Esplandor en la hierba

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Así fue como el dormir juntos se convirtió en una rutina. Cada noche, Katniss se apartaba en la cama y esperaba a que yo me tumbase a su lado, para rodear su ligero cuerpo con mis brazos y darle mi calor. Le acariciaba el pelo con suavidad, sin que ninguno hablara, hasta que finalmente nos dormíamos, ella antes que yo, a veces dándome la mano y otras agitándose poco después, en alguna de esas horrendas pesadillas de las que despertaba buscando mi consuelo. Cuando Katniss se sumía en esa clase de terroríficos sueños, despertaba temblando y llorando, muchas veces pronunciando el nombre de su hermana, otras el de su padre, algunas más el de Rue, el de Gale o el mío. Yo le susurraba palabras tiernas y dejaba que se recostase en mi hombro hasta que se cansaba de llorar y volvía a dormirse, a veces no por mucho tiempo hasta que otra pesadilla volvía a apoderarse de su descanso.

-Estoy aquí, Katniss - Le decía yo - Solamente es una pesadilla. Estamos bien, tranquila...

En algunas ocasiones le era imposible seguir durmiendo y se mantenía despierta relatándome el contenido de sus sueños.

-Suelo soñar con la muerte de Rue y con la de Prim. Aparecen Mags, y Madge, y un río de sangre inunda el distrito y todos vosotros morís ahogados mientras yo no puedo hacer nada para salvaros. Pero luego la sangre se transforma en rosas blancas y sus espinas se me clavan mientras veo a Snow... Y aparecen la Comadreja, Glimmer, Cato... Y me reprochan que yo les maté. No puedo soportarlo, Peeta.

-Tú no mataste a Cato. Y fui yo quien sin querer mató a la Comadreja con las jaulas de noche. Y lo de Glimmer... Tenías que bajar del árbol, no tienes la culpa de que ella tropezase y le picaran las rastrevíspulas. Deja de culparte, Katniss.

-No me hables, Peeta... No quiero escuchar nada.

Los sueños de Katniss eran el equivalente al contenido de mis pinturas. La vía de escape que nuestras mentes habían encontrado a todo el sufrimiento que habíamos experimentado. El hambre y la miseria, la pérdida de nuestros seres queridos, el vernos obligados a convertirnos en unos asesinos de dieciséis años que cargarían toda su vida con el peso de esas muertes en sus conciencias... A veces, parecía que nuestro castigo era seguir vivos.

Pasadas las semanas, ella sufrió sus clásicos cambios de humor de nuevo, como los del principio después de enterrar a Prim, pero esta vez yo tenía mucho más claro cómo ayudar a que los superara. A pesar de que ella aseguraba que sus pesadillas habían disminuido gratamente desde que estaba conmigo en el distrito y pasábamos las noches juntos, yo la amaba. Para mí, no sería suficiente hasta que pudiese ver que ella era completa y absolutamente feliz, y haría todo lo posible por conseguirlo.

Yo ocultaba mis frustraciones y procuraba mantenerme todo lo alegre posible, para que Katniss se contagiase de esa dicha y le fuese más sencillo avanzar, pero estar a su lado, además de bonito, no era nada fácil. Yo lidiaba con mis sentimientos, con mi amor por ella, con mi necesidad cada vez mayor de entregarle todo aquello que había crecido en mi interior. Era tan difícil dormir a su lado cada noche y no poder tocarla, no poder besarla, no poder repetirle mil veces lo mucho que la quería y lo eterno que ese sentimiento sería... Katniss en ocasiones me notaba triste y me preguntaba qué me pasaba, pero yo nunca le contaba que cada vez me convencía más de que si ella nunca llegaba a corresponder mi amor, yo me quedaría solo hasta el fin de mis días. La única mujer para mí era ella, como lo había sido siempre, desde niños, cuando yo ya fantaseaba en mi inocencia con que jugábamos juntos, en el viejo columpio de detrás del colegio, y con que tocaba las dos trenzas que siempre llevaba, que parecían tan suaves, y con que la veía correr con sus vestidos de niña, que se movían con el viento de una forma que a mí me cautivaba. Me imaginaba continuamente cómo sería poner flores en su pelo, recordaba el vaivén de sus pies dentro de sus zapatos de charol negros mientras estaba sentada en la silla de clase, y su voz... Sobre todo su voz. Cada día, cuando mi padre me tomaba de la mano para regresar a casa después del colegio y yo giraba la cabeza para ver cómo ella caminaba hacia la Veta, algunas veces con su padre, otras con su madre, y más adelante con su pequeña hermana de la mano, recordaba la canción del Valle, en la voz cautivadora de aquella niña bonita y extraña que, yo no entendía por qué, me fascinaba.

Al crecer, mis pensamientos sobre ella cambiaron, y seguía siendo para mí la niña de las minas, Katniss, mi compañera de clase, pero también un inicio de mujercita por la que empecé a sentir cosas nuevas. La necesidad de jugar dio paso a la necesidad de abrazar y besar, de hablar, de pasear con ella de la mano y pasar las tardes en algún lugar apartado en donde poder repetirnos lo mucho que nos gustábamos y hablar de mil y una cosas.

Pero ahora, la niña de la Veta y yo ya habíamos crecido y nos habíamos convertido en dos adultos cuyos planes de vida no coincidían en absoluto con los que podíamos haber tenido varios años antes. Katniss era más dura que nunca, pero me gustaba sentir que yo suavizaba ese carácter.

-¿Has visto el nuevo edificio que han construido cerca del Quemador? - Me dijo una tarde, mientras escribíamos en el libro y Buttercup se echaba la siesta encima del sofá - Es un cine.

-¿Un cine? ¿Qué es eso? - Seguí yo, pintando en una de las hojas.

-Creo que es una sala en donde la gente puede pagar para ver películas - Explicó ella - También han construido un parque, y una biblioteca. Ay, Peeta... ¡Una biblioteca! ¿Imaginas la cantidad de libros que podremos leer? ¿Imaginas la cantidad de cosas que podremos aprender?

-Sí - Dije yo, compartiendo su emoción - Me encantará ir y empezar a investigar. Hace tiempo me prometí que lo haría. Quiero saber cómo era el mundo antes de los Días Oscuros.

-Y yo... - Suspiró ella, ensimismada.

-Eso del cine parece divertido. ¿Quieres que vayamos esta tarde?

Y así nos vimos, después de hacer cola durante un rato frente a la taquilla de entradas de un edificio de colores alegres y carteles que llamaban la atención de cualquiera, sentados en una sala llena de butacas frente a una pantalla de tela de un tamaño descomunal. Yo invité, pero Katniss eligió la película. Se llamaba "Esplendor en la hierba", y según decía el cartel, había sido un clásico durante los tiempos antiguos, y una de las pocas películas que se habían salvado tras la Tercera Guerra Mundial, la que nos había llevado a aquellos nuevos tiempos y a Panem, nuestra nación actual.

Nos sorprendimos un poco cuando apagaron las luces y el sonido atronador nos envolvió. Katniss me dio la mano. Aquella situación para mí era rara. Había escuchado historias sobre jóvenes de los viejos tiempos que aprovechaban la oscuridad para besarse, pero yo no me imaginaba volviendo a eso con ella. Katniss y yo solamente nos protegíamos, como dos buenos amigos. Nuestros besos habían quedado en las ya destruidas arenas, como parte del espectáculo del que el Capitolio nos hizo protagonistas. Aunque los míos hubieran sido sinceros, y los primeros por supuesto, ella había dejado claras sus intenciones.

La película resultó ser maravillosa. No conocía el nombre de los actores, pero me parecieron fantásticos. Hacia más o menos la mitad, sorprendí a Katniss observándome y yo le sonreí. Ella no me devolvió la sonrisa, así que me acerqué a su cara.

-¿Pasa algo? - Le pregunté - ¿No te está gustando la película?

Y entonces, sin previo aviso y provocando en mí otra taquicardia, me besó en los labios. Rápidamente, solo un beso, y a pesar de la oscuridad pude ver perfectamente cómo sus mejillas enrojecían. Debía estar a aquellas alturas acostumbrado a sus besos, pero no lo estaba. No lo estaba, porque aquel besó había sido nuevo. Esta vez, las cámaras del Capitolio no existían. Nadie nos estaba mirando. No teníamos por qué besarnos si no nos apetecía.

Pero, al parecer, sí que nos apetecía, porque seguimos y seguimos besándonos, lenta y suavemente, hasta que encendieron las luces al acabar la película.

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