No tenía ni idea de qué pretendía Katniss. Solo sabía que, si había decidido llevarme al infierno, iría encantado mientras ella me acompañara.
Lo sabía. Ya lo sabía. Katniss me gustaba, y mucho. Había recordado que estuve sintiendo eso por ella durante mucho tiempo, pero ahora me sentía más vivo, más humano, y el muto que aún me controlaba no había podido confundirme hasta el punto de hacerme olvidar a esa chica.
En algunos momentos lo hubiera preferido. Sabía que Katniss no me correspondía. En otros me ilusionaba, en otros instantes me convencía de que no era cierto, que yo no sentía por ella nada más que el comienzo de una bonita amistad. Y la verdad, en general, estaba bastante confundido con respecto a mis sentimientos.
En todo eso estaba pensando, sentado en el porche de mi casa mientras esperaba a que ella apareciera, mientras veía a los niños de Valeria y Zarmith, los vecinos de al lado, jugar alegres en la acera. Las casas vacías de la Aldea de los Vencedores estaban empezando a ser ocupadas y eso se agradecía mucho.
-¡Peeta, dámela! - Me chilló uno de los niños cuando la pelota se les escapó y fue a parar a mí, que bromeando la escondí detrás de mi espalda - ¡Dámela, venga, no seas tonto!
-Toma, toma, no te enfades conmigo, Jim - Dije yo, devolviéndosela. El niño me sacó la lengua y yo hice lo mismo. Él saltó los escalones del porche y siguió jugando con sus hermanas. En ese momento vi a Katniss aparecer. Me saludó con la mano y yo le sonreí. Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Se me hizo extraño verla con el pelo recogido en una coleta y no en su habitual trenza.
-Venga, vamos - Me dijo, sin subir los escalones - Yo me levanté y me acerqué, comenzando a caminar en la dirección en la que lo hizo ella.
-¿Adónde vamos?
-¡Al bosque!
-¿Al bosque? ¿Te has vuelto loca? Nos derretiremos, Katniss.
Ella no contestó. Iba silbando la canción de los sinsajos, y por supuesto ellos le respondían. La tarde estaba muy bonita, con el sol anaranjado y los pájaros cantando en las verdes copas de los árboles.
Llegamos hasta el lago y Katniss me hizo un gesto con la cabeza, aún sonriente.
-¿Qué? - Pregunté yo, con curiosidad.
-Aparte de en los segundos Juegos... ¿Nunca te has bañado en el lago ni en el mar, no?
-No - Dije yo, en un tono que denotaba que era evidente. Katniss sabía de sobra que hasta los Juegos nunca habíamos salido del 12, y en nuestro distrito no había playa. Lo más parecido había sido la Arena del Vasallaje, y apenas había podido resistir para llegar hasta la orilla sin hundirme.
-Pues yo sí - Dijo - Con mi padre, cuando era pequeña. Así que he pensado que voy a enseñarte a nadar.
Yo puse una cara que debió hacerle gracia, porque empezó a reírse como si le hubiera contado un buen chiste.
-¿A nadar? ¿Tú crees que es buena idea?
-¡Claro! Hace muchísimo calor. Es el momento perfecto - Dijo, mirándome fijamente.
-No sé, Katniss...
-¿Qué pasa, cobardica, te da miedo el agua?
-¡No! Y sabes que me he enfrentado a cosas mucho peores. Pero no sé.
-¡Venga ya, Peeta! Vamos a bañarnos. No soporto más este horno de tarde - Y dicho eso hizo algo que provocó que yo estuviera a punto de salir corriendo y taparme la cabeza para el resto de mis días. Se quitó la camiseta y los pantalones, y acto seguido la ropa interior, y mientras yo sentía que era el momento más incómodo de toda mi vida, se zambulló en el agua de cabeza. Yo me quedé petrificado en la orilla, intentando concentrarme en mirar algún punto fijo en el horizonte. Katniss asomó su ahora empapada cabeza desde el centro del lago.
-¿Pero qué haces? - Me gritó - ¡Venga, ven a nadar!
Tardé un momento en atreverme a mirarla. Por suerte para mí, el agua no era tan transparente como para que su cuerpo desnudo pudiera verse desde donde yo estaba.
-Katniss... Yo no puedo - Murmuré. Nadó hasta la orilla y sacó un brazo con el que intentó atrapar mi pierna y tirar de mí hacia el agua. Yo no la miraba, pero me aparté a tiempo.
-¿Qué te pasa, Peeta? ¿Te da vergüenza que te vea sin ropa? ¿En serio?
-No, Katniss, es que yo... - No, no me avergonzaba que ella me viera sin ropa. Me avergonzaba verla yo a ella.
-Qué tonto eres - Se burló - Venga, ven a bañarte o saldré yo a obligarte.
-No, no, tú no salgas - Suspiré yo - Tú quédate ahí. Ya... Lo hago yo - La frené. Ella me hizo una señal de aprobación con la mano y siguió nadando. Yo me quité la ropa lo más rápido que pude, puesto que sí empecé a sentirme ligeramente cohibido de que ella me viera completamente desnudo al aire libre, y me metí en el lago, pero no me moví de la orilla. El agua nos tapaba hasta los hombros. Aquello era estúpido, ella ya me había visto prácticamente desnudo cuando me curó la pierna en la primera Arena.
-No es difícil - Dijo, acercándose. Instintivamente yo me tapé con las manos, aunque por supuesto ella no pudo verlo - Tú haz lo que yo haga.
Cierto, no era difícil. Rápidamente aprendí a mover las piernas y los brazos con la suficiente soltura como para no hundirme, aunque no con la gracia y estilo con los que ella nadaba. Mi pierna falsa me resultó pesada al principio, pero pronto me acostumbré.
Y poco a poco perdí la vergüenza y no me importó que estuviéramos allí juntos y sin ropa alguna. En realidad, lo pasé muy bien con Katniss aquella tarde, buceando y lanzándonos olas de agua a la cara, e inventando juegos con los que divertirnos. La desnudez quedó reducida a algo sin ninguna importancia. De todos modos, aunque yo procuré mirarla lo menos posible, no pude evitar sentirme fascinado cuando era inevitable que el perfil de su pecho, de sus caderas, o de cualquier lugar íntimo de su cuerpo se cruzara ante mis ojos. No pude evitar pensar en lo bonita que era.
Cuando nos vestimos y volvíamos a casa, con la noche a punto de entrar, y aún sin salir del bosque, ella me dio una palmada en el hombro.
-Sólo es cuerpo, Peeta - Dijo, sorprendiéndome - No soy de las personas que se avergüenzan de la desnudez. Es lo más natural que puede haber. Yo soy una mujer, tú eres un hombre. ¿Qué tiene de extraño? Sé que en la primera Arena esas cosas me avergonzaban... Pero he cambiado en muchos aspectos.
Yo la miré y asentí una vez. Mi opinión sobre ese tema había cambiado bastante en una sola tarde, y ahora coincidía mucho con la de ella.
-Ya - Contesté - Lo he pasado bien hoy. Gracias, Kat. Tú también lo has pasado bien, ¿real o no?
Ella movió la cabeza, recordando el juego inventado por el doctor Aurelius.
-Real, Peeta.
Me revolvió el pelo mojado y, antes de empezar a silbar a los sinsajos de nuevo, sonriente me besó en la mejilla.