Valor

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Las paredes del cuarto donde pintaba, las paredes de la casa entera, se convirtieron de nuevo en mi encierro. No soportaba que saliera el sol, ni soportaba que llegara la noche. No aguantaba estar de pie pero tampoco tumbado. Ni dormido ni despierto. Me odiaba tanto que temía herirme. Puede que incluso lo hiciera, puede que incluso me arrancara retazos de cabello con las propias manos, o que me mordiera la lengua y los labios tan fuerte que hubieran terminado por sangrarme. Lo cierto es que no lo recuerdo.
Durante la primera semana sin Katniss sí recordé algo. El silencio atronador que invadía todo cuando ella no estaba. No lo soportaba. Además, veía su arco y sus flechas, inertes en un rincón de la cocina y tenía que salir inmediatamente de ese sitio. Buttercup debía intuir mi furia, porque bufaba y salía corriendo cada vez que nos encontrábamos. Mis pesadillas volvieron, culminando en un episodio tan fuerte que tiré una de las puertas del salón de un solo golpe. Mis gritos debieron escucharse desde bastante distancia, porque desde el fuerte de mi mente en blanco pude escuchar a un lejano Haymitch llamando al timbre para intentar entrar, seguido de Effie, con el sonido de un llanto infantil probablemente en sus brazos, pero no podría haber abierto aunque hubiera querido. No sé exactamente cuánto tiempo tardé en regresar de mi letargo a mi realidad, pero cuando lo hice lo primero que se me ocurrió fue llamar a Katniss. La llamé una y otra vez durante dos días enteros, pero ninguna de esas veces contestó. Lloré junto al teléfono, con tal impotencia que el suelo me sirvió de cama durante una noche. Desperté temblando de frío, dolorido y con nuevos golpes en la puerta. Tampoco respondí. Me metí en la ducha y no salí de allí hasta que llegó el mediodía. No comí, volví a llamar pero ella seguía sin querer contestarme. Así que me senté en el mismo suelo donde había dormido y cogí papel y lápiz para escribirle una carta, pero las palabras estaban atascadas en mi cabeza. Estrellé el lápiz con tal fuerza que se partió y rompí el papel con tanto enfado que me arañé dos dedos de la mano derecha, haciéndome sangre. ¿Aquello estaba pasando de verdad? ¿Katniss se había ido convencida de dejar nuestra relación? No, no podía quedarme de brazos cruzados, no podía perderla por el error de haberla agobiado. Tenía que solucionar aquel desastre, ¿pero cómo? Había sido un imbécil. Su decisión de no ser madre no era desde luego un capricho. Era algo mucho más doloroso, para ella más que para nadie. Porque esa decisión era fruto de un miedo del que no podía desprenderse, o al menos no sin mi apoyo y cariño. Maldita sea, tanto la quería y en tan poca consideración tenía sus sentimientos. Debía comprender, sin nadie más que yo mismo, que para Katniss era un castigo del destino y de sí misma el no tener hijos. Por el miedo a que sufrieran y por sentir el amor que sentía hacia mí y que sin embargo su mente no le permitiera traer a un niño a este mundo conmigo. Conmigo, que era la persona que ella más quería en el mundo. Tal y como ella había dicho, la única persona con la que ella habría llegado a ser madre. ¿No me daba entonces cuenta del regalo que era eso? Que el amor de mi vida solo se plantease ser madre si el padre de sus hijos era yo. Estaba seguro de que no había nada más puro en la vida que algo así. Y por eso entendí que solo un idiota de mi nivel podría haber comprendido todo eso una vez que el daño ya estaba hecho. Y no. No podía perder a mi Katniss, era la mujer de mi vida y la había querido con todo mi ser desde la primera vez que estuve frente a ella. Un pensamiento erróneo, una duda momentánea no podían acabar con todo lo que estábamos construyendo juntos. Tenía que ir a buscarla para pedirle perdón y hacer que todo volviera a ser como antes. Ella era mi chica. Ella era mi vida, lo más precioso que había tenido y tendría delante, y era lo único que me importaba. No se trataba de ganar o perder. Yo la amaba, cuando hablaba, cuando dormía, cuando la miraba, la amaba con todas mis fuerzas tanto cuando hacía el amor con ella como cuando discutíamos. La energía desprendida en ambos casos era igual de fuerte y el amor aún más. La necesitaba para saber vivir, por obsesivo que esto suene. En tantos sentidos era mía y a la vez ese sinsajo libre que era… Porque Katniss había nacido del vientre de su madre, pero en realidad era como si hubiera nacido del cascarón de un pájaro. Eso era ella, el ser grande y nómada, sin rumbo, del que yo me había enamorado tan perdidamente. Tenía que tener claro que su felicidad era esa, sus