19 | Borrachera.

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La música está tan alta que no escucho a Martina ni aunque me grite en el oído. Observo como señala la barra con su manicura francesa y articula con los labios "¿Otra?" Yo en respuesta asiento con la cabeza. No la acompaño porque no me apetece apartarme de la calidez y diversión de la pista sólo para conseguir una bebida alcohólica de segunda marca.

Ya llevo perdida la cuenta de las copas que he tomado y teniendo en cuenta el estado en el que me encuentro —me cuesta mantenerme recta o balancearme al ritmo de la música— deduzco que tienen que haber sido muchas. Tengo una alta tolerancia al alcohol y aparte, no me encuentro demasiado orgullosa de la forma en la que estoy llevando mis problemas. La solución no está en olvidarlos bebiendo.

Aunque yo nunca he destacado por hacer las cosas de la mejor forma.

El DJ vuelve a cambiar la canción a una mucho más actual y me obligo a moverme mucho más rápido. Necesitaba una noche para mí. Bailando, bebiendo y pasándolo bien con mis amigos como solía hacer. Antes de que me dé cuenta tengo las manos de un chico a mi cintura. Bailo unas cuantas canciones con él y después de un rato miro sus ojos. Una decepción me invade, al ver que los suyos son de un triste color marrón y no azules. Apolo nunca estaría en una fiesta de este estilo. Él es más de preparar los planes de ataque, ir al gimnasio para entrenar ese magnífico cuerpo y entretener al personal.

Enfadada por culpa del camino al que me están llevando mis sentimientos, voy en busca de Martina que lleva ya un rato sin dar señales de vida. Después de buscarla durante diez minutos, veo como una mano se eleva entre las cabezas de toda la multitud que hay concentrada en el local y me dirijo hacia allí.

Está en la parte de VIP de la discoteca y después de ponerle una coqueta sonrisa al gorila y una promesa en vano, me abre la puerta. Podría haber llamado a cualquiera de dentro, pero me encanta hacer este tipo de cosas. Que le voy a hacer, así soy yo.

—¡¡¡Dafne!!! ¿Te acuerdas de Elissa? —Martina aparece en mi campo de visión y me arrastra hasta lo que parece un círculo de gente. —Me alegro tanto de que estemos todos juntos.

Reprimo la necesidad de poner los ojos en blanco al escuchar por sexta  vez en la noche "me alegro tanto de que estemos todos juntos" y me obligo a relajarme mientras tomo sitio en el círculo que hay en una esquina de la sala. Son mis antiguas amistades de las que llevo sin saber de ellas al menos dos meses y sé que no me convienen en nada. Con ver el polvo blanco que se encuentra en el centro y el olor a porros, presiento que nada bueno puede ocurrir esta noche.

—¿Qué es lo que has estado haciendo? —pregunta con tono acusatorio mi luchador favorito, al que no había visto desde la revuelta. —Has pasado de venir aquí todos los putos días a no aparecer ni en pintura.

—Deja de hacer el gilipollas, Umberto. —respondo riéndome. —He estado esperando todo este tiempo una llamada, unas flores, una carta, no sé, algo con lo que saber que te sentías agradecido después de que tuviera que salir a salvarte la vida.

Tomo sitio a su lado y comenzamos una conversación donde él me cuenta todas las veces que ha ganado omitiendo las derrotas. Eso, me provoca la risa tonta. Umberto no es un mal luchador, pero está muy lejos de ser el mejor. Yo que no me dedico a eso y sólo entreno tres veces en semana —menos últimamente ​que parece la excepción a todo— soy capaz de ganarle en un combate.

—La semana que viene volvemos a tener uno importante, con el luchador que tu ya...

No escucho mucho más porque dejo de prestar atención a lo que me cuenta y me concentro a lo que ocurre delante mía. Martina está sentada encima de Mario dándole un beso digno de película. ¿Por qué siento como si ya no pintara nada aquí?

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora