31.2 | Orígenes.

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POV's Dafne

Cuando la bala disparada sale del cañón e impacta contra mi costado, todo se tiñe de rojo. El dolor me inunda todo el cuerpo de principio a fin y deja salir a flote a un montón de sangre con una velocidad que asusta. Voy a morir y no es ninguna suposición, es una afirmación. Tengo los minutos contados —literalmente— y no puedo hacer nada a estas alturas para salvarme. Sólo tengo tiempo para realizar el favor que le he pedido a Apolo y me ha concedido.

Más tiempo para matar a Milo y vengar la muerte de mi familia.

Intento ponerme en marcha lo más rápido que puedo y rompo un trozo de mi camiseta para hacerme un torniquete. Poseo unos quince minutos para llegar al despacho de mi padre antes de que se me acabe el tiempo y el tejido de los órganos que forman mi cuerpo comience a morir uno a uno de forma descontrolada por la falta de oxígeno.

Chto posyeyesh', to i pozhnyosh'* —Susurra Eric desde el suelo.

En respuesta, le dedico la sonrisa más irónica que hay en mi repertorio y le doy una patada en el pecho que termina por callarlo. Él ha sido la primera persona que he matado en mi vida y no me arrepiento de ello porque puede que yo vaya a morirme en breve, pero aun así, la que ha ganado he sido yo. Tiro del mango del cuchillo que hay incrustado en su estómago y lo vuelvo a guardar en la pernera manchándome de su sangre la pierna. Parece ser que después de todo, Apolo sí que escuchó mis plegarias porque dejó caer aquella hoja de laurel en el sitio indicado del momento indicado.

Govnyu Proklyataya** —Musito en respuesta.

Abandono el jardín y busco la puerta blindada de madera que indica el comienzo de la guarida de mi padre. Son las doce de la mañana y no me he encontrado a nadie, por lo que comienzo a sospechar que Eric se las ha ingeniado de alguna forma para quedarse a solas conmigo y poder matarme. Como sea, es todo muy raro. Me apoyo en la barandilla de las escaleras y con un sobreesfuerzo, paso primero por la lavandería a coger alguna que otra arma. Allí siempre hay muchas cosas ya que la mayoría de los guardias de Milo —como yo— dejan sus uniformes sin ni siquiera sacar los objetos de los bolsillos o cinturones. Después de eso, vuelvo al pasillo principal y suspiro antes de levantar el arma.

Necesito descansar unos minutos, pero como no tengo apenas tiempo, me conformo con descansar la espalda mientras pienso en cómo entrar en una habitación dónde al menos hay unas doce personas reunidas. Se escucha la voz de mi padre y la de alguien más, junto a un montón de respiraciones.

—O sigue con la causa y con motivación o lo matamos. Las opciones son sencillas, usted decide.

Quedo paralizada por completo.

No puedo creerme que haya tenido que ser hoy precisamente el día de montar una maldita reunión de la mafia. Si es lo que estoy pensando, Milo tendrá a toda su escolta personal dispuesta a matar en cualquier momento a cualquier persona. Me he metido en la boca del lobo por segunda vez y creo que de esta, hay cero posibilidades de cumplir mi objetivo. Porque esos son los mejores luchadores que he conocido en mi vida y aunque uno a uno puede estar reñido, estoy herida de muerte y sólo soy una. Contra doce.

Permanezco en silencio armando un plan a toda velocidad y hago lo primero que se me pasa por la cabeza. Escuchar las respiraciones y disparar a la pared con la esperanza de poder matarlos antes de que se den la vuelta y me hagan trizas. Cierro los ojos y escucho, pero entre mis oídos que me pitan demasiado y el dolor sordo que tengo, apenas puedo concentrarme. Me duele tanto el cuerpo que hay momentos en los que directamente dejo de sentir.

Así que en un impulso suicida, aprieto el gatillo y disparo seis veces a la pared teniendo en mente las posiciones que mi padre siempre les obliga a los guardias a tener. Cambio de idea en el último momento y de una patada derribo la puerta del despacho donde me introduzco con el arma en alto.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora