Advertencias inoportunas

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Cuando entré a la habitación vi a Delly de espaldas, mirando hacia la ventana. Anduve despacio y la saludé antes de llegar a su lado y sentarme en una silla. Le puse la mano en el hombro y le sonreí.

-Hey, Del - Le dije - ¿Cómo estás hoy?

Ella no despegó la vista de los edificios de enfrente.

-Igual de tullida que ayer.

Yo no supe qué decirle. Hacía tres meses que estaba ingresada en el hospital. La primavera había llegado, pero no las alegrías para ella. El día en que despertó de la anestesia lo hizo con unos dolores horribles, y cuando se dio cuenta de que ya no tenía piernas, sufrió un ataque de pánico y tuvimos que sujetarla entre cuatro personas para que no se cayera de la cama sobre la que estaba tumbada. Había sido desolador. Las enfermeras la sedaron y cuando volvió a despertar lo hizo totalmente al contrario. En calma. Pasaron varias semanas hasta que dejó de negarse a hablar. Para entonces, y a pesar de la asistencia psicológica que el hospital le proporcionaba diariamente, se había sumido en un bucle de indiferencia que hacía que no le importase lo que comiera, quién le hablara, quién se encargase de ayudar a que se aseara o incluso cuáles fueran sus mejorías. Para colmo, Tom, el chico de la fábrica, la había dejado. Pocos días después de despertar de la anestesia, alegó que no podía estar con alguien que le supusiera una carga y que además le recordase que el accidente pudo ser culpa suya, y se marchó. Así, sin más. Yo me empeñé en buscarle en la fábrica para decirle unas cuantas cosas antes de mandarle al carajo, pero cuando pregunté por él me dijeron que el muy desgraciado ya no estaba. Esa sabandija se había largado.

Delly se sumió en una terrible depresión. Pasaba los días y las tardes mirando por la ventana, viendo caminar a los demás, deseando con todas sus fuerzas que aquello solo fuera una pesadilla. Cuando los médicos le plantearon la posibilidad de colocarle piernas ortopédicas, como la que me habían puesto a mí después de los primeros Juegos, se negó rotundamente. No quiso dar explicaciones de por qué, ni cambió de opinión, a pesar de que yo le expliqué que mi pierna parecía natural y no notaba en absoluto que no lo fuera. La visitábamos todos los días, pero a mí me parecía que no mejoraba. Cuando Katniss y yo regresamos al Capitolio, solo pudimos visitarla los viernes, sábados y domingos de cada semana. La panadería estaba cerrada a pesar de la insistencia de Kate de hacerse cargo, y así estuvo hasta que Jane se ofreció a trabajar allí como recompensa a todo lo que habíamos hecho por ella y sus hermanas. Jane y Kate volvieron a abrirla dos meses después del accidente y las cosas en ella marchaban bien. Yo estaba en la universidad, pero al parecer muchas personas se acercaban cada día a preguntar por Delly y a desear que pronto volviese al local. Yo no creía que eso fuera a ser posible, Delly había dejado de tener su vitalidad y se negaba a volver a recuperarla. Una vez recuperada, el estar en silla de ruedas no suponía ningún problema, pero en su mente era distinto. Para ella su vida se había convertido en una cárcel incomprensible para los demás.

Las cosas tampoco estaban yendo bien en cuanto a la política. Se escuchaban rumores de cosas muy feas, de problemas, de corrupción, y a pesar de los intentos varios de Paylor por apaciguar los ánimos, las cosas seguían estando muy caldeadas. Había quien lo creía, y había quien no, pero en el último mes de clase algunos estudiantes que conocíamos habían abandonado el Capitolio y por consiguiente la carrera, por temor a lo que allí pudiera pasar. Las cosas no mejoraron un martes por la noche, cuando Katniss recibió una visita de Paylor en la misma universidad.

-Katniss, me alegra ver que estás bien y que sigues con tus estudios - Le dijo, mientras se sentaban a tomar un café en la sala de profesores.

-Gracias - Dijo Katniss -. A Peeta también le está yendo muy bien.

-Lo sé.

-¿Pero no has venido a hablarme de eso, verdad?

Paylor soltó su taza sobre la mesa.

-Bien sabes que no, Katniss. Aprovecho que vives aquí para decirte esto en primera persona: ten cuidado.

Katniss levantó las cejas.

-¿Exactamente con qué?

-No lo sé, francamente te lo digo. Pero no nos gusta el color que están tomando las cosas últimamente. No creo que sea grave, estamos atentos a cualquier señal, pero aún así son tiempos complicados. No creas que porque yo sea presidenta y exista una democracia, a los partidarios de Snow o de Coin se los ha tragado la tierra.

-No lo creo.

-Haces bien. Eres una chica buena y muy lista, y quiero que si ves o notas cualquier cosa fuera de lo normal, por tonta que te parezca, me informes inmediatamente.

Después hubo un silencio.

-Si vienen, lo primero que harán será venir a por mí, ¿no es cierto?

-No puedo negarte eso, Katniss. Por eso te digo que te andes con mucho cuidado. Y también Peeta. Salid lo menos que podáis, manteneos en la residencia el máximo tiempo posible y, a partir de ahora, cuando vayáis a coger el tren hacia el distrito 12, avisadme.

-¿Para qué?

-Para que antes de que lo cojáis me asegure de que no hay peligro. Nadie más que tú sabe lo que te voy a decir, nadie más que tú, Peeta cuando se lo cuentes, y yo, pero ya hay seguridad por la universidad. Nadie los distingue, se hacen pasar por estudiantes. Mientras estéis dentro de clase o dentro de cualquiera de los recintos de la universidad, recuerda, Katniss, estaréis prácticamente a salvo.

-Pero no del todo.

-Puedo asegurarte un ochenta por ciento de seguridad si sigues mis instrucciones.

-Está bien. Perfecto, te agradezco mucho tu ayuda, Paylor.

Así fue como Katniss me contó aquel encuentro, un rato después, en su habitación de la residencia universitaria.

-Y si Paylor te ha dicho que nos vigilan para que no nos pase nada…

-Sabía que esto no quedaría así, que las cosas no eran seguras. Estaba convencida de que en cualquier momento esto estallaría - Y se echó a llorar fuertemente.

-Eh, eh - La abracé yo -, Kat, todo está bien. Solo son medidas de seguridad, no tiene por qué pasar nada - Y al decir eso, lloró más fuerte -. Sea el que sea el peligro, ellos se encargarán de destruirlo, no te preocupes.

-Sí me preocupo, Peeta. Me preocupo mucho. Esto es lo que menos tenía que ocurrir justo ahora.

-¿Justo ahora? ¿Acaso hay algún buen momento para un golpe de estado o…?

Ella se secó las lágrimas con las manos y se sentó en la cama.

-Digo justo ahora porque hace semanas que creo que me he quedado embarazada, Peeta.

PrimulasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora