Habían pasado tres meses desde mi regreso al distrito 12. Delly estaba en lo cierto, las cosas, la vida, aunque con mucho miedo, se iban reconstruyendo. Muchos negocios nuevos se abrieron y nuevos edificios se levantaron. La gente empezaba a vivir en sus casas arregladas y de vez en cuando se escuchaban las risas de los pocos niños que vivían en el 12 ahora.
En el nuevo Capitolio, Paylor seguía ejerciendo como presidenta de Panem, y aunque los órganos de gobierno de la nueva democracia no estaban todavía formados, estaba ejerciendo su mando de manera justa y noble, ayudando a hacer la Transición lo más sencilla posible. La gente estaba expectante ante esto, puesto que la mayoría nunca había conocido otra cosa que la dictadura y la miseria.
Unos de los cambios más significativos en nuestro distrito fue la eliminación de la valla electrificada que vetaba el acceso al bosque. Ahora se permitía cazar y visitar el lugar, y teníamos electricidad las 24 horas del día, aunque para ello debíamos contribuir con un impuesto que variaba según las posibilidades económicas de cada familia en cuestión.
En cuanto a mí, la tarde en la que Delly se fue y yo escuché aquellos gansos, tuve una corazonada que no me falló. Corrí hacia la casa que estaba a tres manzanas de la mía, y encontré las luces encendidas: Haymitch había vuelto.
Mi corazón latía frenéticamente por las ganas de verle, y cuando abrió la puerta y me abrazó dándome fuertes palmadas en la espalda, no me importó su apestoso aroma a alcohol de siempre. Era Haymitch, estaba allí, vivo, en nuestro hogar, y eso me dio las esperanzas de que las cosas volverían a ser buenas y podríamos ser felices.
Haymitch me contó que había pasado todo ese tiempo realizando labores humanitarias en los distintos distritos, junto a Effie.
-¿Qué ha sido de Effie? - le pregunté, curioso. No recordaba ni cuánto tiempo llevaba sin saber algo de ella.
-Después de este tiempo yo le pedí que viniera a vivir al 12. Aquí hay muchas casas vacías y no le iba a costar demasiado trabajo conseguir la escritura de propiedad de alguna. Pero ya sabes cómo es Effie. Sigue anclada a sus raíces y a pesar de haber demostrado ser una gran mujer, ha preferido permanecer en el Capitolio. Aunque ha prometido venir a visitarnos de vez en cuando.
Yo sonreí muy contento y aliviado. Hasta ese momento ni siquiera sabía si Effie seguía viva.
-Me gustará verla - dije.
Haymitch dio un trago a lo que yo deduje que era whisky y se secó la boca con la manga. Sus modales seguían intactos. Después, me contó que había comprado algunos gansos para dedicarse a la cría y la venta, y esa era la explicación de tanto alboroto en el patio trasero.
-Uno se llama Katniss y el otro Peeta.
Yo intenté disuadirle de que pusiera mi nombre al ganso y le dije que no creía que a Katniss le hiciera gracia que el otro llevara el suyo, pero Haymitch no me hizo caso.
-Escucha, chico - me dijo con su voz ronca, señalándome con el dedo - Son mis gansos y los llamo como me da la gana.
Yo levanté las manos en señal de rendición.
-Lo capto...
-¿Cómo está la chica?
Ah, Katniss... Quizá teníamos mucho que hablar sobre ella, pero yo no sabía por dónde empezar. Le conté todo lo que sabía. El entierro de Prim, mis visitas...
Pero el tiempo había pasado desde aquel encuentro con Haymitch y las cosas habían vuelto a dar un giro inesperado.
Hacía algunos días que me había dado cuenta de que Buttercup, el gato de Prim, rondaba demasiado cerca de las tiendas de comida, e incluso de vez en cuando de mi casa, justo cuando casualmente yo estaba haciendo pan o dulces. Eso me hizo pensar en que Katniss y Anne no se estaban encargando de él, pero no le di mucha importancia a esa hipótesis. Sin embargo, llegué a alarmarme después de unos maullidos demasiado fuertes en mitad de una noche, en mi puerta. Me vestí, salí, di comida al gato y me acerqué a casa de Katniss. Las luces estaban apagadas. Llamé a la puerta varias veces y cuando estaba a punto de irme, Katniss, o lo que quedaba de ella, abrió.