33 | París.

2.3K 171 52
                                    

Me gustaría poder decir que estoy muerta, pero no sería entonces cierto. Aunque también cabe la posibilidad de que sí que esté muerta pero haya sido engañada como todos los demás, ya que lo que recibe el nombre de cielo es una auténtica mierda. No puedo ver, no puedo moverme, no puedo controlar mi respiración o mantener los ojos abiertos, pero sí que puedo sentir. También cabe la posibilidad de que esto sea un castigo por todo lo que he hecho, pero prácticamente es imposible. La vida siempre ha sido una verdadera zorra conmigo, no puedo tener tan mala suerte como para que la muerte decida comportarse así también.

Como sea, parece que estoy paralizada (pero al menos viva) con el añadido de tener un sueño demasiado pesado del que no puedo despertar y un dolor de cabeza que aumenta con cada minuto que pasa. Lo que se puede resumir en me encuentro en la mismísima mierda.

Unos pasos suenan en la habitación y tras lo que son unos largísimos instantes, las sillas son arrastradas y ocupadas.

—Usted sabe cuáles son los riesgos de administrarle la droga en tales cantidades —afirma alguien demasiado cerca de mi oído, interrumpiendo mis pensamientos—, podría morir de una sobredosis.

No sé cuanto llevo consciente, pero son las primeras palabras que escucho. Unas manos frías como el hielo tocan mi costado e introducen algo que quema como el infierno. Supongo que es la herida del disparo de Eric, el cual si estará pudriéndose en el shchekolda, tal y como debe ser.

—O podría perder de forma total la memoria —dice Milo con una segura sonrisa en su cara.

El silencio se hace en la sala y un enorme pánico invade mi cuerpo o mejor dicho, mi mente. No es como si fuera tan sumamente idiota como para haber esperado salir de las garras de Milo, pero este paso nunca lo llegué a sopesar. Borrarme mis recuerdos. De nuevo. Eso anularía mi personalidad, mi voluntad y me dejaría a la intemperie para hacer lo que él deseara. Como un triste títere vacío por dentro sin nada por lo que luchar.

Imagino todas las posibles muertes que existen aunque soy consciente de la realidad. Quiero levantarme a matarlo, pero no puedo hacerlo. Lo único que puedo hacer es permanecer aquí inmóvil y escuchar, sentir y pensar. Si sólo no hubiera dejado mi espalda desprotegida... Pero era imposible. Estaba al borde de la muerte y además, Adelaide siempre me había tenido muchas ganas. No creo que la hubiera ganado en una pelea cuerpo a cuerpo tampoco. Aunque si sobrevivo a esto, juro que también la mataré.

Otro nombre más añadido a la lista.

—Sólo en el mejor de los casos, señor Bianco —vuelve a insistir esa voz—. Está muy débil. El tiro ha entrado limpio, pero ha perdido mucha sangre. Demasiada. Su corazón...

—¿Acaso te he pedido el puto historial médico? No —dice Milo con esa calma glacial que tanto lo caracteriza—. Haga lo que tenga que hacer y mantenga la jodida boca cerrada si no quiere terminar en unos calabozos rusos. Tengo amigos que estarán encantados de recibirlos.

«Ivanoks»

—Está bien —repone el hombre nervioso—, pero los recuerdos pueden volver a activarse en cualquier momento si sobrevive. Con ver alguna cara del pasado, tener un deja-vu o...

Más líquido es introducido en mi cuerpo y todo se vuelve negro.

———♠♠♠———

Dos semanas más tarde...

Nunca me han gustado las cenas de socios de papá ni llamar la atención o al menos eso es lo que dice mi madre Violetta, mientras yo observo el reflejo que me devuelve el espejo de mi cuarto del hotel en el cual nos alojamos.

Lo prohibido en la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora