Pasaron otras dos semanas hasta que me convencí de que Katniss mejoraba.
Los primeros días sufría unos cambios de humor tan fuertes que me decidí a llamar a Sae para que me ayudase a lidiar con ella: se negaba a comer. En manos de la anciana mujer, al menos le era más complicado mantenerse en ayunas.
Finalmente Sae accedió a llevarle el almuerzo a Katniss todos los días hasta que se pusiera mejor, bajo mi petición de que lo que comiese tuviese la suficiente sustancia como para que no tardara en poder volver a ponerse en pie.
No hizo falta que llamase al médico para que la revisara, pero sí que hablé por teléfono con el doctor Aurelius, que me indicó expresamente que la vigilase durante las noches. Eso me hizo pensar.
¿Qué iba a hacer yo durante las noches en casa de Katniss? Me sentía cohibido y además estaba el tema de mis pesadillas. Yo seguía despertándome en medio de la oscuridad, cubierto de sudor y gritando. Estaba claro que yo también necesitaba ayuda, pero me daba más miedo asustar a Katniss con mis malos despertares y horribles desvelos. Pero no me pude negar a quedarme con ella. Estaba sola, no podía irme a casa y abandonarla a su suerte. No era una niña, tenía bien entrados los veinte años, pero su madre se había ido y los horrores de la guerra seguían pululando a sus anchas dentro de su cabeza.
Así que me acomodaba en el sofá con varias mantas, después de asegurarme de que ella cenaba y se quedaba dormida en su habitación, y durante horas pensaba y pensaba. Era una suerte que Haymitch hubiera vuelto, porque hacía a Katniss reaccionar. Una corta visita suya bastaba para alterarle los nervios, pero eso era buena señal: en su interior estaba viva.
Al día siguiente de encontrarla tan mal, estuve pensando en cómo contactar con Anne. ¿Por qué se había marchado así? Comprendía su incapacidad de mantenerse en el 12 después de lo de Prim, pero al fin y al cabo Katniss también era su hija. Yo nunca había tenido una madre cariñosa, pero en mi cabeza existía el concepto de que una buena madre, una madre de verdad, no abandonaba a sus hijos.
Desde luego me fue imposible saber nada de ella. Solamente sabía que se había marchado al 4, supuestamente, pero eso no me daba ninguna otra pista. De todos modos, ¿qué pretendía? ¿Gritarle? ¿Reprocharle que hubiera dejado a Katniss sola? ¿Quién era yo para culpar de nada a esa mujer destrozada? Quizá sólo fuera cuestión de tiempo que volviera, quizá sólo necesitara tiempo y finalmente volvería, con un perdón en sus agrietados labios, un perdón que seguramente Katniss, terca como una mula, no aceptaría...
Así que, en vista de que era imposible comunicarme con ella, me dediqué a pensar en qué pasaría a partir de entonces con nosotros. Vale, sí, teníamos toda la vida por delante. ¿Y qué significaba eso? Mucho tiempo que cubrir. Fue entonces cuando pensé que era hora de empezar un proyecto al que llevaba tiempo dándole vueltas: reconstruir la panadería.
Le comenté mi idea a Haymitch durante una mañana en la que por fin Katniss se había levantado de la cama para algo más que para ir al baño o gritarme, y se encontraba ocupada persiguiendo a Buttercup por la casa con una escoba para echarlo a la calle. Ni Haymitch ni yo le estábamos haciendo caso mientras charlábamos sentados en la mesa de la cocina. Me contraje un poco cuando escuché el sonido de lo que supuse que sería un jarrón rompiéndose en la distancia.
-No es mala tu idea de la panadería, muchacho - me decía él mientras bebía de su petaca. Le había pedido que procurara no beber tanto mientras me ayudaba con Katniss, al menos, pero a pesar de que aceptó el acuerdo, el alcohol parecía superior a sus fuerzas - Tendrás que mantenerte de alguna forma. Sí, ahora a la chica y a ti os sobra el dinero, pero no durará siempre.
-Ya, y no es sólo por el dinero - dije yo -. Necesito una distracción, de verdad, tengo que ocuparme en algo. Y pintar a veces no es suficiente - añadí, pensando en la habitación cerrada de mi casa, la habitación en la que había metido todos mis cuadros y en la que me encerraba a pintar cuando me llegaba alguna crisis mental.
-¿Y qué hará Katniss? - continuó Haymitch, haciendo oídos sordos, al igual que yo, a las quejas de la mencionada en el piso de arriba. Se escucharon unos maullidos alocados.
Yo me encogí de hombros.
-No tengo ni idea - dije - Aparte de matar al gato, creo que acabará volviendo a cazar.
-Podría ayudarte a montar la panadería.
Yo bufé, irónico.
-Si le cuesta verme aquí, Haymitch. Me insulta si me acerco demasiado a ella - bajé la mirada - Temo que de veras se esté volviendo loca.
-Siempre ha estado loca. Te recuerdo que es Katniss Everdeen.
-Fuera - se escuchó entonces su voz en la puerta de la cocina - Fuera, fuera, ¡los dos! Y ese maldito gato asqueroso. Necesito quedarme sola.
La miramos. Estaba despeinada y tenía un arañazo en la mejilla, la ropa arrugada y sus ojos echaban chispas. Daba verdadero miedo.
-Tranquilízate, preciosa, solo es un gato - Intentó calmarla Haymitch, poniéndose de pie. Pero ella no se amilanó.
-¡HE DICHO QUE FUERA! - gritó. Buttercup pasó corriendo y bufando detrás suya, como si quisiera provocarla. Haymitch y yo nos marchamos rápido y yo procuré sacar al gato con el pie antes de dejarle a solas con una endemoniada Katniss, de la que quizá no saldría vivo. Buttercup saltó los escalones del porche y atravesó el jardín perdiéndose entre los matorrales. Haymitch y yo pensamos en continuar nuestra conversación en su casa.