Junto al lago

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Junto al lago

Es por eso que estaba allí, calado hasta los huesos, herido en el alma, pero me resultaba mucho más fría la escena que estaba contemplando. Anne ya no era la que era. Sus ojos azules, grandes, ya no brillaban. La piel de sus párpados estaba hundida y su pelo rubio lleno de canas. Su cuerpo era un esqueleto andante que parecía capaz de partirse en dos con ejercer un movimiento más brusco de lo normal. No la escuché hablar en todo el tiempo que pasamos allí durante aquella mañana, junto al lago.

Y Anne no era fuerte. Nunca lo fue. Entonces, después de la guerra, estaba viva, pero tan solo eso. Tenía un corazón que latía mecánicamente al tiempo que ella era capaz de respirar. Era un despojo de la mujer que fue, y nadie podía culparla.

Es por eso que en esos momentos agradecía silencioso que Katniss fuera totalmente distinta a su madre. Que Katniss fuera fuerte, valiente, dura. Si no hubiera sido así, estaríamos muertos, o peor, seguiríamos viviendo una dictadura.

Era Katniss quien estaba agachada, sobre la tierra. Con el pelo oscuro chorreando agua y sus clavículas marcadas duramente bajo la camisa.

Era ella quien había enterrado los restos de su hermana con sus propias manos y una pala oxidada. Anne lloraba. Katniss, sin embargo, no se permitía manchar con lágrimas el lugar bajo el que ahora Prim yacía. Solamente sus grises ojos demostraban la frustración de alguien que había estado meses luchando con la burocracia del nuevo Capitolio para poder ejercer el derecho de su madre y suyo de dar sepultura a la única persona que de verdad querían.

Katniss había decidido enterrar a Prim junto al lago, en el bosque, el único lugar feliz para ella. Había esparcido semillas de flores prímulas, las que dieron nombre a su hermana. Quería que crecieran sobre aquel lecho, se había prometido cuidarlas y acudir a velar a Prim, para contarle que su injusta muerte no había sido en vano.

Cuando se levantó, creí que quería abrazarla, aunque no estaba seguro. De todos modos, cuando sus ojos ceniza me miraron después de tanto tiempo, no parecieron pedirme que lo hiciera.

Intenté imaginar cómo sería ese lugar dentro de un tiempo. Me pregunté si las flores, al crecer, habrían dejado bonito ese retazo de tierra húmeda gracias al alma de nuestra preciosa Primrose.

-Vayámonos a casa - murmuró Katniss, casi en un susurro, mirando al suelo. Anne asintió, incapaz de reprimir su llanto - Siempre estaremos contigo, patito.

Y decidida, pasando por mi lado y ahora con los ojos húmedos, marchó de vuelta al distrito, pisando fuertemente las hojas secas, ahora empapadas, a su paso, que crujieron bajo sus pies. Anne me miró y yo las seguí. Esas dos mujeres rotas eran lo más cercano a una compañía que había tenido en el poco tiempo que llevaba en el 12. Ya no les faltaba de nada, pero aún así yo les solía llevar pan que hacía en mi casa. Habían sido solamente tres días de visitas, pero los encuentros habían sido cálidos. Katniss no había salido de su habitación en mi presencia. Anne sí que había tenido algo más de tacto conmigo. Me servía té y nos consolábamos con alguna que otra palabra reconfortante.

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