decisiones, desplegar sus alas, ser ella misma. Tenía que hacérselo saber. Y cuando volviese a tenerla delante, lo tenía muy claro, no solo lo haría, sino que le pediría que se casase conmigo. Porque yo quería hacer mi esposa a esa mujer única que había cambiado el mundo y que había puesto patas arriba el mío. Yo quería que el mundo entero supiera que Katniss Everdeen, para todos los demás la chica en llamas, para todos los demás el Sinsajo, era la mujer con la que iba a pasar el resto de mis días. Porque para ellos era el símbolo de la liberación y de la paz, pero para mí era la niña que cantaba la canción del Valle, la chica sencilla que sacó adelante a su familia a pesar de su edad e inocencia, la que me salvó la vida tantas veces, la que sin pensarlo se ofreció a dar su vida para salvar la de su pequeña hermana. La chica que sobrevivió en tan incontables ocasiones que pasó a la Historia. Ella, quien salvó al mundo jugándoselo todo y perdiendo su hogar y a su familia. Katniss, la mujer a la que se le hacían hoyuelos en las mejillas cuando yo le hacía reír. Aquella que me despertaba con suaves besos y llamándome en voz baja por mi nombre, al oído. La que me acariciaba el pelo, la que salía del baño chorreando agua por su melena castaña y dejaba empapado el suelo. La que se marchaba temprano a cazar y volvía feliz de haber estado respirando aire puro. La que buscaba mi boca y mordía mis labios, sin darse apenas cuenta, cuando hacíamos el amor y lo disfrutaba al máximo. Dios, aquellos eran los momentos más fantásticos que jamás viví. Con Katniss, la que me había tranquilizado, a pesar de sus propios nervios, y me había hecho coger las estrellas entre mis manos, la primera vez que eso ocurrió. Recuerdo cómo me besaba en la cabeza y me acariciaba las mejillas mientras le quitaba la ropa con mis manos temblorosas. La intimidad de observarnos sin palabras. Parecía que había pasado una eternidad desde aquella noche… Me había imaginado tantas veces esa situación, y sin embargo fue tan diferente en la realidad. Katniss... Ella era, simplemente, quien me hacía feliz, la que se empeñaba en ayudarme en la cocina y acababa destrozando las comidas que trataba de preparar, pero sin perder su humor. La que pasaba las tardes enteras conmigo frente a la chimenea del salón, echando a Buttercup y escribiendo y dibujando en nuestro viejo libro de recuerdos. La que me escuchaba, la que me entendía y me calmaba. Tan inteligente, tan noble. Esa era ella. Quería que todos supieran que tenía el orgullo y el privilegio de ser el hombre que iba a despertar con ella cada mañana, que la iba a comprender y a valorar, que iba a envejecer a su lado. Deseaba con mi vida dejarle claro al mundo que yo era quien iba a vivir para hacerla feliz más allá de cualquier frontera, mental o física.
Habían pasado ya tres semanas. Yo había pensado mucho, mucho, y había dejado pasar el tiempo para que ella también pudiera hacerlo. Era lo justo. Y entonces un haz de sensatez sobrevino a mi mente con la misma rapidez que lo había hecho la furia, y me vestí y me preparé para coger el tren que más pronto saliera al Capitolio. No pasaría un solo día más sin Katniss.
Fue entonces cuando escuché de nuevo golpes en la puerta de la entrada. Pensé que ya era hora de dar la cara y recibir a Haymitch o a Effie, así que bajé y abrí sin reparo.
Pero detrás de la puerta no estaban ni Effie, ni Haymitch. Ni siquiera Katniss. Detrás de la puerta estaba Gale.
Sentí cómo se me quedaba cara de tonto enfrente de aquel joven al que hacía tanto tiempo que no veía. Gale estaba muy cambiado. Seguía manteniendo el brillo grisáceo de sus ojos de la Veta y su cabello oscuro, exacto en tono al de Katniss, pero había crecido y se notaba que había hecho mucho ejercicio físico. Su musculatura había aumentado, y su estatura era impresionante. Yo tenía los músculos justos de un hombre de mi edad y en cuanto a tamaño era normal acercándome a bajo, pero Gale, a pesar de tener solo dos años más, tenía todo el aspecto imponente de un hombre adulto. Por supuesto, era la última persona a la que esperaba encontrarme.
-¿Pero qué haces tú aquí? - Le solté, todavía estupefacto.
-Vaya, Peeta - Me dijo -. Estás… Muy… - Debió haber pensado lo mismo que yo, porque me miraba con gran sorpresa - Bueno, he venido a ver…
Ya lo imaginaba.
-¿A Katniss? - Me adelanté.
-Sí… - Se notaba que aquel no era el encuentro que él había esperado - Pero no me esperaba encontrarme contigo aquí, en su casa.
Yo asentí.
-Ya, es que esta ahora es nuestra casa.
No es que me importara que Gale hubiera venido, pero había bastantes cosas que explicarle. Abrió mucho los ojos.
-¿Vuestra casa?
-Anda, pasa - Le ofrecí. Me aparté de la puerta y él entró con timidez, mirando todo a su alrededor.
-Qué colorido.
Yo cerré la puerta.
-Sí, Katniss y yo estuvimos pintando. Oye… Bueno, ¿quieres tomar algo?
Él se encogió de hombros y asintió, obviamente preguntándose dónde demonios estaba Katniss, que era lo que le interesaba, pero pasó a la cocina y yo saqué unos refrescos. Me senté frente a él. No sabía qué decirle. Por suerte a él se le ocurrió hablar primero.
-¿Dónde está Katniss? - Fue directo al grano.
-No está.
-¿Cómo que no está? ¿Dónde está?
-En el Capitolio. Supongo.
-¿En el Capitolio? ¿Qué hace allí?
-Trabaja. Para Paylor.
-¿Para Paylor? Diablo, realmente me he perdido cosas.
-Bastantes - Dije yo, bebiendo de mi refresco después. Solté el vaso en la mesa y seguí mirándole. No podía evitar sentirme desafiante. Pasó un rato sin que habláramos.
-Katniss y tú estáis juntos - Afirmó entonces, frunciendo el ceño.
-Así es - Quería que lo tuviera claro. No tenía problemas con Gale, ni los quería, pero ella siempre sería nuestra tensión latente.
-Vaya - Dijo, con algo de nostalgia en la voz -. Me alegro por vosotros, Peeta. Te llevaste a la chica, te felicito. Es una gran chica.
-Lo es… - Dije yo, sorprendido por su gentileza. Pensé que había venido a tratar de reconquistarla, como el caballero andante por el que yo siempre le había tomado. Una imagen ciertamente ridícula del gran amigo enamorado de mi… ¿Novia? No me gustaba esa palabra. Que Katniss era mía no significaba nada más que el hecho de que yo tendría su amor hasta que ella quisiera que dejara de tenerlo. Nadie es de nadie, Katniss no era nada mío. Quizá precisamente por eso la quería tanto.
Entonces Gale se rió y meneó la cabeza.
-No he venido a reconquistarla, Peeta. Puedes estar tranquilo - Dijo, como si me hubiera leído el pensamiento. Yo asentí.
-Lo estoy. Confío en Katniss. Y si ella quisiera irse contigo… Pues sería su decisión.
Eso le provocó más risa aún.
-Y ahí está la caballerosidad de Peeta Mellark. Por favor, sabes que ella jamás te dejaría y se vendría conmigo. Está loca por ti. Lo ha estado siempre, lo que pasa es que es una cabezona. Y eso también lo sabes.
Yo me sentí menos tenso. ¿Por qué había venido Gale a buscar a Katniss entonces?
-Sí, es dura de pelar. Pero la quiero muchísimo.
-Ya. Es algo que terminé aceptando, ¿sabes? Mira, no te niego que he sentido cosas muy fuertes por ella, pero he comprendido que no es mi chica. Es la tuya, sin duda. Tú y yo, aunque suene muy raro, formamos algo en torno a ella. Los dos la queremos más que nadie, solo que yo en cuanto a amistad y tú en cuanto a amor. Por eso he venido, para pedirle perdón y recuperar su amistad.
Eso era mejor aún.
-Me alegro. Espero que ella sepa llevar esta situación cuando vuelva, aunque no sé cuándo lo hará.
-¿No? ¿Acaso no hablas con ella?
No me apetecía explicarle a Gale mis problemas con Katniss, pero se lo resumí.
-Puede decirse que no estamos pasando por nuestro mejor momento.
Él no insistió.
-Lo siento. Espero que no sea nada. Mira, Peeta, sé que no puedo aparecer por aquí y hacer como si lo de Prim no hubiera pasado, y como si no hubiera estado intentando enamorar a Katniss… Pero creo que se puede rectificar en la vida.
-Yo también lo creo. Y no tengo nada que perdonarte ni reprocharte. Si Katniss te acepta de nuevo en su vida, yo estaré encantado. Nunca te he culpado de lo de Prim, aunque al principio estuviera confuso con eso. Con el paso del tiempo he comprendido que aquello fue un capricho terrible del destino. Toda la guerra lo fue. Mejor dicho, todas las guerras lo son.
-Gracias.
-No hay nada que agradecer. Intento ser sensato.
Se levantó de la silla.
-Peeta, cuídala mucho. Ella es maravillosa y no se merece nada distinto a eso.
-Lo sé.
-Estoy en la hospedería del principio de la cuesta alta, la de dos calles junto a la plaza. Esperaré a que Katniss vuelva y hablaré con ella. ¿Le dirás que he venido?
-Se lo diré. Descuida.
-Gracias, Peeta. Cuídate tú también.
Me quedé pensando. Nunca cogí ese tren al Capitolio. Pasó otra semana hasta que Katniss volvió.

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