Con sus cuarenta y seis kilos de peso y su metro cincuenta y cinco de estatura, mi hija apareció por la puerta del estudio, asomando su rostro de enormes ojos azules y larga cabellera oscura, algunas semanas más tarde de que Finnick hubiera venido al distrito para hacer sus prácticas del tercer curso de su carrera universitaria.
Willow había pasado los cuatro últimos años teniendo problemas. Se sentía acomplejada por su escasa estatura y su extrema delgadez, por su según ella "maltrecho cuerpo" y demás molestias adolescentes. Típico a sus recién cumplidos catorce años, pero no para una niña que se sentía feliz en cuanto el acné le acosaba, el escaso vello corporal reaparecía, o se levantaba asegurando que le había crecido el pecho. Mi hija sentía tales ganas de ser una mujer, de crecer de una vez por todas, que aseguraba envidiar a su propia mejor amiga, Simone, simplemente porque ella había tenido un desarrollo normal. Así que ese día, después de que por fin yo tuviera que explicarle ciertas cosas de mujeres, bajó alegremente las escaleras de nuestra casa hasta llegar adonde estaba.
-Ya soy una mujer.
Finnick levantó la cabeza del libro que estaba leyendo sentado en un sillón solo para comprobar quién le hablaba. Cuando vio de quién se trataba, volvió a concentrarse en la lectura.
-Qué bien, Will… Te felicito -. Le respondió, sin ningún interés.
-Parece que no te alegras por mí -. Dijo ella, entrando en el estudio y sentándose frente a él, en otro sillón, sonriéndole abiertamente. Realmente estaba contenta.
Finnick suspiró con molestia, sin dejar de atender su lectura.
-Estoy leyendo, Willow…
-Es muy desagradable. Mamá dice que se sangra muchísimos todos los meses.
-Y tiene razón.
Se acercó más a él, arrimando el sillón sin levantarse.
-Repugnante y espesa sangre. Asquerosa, maloliente sangre. Con dolor además.
A pesar de los intentos, a Finnick le estaba suponiendo un gran esfuerzo no entrar en las llamadas de atención de la niña.
-¿Por qué no te vas a jugar?
-No me trates como a una cría. Ya no lo soy. Pronto dejaré de parecerlo. No te soporto.
Él por fin la miró y abrió la boca para terminar de echarla de la habitación, pero entonces aparecí yo.
-Willow, cariño, termina de recoger la habitación y vete a clase. Hola, Finn.
-Sí, mamá -. Me dijo ella, obediente y de repente melosa -. Enseguida. Solo había pasado a saludar a Finnick - Y antes de salir del estudio, se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla.
-Es tan buena y tierna como Peeta, ¿verdad?
-Sí… - Me dio la razón Finnick, sin olvidar la reciente, desagradable y gráfica descripción de la menstruación que ella le había hecho - Arrebatadora.
-¿Es verdad eso? ¿Will ya…? - Me dijo Peeta al entrar en la cocina cuando los chicos se habían ido a clase. Para variar, estaba amasando pan.
-Sí. Esta mañana, al levantarse.
-¡Por fin! Me alegro muchísimo.
-Sí, es rara, lo estaba deseando…
Peeta soltó una risa tonta.
-¿Qué?
-Que ya podemos ser abuelos.
-¡Peeta! ¡Solo es una niña!