9: Bienvenida

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Mi hermana y mi mama iban conmigo a mis lados y me sentía como si fuera escoltada hacia prisión. Tenía la sensación de que esa psicóloga me daría miedo, la sesión anterior me había explicado con lujo de detalles mi situación mental, pero al final había olvidado todo.

Me daba miedo de que todo lo que me dijeran se me olvidará y no sabía si era porque estaba realmente aburrido o porque mi amnesia era peor de lo que creí.

-Estas temblando.- Me susurro mi hermana en el oído para que mamá no escuchará, no sabía porque se empeñaba en que mamá no escuchará nada de lo que ella y yo habláramos. ¿Siempre habíamos mantenido secretos?

-Estoy un poco nerviosa.- Le dije lo suficientemente alto para que mamá volteara hacia nosotras y mi hermana me dió una mirada de reproché.

-Esta todo bien, Lu. No hay de que temer. La señorita Montés te va a ayudar.- Hablo mamá sobando mis hombros como un gesto maternal.

¿Siempre de comportaba así de cariñosa? Me abrumaba un poco.

Sólo hace unos días me había enterado de que era mi madre, necesitaba tiempo.

-¿He ido al psicólogo antes?- Pregunté retorciendo mi blusa verde pantano. No me gustaba mucho el color, pero Jenn me había dicho que amaba esos colores opacos y desgastados.

Suerte que mamá no se enteró, porque la hubiera regañado sobre decirme algo de mi misma.

-No insistas en preguntas que no podemos responder, Lu. Ahora entra ahí y habla de lo que quieras. La psicóloga no revelará nada que tu no quieras.- Mamá me besó la sien y me estrecho en un abrazo que me quito el aliento.

Jenn beso sonoramente mi mejilla dejando su pintalabios carmín en ella.

¿Por que no me había puesto maquillaje? ¿Lo usaba?

-Te recogeremos a las cuatro.- Hablo mamá por última vez llevándose a mi hermana con ella.

Abrí la puerta con cuidado y entre a la sala que estaba casi vacía.

Había un escritorio de madera oscura, detrás de él una silla giratoria que era ocupada por una señora no mayor de cuarenta con rasgos latinos.

Me sonrió levantándose de la silla y me di cuenta de que tenía una carpeta en las manos con mi nombre en ella.

Lucía Johnson.

Se me hacía muy extraño ni siquiera reconocer mi propio nombre.

-Lucia, bienvenida.-Me señaló en sofá frente a ella y tomé asiento sin decir nada.

La psicóloga se sentó y saco de debajo del escritorio una laptop abriéndola.

-Justo estaba revisando tu expediente. Toda tu vida está aquí escrita, no sabes cuantas personas entreviste para saber de ti. Pero mi trabajo es que tu cerebro lo recuerde por sí solo.- Explico poniendo el expediente a lado de la laptop y estuve tentada a pedírselo.

Mire que mis rodillas estaban temblando y fruncí el ceño. ¿Por que temblaban a cada rato?

Me daba cuenta que mis pies no estaban muy coordinados y quizá se deba al accidente que tuve.

Mi cabello era un desastre también.

-¿Quieres decirme algo?- Me dijo cuando se dió cuenta de que estaba perdida en mis pensamientos. No confiaba en ella, tenía un acento extraño y el saber que poseía en sus manos todos mis recuerdos, era aterrador.

-Me dicen Lu.- Dije en un susurro. ¿Por que era tan tímida?

La psicóloga sonrió haciendo que dos hoyuelos aparecieran en su rostro.

-Muy bien, Lu. Vamos a empezar con cosas simples. Sabes tú nombre, tu apodo, que tienes una madre, una hermana...- Dejo la frase al aire y me indico con la mano que continuará.

-Hay un chico.- Se me escapo de los labios antes de que pudiera detenerlo. La señorita Montés alzó sus cejas sorprendida. -Quiero saber que es mío.- Demandé con un poco más de coraje con el que entre.

-Sabes que no puedo decirlo, no puedo.-

-¡Tiene que decírmelo!- Grité perdiendo los estribos y al instante en que supe que le había gritado a una persona mayor, me eche a llorar.

La señorita Montés me miro con compasión.

-No sabe lo difícil que es ver que todos tienen su vida cuando yo la perdí. Veo como me mira mi familia, como si no me reconociera. Yo no me reconozco. Quiero poder ser yo otra vez. Por favor, tiene que ayudarme.- Me tape la cara con las manos ocultando mi rostro húmedo. Estaba siendo dramática, lo sabía, pero era todo lo que podía hacer desde que desperté; llorar.

No sabía que podía ser tan frágil.

-Haremos algo.- Dijo levantándose para tenderme un pañuelo. -Cada vez que recuerdes algo, por mínimo que sea, te revelaré algo. ¿Eso está bien para ti?- Pregunto volviendo detrás del escritorio dándome espacio.

Asentí limpiando me las lágrimas.

-Ahora cuéntame sobre ese chico. ¿Recordaste algo de el?- Negué con la cabeza.

-Fué la primera persona que ví cuando desperté. Me pidió matrimonio, ¿sabe lo loco que fue eso? Ni siquiera lo conozco. Pero se que puede haber una posibilidad de que el y yo... Tengamos una historia que yo desconozca.-La doctora me miro esperando que continuará y en su rostro ví que estaba absorbida por la historia. -Puede que mi cerebro no sepa quién es, pero lo sentí aquí. Algo muy fuerte, me dolió pero se sintió realmente bien.- Me di cuenta de que había dejado de llorar pero ahora la psicóloga había empezado a hacerlo.

-Lo siento, perdón. Es que es muy romántico.- Fruncí en ceño mirándola mal.

-¿Como es romántico no recordarlo? Eso apesta.- Se sonó la nariz y tiró el pañuelo al cesto de basura.

-Es muy romántico, me encantan estas cosas.-

-No lo es. ¿Y por que sería romántico? No se que es mío, puede ser solo un chico que estaba ahí porque me hizo mucho daño y quería enmendar sus errores.- Esa idea mi cerebro no la rechazo y me sentí familiar con esas palabras. ¿El me había hecho daño? ¿Que fue lo que me hizo?

-No lo es, ¿como explicas que te pidiera matrimonio?- Dijo con las cejas ligeramente fruncidas.

-¿Una broma?- Dije más bien como una pregunta pero llamó mi atención otra cosa. -¿Como sabe usted lo del matrimonio?- Le dije con reproche y ella descanzo su espalda en el respaldo luciendo satisfecha con algo.

-Mis fuentes son confidenciales.- Dijo con una pequeña sonrisa.

Busque algo en mi mente que pudiera servirme y me llegaron sus palabras.

Ella había entrevistado a muchas personas sobre mi, también lo había entrevistado a él.

Al chico de ojo verdes. Si es que sabía su nombre, no lo recordaba.

-¡Lo entrevistó!- Grité apuntando la con el dedo como si la estuviera acusando de algo.

-Puede que lo haya hecho, se mostró muy cooperativo.- Mi vista se fué inmediatamente a mi expediente. Quería leerlo, ¿que había dicho de mí? La señorita Montés capto mi mirada y alejo el expediente de mi. -De eso nada, tenemos un acuerdo. Mientras más rápido recuerdes, más puedo decirte. Así que empecemos.-

-No parece una psicóloga de verdad.- Dije entre dientes fulminandola con la mirada.

-Lo soy, cada quien usa diferentes métodos. Bien, quiero que repitas lo que sabes. Haz una oración que deberás decir todos los días. 'Mi nombre es Lucía Johnson, me dicen Lu. Tengo una madre, una hermana. Tengo veinte años...-

-Espere.- Levanté mi mano haciendo que se detuviera. -¿Tengo veinte años?- Pregunté confundida. Cuando me mire en el espejo no parecía tan mayor.

Los mejores años de mi vida...Perdidos.

-Tienes razón, no soy muy buena psicóloga.- Dijo mordiéndose el labio con expresión culpable.

Enfermedad TerminalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora