Capítulo 29: Tradiciones que atan (2/3)

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- Rin, queremos hablar contigo.

Estaba en casa de Inuyasha y Kagome. A su alrededor, sentados junto al fuego, estaban Sango, Miroku, Kaede y Kagome. Inuyasha estaba tumbado bajo la ventana, intentando ignorar al gentío que había en su casa.

- Tú dirás – le dijo a Kaede.

- Tu cumpleaños es dentro de dos semanas – continuó la anciana – Vas a cumplir dieciocho años y ya serás toda una mujer, una joven fértil que tendrá derecho a hogar propio.

Rin sonrió. "Hogar propio" La idea sonaba muy bien.

- Pero te recuerdo que no es lo único que conlleva esta edad. En esta aldea somos muy estrictos con estas cosas. Para las mujeres que vienen de fuera de la aldea las reglas son diferentes, pero para las niñas que crecen aquí, lo lógico es aceptar y cumplir las tradiciones. Si no, ya sabes que estarás mal vista, y tú no puedes dejar que eso ocurra, porque eres una persona respetable y todo el mundo te adora.

- Lo sé, Kaede.

- Bien, en ese caso debes decidir – continuó, tajante – Conoces las reglas: los aldeanos te construirán una casa, y también te regalarán ropa y cubiertos. Incluso te ofrecerán una cabra o una vaca. Sólo falta que escojas esposo – las palabras se clavaron en Rin como agujas envenenadas. Tragó saliva y siguió escuchando a Kaede con atención. No podía evitarlo por más tiempo – ¿Tienes alguno en mente, o prefieres que te leamos los candidatos?

Rin se removió inquieta en su cojín. Había llegado la hora de la verdad.

- No me gusta nadie en especial – se sinceró – Ninguno me llama la atención.

- En ese caso, te leeremos los jóvenes que quieren casarse contigo – respondió Miroku suspirando. Esa situación le parecía tan injusta como a ella – En total son seis.

- ¡¿Tantos?! – exclamó de golpe la chica.

- Por supuesto – respondió Miroku – No hay más que verte para querer tener un hijo contigo – dijo medio en broma, medio en serio.

- ¡Miroku! - se indignó Sango quien, ofendida, le dio un sartenazo en la cabeza - ¡Quieto ahí!

- Sí, señora – se resignó el monje.

- Bien, como iba diciendo Miroku, tienes seis pretendientes – continuó diciendo Sango – Son los siguientes:

Rin tragó saliva e intentó hacerse una idea de quién podría haber solicitado su mano. Tal vez alguien que se le hubiera insinuado sin ella darse ni cuenta. O incluso alguno de sus amigos de la infancia. ¡Todo era posible!

- El primero es Daichi – anunció Sango leyendo el pergamino.

En ese instante, Rin recordó al chico que le guiñó el ojo cuando los jóvenes de la aldea combatieron para decidir quiénes eran los más fuertes. Combate en el que Shippo, por cierto, ganó. Rin se estremeció al recordar a Daichi, ¡blejjj!

- También han solicitado tu mano los jóvenes Otani, Zero, Satoshi, Kirito y Ginta.

Rin reconoció todos los nombres. Algunos eran amigos suyos desde hacía años, y otros tan sólo los conocía de vista, pero sabía quiénes eran, y alguno estaba francamente bien. Pero no quería dejarse llevar por un físico atrayente. Ella no quería ser como las demás mujeres que se guiaban por las tradiciones para actuar. Ella seguía al corazón, a él nada más.

- Está bien, empecemos – anunció Kaede – Las familias de Daichi, Otani y Zero no son gran cosa. No pueden ofrecerte un futuro demasiado próspero, como ya te habrás imaginado. En cambio, la familia de Satoshi tiene una herrería, lo cual es un buen negocio. Y la de Kirito posee una granja de vacas. Por otra parte, la madre de Ginta es curandera. Viaja mucho, pero siempre trae bastantes monedas de las aldeas vecinas. Y su hijo está aprendiendo el oficio. ¿Vosotras, qué pensáis? - preguntó a Kagome y a Sango.

- A mí me llama la atención el joven Satoshi. Si tienen una herrería, vivirán confortablemente, y eso es lo que queremos para la pequeña Rin, ¿no? – comentó Miroku, pensativo.

Rin lo miró asustada. ¿Satoshi?

- Pues a mí me gusta más Kirito – dijo Sango – porque tenemos que pensar que será el esposo de Rin para toda la vida, así que lo mejor es que también sea guapo, y Kirito lo es.

- ¿Para toda la vida? – Rin empezó a hiperventilar, sintiéndose desfallecer.

- Pues yo no sé qué deciros – dijo Kagome – En mi época no se escoge con quién debemos casarnos. Siempre se hace por amor.

- Y puede ser por amor – aseguró la anciana, que había vivido en aquella aldea toda su vida – En el fondo puede escoger a quien ella prefiera, nosotros sólo la aconsejamos. El único requisito es que se case antes de cumplir los dieciocho. Si esperara demasiado, ya nadie se casaría jamás con ella. Y eso es una deshonra. 

Lágrimas de sangre (Sesshomaru y Rin) [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora