35: Dejavú.

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-Hoy es la cita con la psicóloga, Lu.- Hablo mi madre fregando los trastes que estaban sucios después de haber comido.

Habíamos pedido pizza, de nuevo. Parecía una especie de rutina.

-No te molestes en seguir pagando eso.- Murmuré comiendo un muffin, no sabía porque tenía hambre si había acabado de comer, pero últimamente me sentía tan vacía por dentro que la única forma de llenar ese espacio era con la comida.

Si seguía a este pasó dejaría de quedarme la ropa.

-¿Por qué?- Mamá se volteó para mirarme fijamente. Tenía guantes de hule para que no se le maltrataran las manos.

-No voy a seguir siendo una carga. Y no hay nada que esa señora pueda hacer por mi a menos que me digan todo sobre mi.- Me encogí de hombros evitando su mirada. No quería volver a pelear.

-Lu, cariño, no eres una carga.- Odiaba que me hablara como si le importará en los más mínimo. Se que no era así. Sabía que estaba fingiendo.

¿Y para qué? ¿Que ganaba ella con hacerme daño? ¿Acaso era una especie de venganza por descubrir que nos estuvo mintiendo respecto a mi padre?

-Tengo veinte años. Te gastas bastante enviándome con un loquero y encima Jenn estudia. Nadie trabaja más que tú, si que soy una carga. Debí irme de aquí en cuanto cumplí la mayoría de edad.- Dije eso último más para mi que para ella, pero se que lo escucho.

Ese era más o menos el punto.

No sabía que quería lograr con todo esto, pero no quería detenerme. Tenía que hacerlo, hacerle ver lo falsa que era y que ahora estaba al tanto de ello.

-Esta es tu casa, Lu. Si tu preocupación es el dinero, te aseguro que lo tengo todo bajo control.- Escuché como se le rompía la voz y me obligue a no sentir compasión por ella.

¿Como podía tenerla si ella no la había tenido conmigo?

-Si, siempre se te dió muy bien controlar todo, ¿no?- Alce las cejas viéndola con desdén y ella abrió de más los ojos, sorprendida por mi tonto de voz.

-¿De que estás hablando?- Se tocó el pecho con la mano enfubdada en los guantes mojandose su vestido color turquesa.

-No te hagas la desentendida.- Me levanté del taburete limpiando las migajas de mi regazo. -Me voy.- Le avise caminando hacia la puerta.

-¿A donde vas?- Grito mamá desde la cocina.

No me moleste en responder, solo abrí la puerta y camine sin rumbo alguno.

Mi mente se lleno de pensamientos aleatorios. Empezando por cuánto había cambiado de la noche a la mañana.

Ya no usaba mis pantalones anchos, ni mis converse. No dejaba mi cabello suelto y mucho menos usaba mis blusas descoloridas por tantas lavadas.

Ahora usaba vestidos que estaban en el fondo de mi armario y shorts tan cortos como para cohibirme usándolos en público, pero ahora ya no me importaba nada de eso.

No me sentía yo misma.

Ni siquiera sabía quién era yo. Pero de alguna forma esto se sentía bien. Al menos si sabía en que me estaba convirtiendo, no era una duda más en mi.

Era una perra, eso lo tenía muy claro. Y me gustaba eso, tener por lo menos una cosa de la que estaba completamente segura.

Saque el celular de Vanne de mi bolsillo viendo que no tenía mensajes nuevos de su parte.

Sentí que me desinflaba como un globo cuando también me di cuenta de que James no me había vuelto a ver desde aquella vez en mi sala.

Lo extrañaba tanto.

No sabía lo dependiente que me había vuelto de el.

Sentía que me faltaba una parte importante de mi ahora que lo había perdido.

Mi cuerpo choco contra otro y el celular se deslizó de mi mano aterrizando en el suelo.

-Uh, perdona.- Alce la vista rápidamente ante aquella familiar voz encontrando a un chico con los ojos azules y el cabello negro como el carbón. Me era tan familiar.

Abrí la boca para decir algo, pero nada salió de mi.

El chico me miró de arriba a bajo y frunció el ceño como si me hubiera reconocido pero a la vez no.

-¿Que te pasó?- Alzó las cejas hacia mi viendo mis shorts rasgados y mi blusa negra ceñida al cuerpo. Sin contar todo el maquillaje que tenía encima.

-Gael.- Escuché una gruesa voz llamarlo y desvie la vista del chico solo para encontrar a alguien muy parecido a el, pero mayor. Sin duda era su padre.

Su cabello estaba negro también pero con algunas canas y tenía arrugas en su rostro, pero se veía bien. Muy bien.

El señor se dió cuenta de mi presencia y lució sorprendido. Agarro al chico del brazo y se lo llevo casi arrastrando lejos de mi como si tuviera una enfermedad contagiosa.

Los ví alejarse sin salir de mi aturdiemiento sintiendo una especie de dejavú.

Sacudiendo la cabeza para despejar mis pensamientos me agache recogiendo el celular y guardandolo de nuevo en mis shorts.

Regrese a casa sin saber que más hacer.

Enfermedad TerminalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora