás y guarda en su interior un lujoso portátil encendido con números en la pantalla.

Van cambiando cada segundo pareciendo una... cuenta atrás.

Es el tiempo que queda para que la alarma se active. ¿Cómo no me había dado cuenta? Todo está en absoluto silencio, por lo que debería haber deducido que la voz de alarma no se ha dado todavía. Es un despiste bastante grande. Mi prioridad es permanecer todo el rato atenta a cualquier cambio y sospechar de todas y cada una de las cosas que se produzcan delante de mí. Un fallo así, puede provocarte la muerte.

Después de un triste intento de tranquilizarme, avanzo hacia la puerta que contiene un teclado para la clave. Ignoro el dolor de estómago que tengo por culpa de los nervios e introduzco la contraseña que he visto poner a Diego minutos antes de entrar. Sólo cuento con cuatro minutos para salir de aquí.

Se abre y avanzo a la siguiente fase. Sólo me quedan dos controles más para disfrutar de la ''libertad'' de los oscuros túneles donde está asentado el casino más popular de ciudad. Coloco en ambos con cuidado la huella dactilar que contiene la bolsa de plástico que guardo en mi mano y sigo mi camino intentando no llamar demasiado la atención.

Las palmas de las manos me sudan por primera vez en mi vida y mi autocontrol me amenaza con irse lejos de aquí y abandonarme. Sólo quiero salir corriendo de aquí y conseguir un maldito móvil para poder llamar al chico de los ojos más bonitos que he visto en mi vida, pero eso levantaría demasiadas sospechas. Ignoro el hecho de que mi cuerpo me pida con urgencia salir corriendo y paso con falsa seguridad bajo la atenta mirada de los guardias.

Es inevitable que pensamientos negativos recorran mi cabeza. La alarma está a escasos minutos de tocar y todo el mundo sabe de dónde vengo debido a mi vestuario.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora