Jan
Cuando me enfadaba con mis padres o me sentía frustrada por algún motivo, iba al bosque. Mi padre siempre decía que era una costumbre que había aprendido de mi madre, pero yo solo lo hacía porque allí estaba la única persona de mi familia con la que podía hablar sin que me reprochara nada. Mi tía Primrose. Suena macabro, porque si ella no me contestaba era porque estaba muerta. Pero a pesar de eso yo me sentía reconfortada hablando con ella. A veces iba hasta allí y me llevaba papel y lápiz para intentar dibujar. Porque los dibujos de mi padre siempre me habían parecido preciosos, pero nunca lograba imitarlos. Tenía uno que era mi favorito, solo un esbozo a mano alzada, y era de mí bailando en el prado con pocos años. Pero mi padre guardaba ese dibujo con mucho cariño, yo lo sabía porque lo había guardado entre las páginas del libro que de vez en cuando mi madre y él sacaban y sobre el que escribían. No solían dejarnos mirar aquel libro, pero siempre decían que algún día lo harían.
Mi abuela Clara vivía con Haymitch desde poco después de que Effie y él se separaran, hacía unos tres años. Simone seguía viviendo con ella en una casa de la Aldea de los vencedores, pero no en la misma en que la sus padres habían vivido desde que volvieron al distrito después de la guerra. Haymitch había seguido criando gansos y mi abuela trabajaba como enfermera en la clínica local.
Una tarde, poco después de cumplir yo los quince años, me senté en el porche a esperar a Finnick. Sabía que volvería cansado del Capitolio, en donde había estado unas semanas de viaje, y que le molestaría especialmente con mis típicos comentarios sarcásticos si yo era lo primero que encontraba al llegar a casa. En realidad, yo no entendía muy bien por qué disfrutaba sacando de quicio a Finnick. Quizá era una forma más de entretenerme en tantos ratos de aburrimiento que tuve en mi adolescencia. Me gustaba sentir que provocaba algún efecto en él. Finnick era un universitario, ocho años mayor que yo, muy guapo, muy inteligente, muy culto, y para una niña de quince años como lo era yo, resultaba agradable ver que parte de él hacía caso a mis llamadas de atención, aunque solo fuera por enfadarse. Pero ese día fue distinto.
-Hola, Willow - Me dijo al aparecer por la puerta, viéndome sentada con mi largo pelo negro movido ligeramente por el viento. Al escuchar su voz mi corazón dio un vuelco y levanté la mirada. Mis ojos azules se encontraron con los verdes suyos y me sonrió, lo cuál no era muy habitual en él. Rápidamente reparé en que no venía solo. Agarraba su mochila y de la mano agarraba a una chica joven, rubia, de cabello largo y ojos negros, también sonriente. Yo me mantuve seria, con el corazón a mil por hora, mirándoles a los dos.
-Hola, ¿eres Willow? Finnick me ha hablado de ti - Dijo ella, acercándose para darme un beso. Mi boca abierta no le sorprendió nada - Yo soy Jan.
-Ella es mi novia, Willow.
Mis padres no comprendían el motivo de mi enfado, pero yo pasé los siguientes días negándome a hablar con nadie excepto con mi hermano y con Simone. Lloraba mucho por las noches, cuando me acostaba, y esa fue la época de mi vida en que comprendí que me había enamorado de él. Sí, de Finnick. Como una niña tonta que se enamoraba del chico guapo que jamás se fijaría en ella. No soportaba bajar y verle con Jan, dándose besos, diciéndose cosas bonitas y siendo felicitados por todos porque se iban a casar. Finnick había traído a Jan para anunciarnos a todos que, después de poco más de un año saliendo, sin que por cierto nosotros supiéramos nada de eso, se iba a casar con ella.
Por primera vez en mi vida experimenté los celos. Por más que intenté calmarme y ser amable con Jan, me era imposible. No podía evitar provocar a Finnick con comentarios malintencionados, y todo ello conllevó que mis padres me regañaran y me dejaran por imposible más de una vez.
Pasaron los meses y tuve que soportar su presencia varias veces en mi casa, hasta que llegó el día en que Finnick y ella anunciaron que se casarían en menos de medio año, poco después de terminar la universidad.