Capítulo 14

125 12 0
                                    

En ese instante sentí como mi corazón se aceleró más que nunca. Mi hermana, Anabelle estaba... No. Eso no podía ser cierto. Esto no me podía estar pasando a mí. Era injusto.

— ¿Duele, verdad? —bramó. No respondí, más no oculté mis lamentos—. ¿Pero sabes que es peor? ¡Que el maldito honor de mi hijo esté manchado por culpa de la perra de tu hermana!

No pude contener el llanto ante sus palabras. Este hombre era aterrador, de eso no cabía duda.

Tanto como Lucian, ambos eran unos monstruos.

Lo que hacía que me lamentara en voz alta no era mi valentía, ese sentimiento ya lo había perdido; lloraba por perder completamente a mi hermana. Porque quizá mi amo no me permitiría ver su cuerpo por última vez; ver su rostro y decirle cuanto la amaba.

Sentir sus dorados cabellos entre mis dedos y ver esa hermosa sonrisa que tanto la caracterizaba. A pesar de todo, ella era mi única hermana.

La puerta principal se abrió de golpe, seguido por varios pasos firmes e inmutables. Mis lágrimas tan solo bañaban una reducida parte del suelo. Me encontraba ensimismada en mi cabeza: imaginaba su delicado rostro; siempre se mostró tan feliz, tan digna... tan valiente.

El gemido de una mujer me sacó de mis cavilaciones. Levanté la mirada para encontrarme con un delgado cuerpo sobre el gélido suelo de la masía Von Saher. Era una chica rubia. Usaba un vestido celeste cubierto de sangre. Lo que no pude reconocer fue su rostro, pues estaba cubierto por un saco café.

En segundos mi amo abofeteó mi mejilla derecha. Su rostro expresaba malestar y desaprobación rotunda, así que volví la mirada al suelo.

—Creí que ya la tenías entrenada, Saher —comentó Egon—... Estas humanas son un verdadero problema.

— ¿Qué propones, Egon? —aquel vampiro guardó silencio por unos minutos.

—Mírame. —escupió con una voz aterradora. Obedecí de inmediato y levanté mi cabeza.

Sus ojos carmesí fue lo primero que observé. Mi ser se contrajo inmediatamente; sentía como ese hombre me quemaba con su mirada vacía. Me resultaba realmente aterrador: bastaba observarlo para saber que tu vida corría peligro.

— ¿Sabías que tu hermana no era virgen? —interrogó luego de un largo suspiro.

Dejé de respirar por una milésima de segundo. Mi corazón palpitó con fuerza y mi cabeza hizo de las suyas.

¿Cómo era posible eso? Ana siempre me contaba sus secretos. Era imposible que me hubiese mentido respecto a su pureza.

Desde la jaula, eras las mejores amigas. No había secreto que nos ocultásemos, pero al parecer eso nunca fue cierto. Por otro lado, estaba aquella vocecilla que me pedía a gritos no creer en lo que esos seres manifestaban.

— ¡Responde! —sus nudillos lastimaron mi rostro, al tiempo en que su rodilla me despojaba del aire contenido en mi estómago.

Tomé una gran bocanada de aire y cubrí con mis brazos mi zona abdominal, en un intento desesperado por aminorar el dolor que aquel vampiro castaño me había provocado. No quería más golpes. Empezaba a traumarme de solo pensar en tales actos despiadados.

—N-No señor... —respondí con dificultad.

—Basta, Egon —ordenó mi amo.

— ¡Esto no se quedará así, Saher! Estas perras deben pagar por su insolencia. — aquel vampiro sonó exasperado.

—Has lo que te venga en gana con el juguete de tu hijo, pero no con el mío. Detesto que otros toquen mis cosas y lo sabes muy bien.

— ¡Me importa un carajo! Tendrás que responderme por una virgen.

Era Sangrienta |Libro 1| #IncesanteDolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora