Capítulo 65: Flores marchitas (1/1)

3K 176 16
                                    

La luz proyectada por el contacto entre la puerta y el abanico era tan intensa que cegó a Rin unos instantes mientras el inmenso portón de piedra se abría ante ella con un gran estrépito.

Finalmente, la luz desapareció y la chica abrió los ojos, quedándose asombrada ante la visión que se ofrecía frente a ella.

Necesitó unos instantes para recobrarse, pues había lanzado el abanico con tanta fuerza que había tenido que agacharse para vomitar otra bocanada de sangre. Pero una vez expulsada, se sentía algo mejor.

Tras la puerta había una pequeña cámara de piedra. Las paredes estaban cubiertas de musgo y hojas de enredadera. Había varias antorchas clavadas a los lados que iluminaban la estancia, haciendo que fuera el lugar más luminoso de toda la cueva. No había ventanas, ni ningún hueco por donde pasara el aire, sin embargo, una extraña brisa recorría la estancia y hacía que las verdes hojas se mecieran suavemente. Por las paredes de roca también corrían finos hilillos de agua que salían del techo. Probablemente estuviera bajo una cascada subterránea.

Rin dio un paso al frente y recogió su abanico. Acto seguido, penetró en la estancia. En cuanto lo hizo, el portón de piedra se cerró rápidamente a sus espaldas, dejándola atrapada dentro de esa sala de piedra y musgo.

- ¡No! – gritó ahogadamente y se precipitó hacia la puerta, aporreándola para que se abriera de nuevo, pero no lo hizo.

Sin más remedio que resignarse a permanecer encerrada, volvió la vista a la habitación y la estudió detenidamente con la mirada, conteniendo la respiración.

En el centro de la estancia había una especie mesa de roca labrada, recubierta de hojas. Pero no era el mismo tipo de formación que las de las paredes. Las enredaderas que cubrían la mesa parecían estar enrolladas sobre algo.

Rin dio un paso hacia ellas, muerta de miedo. Había extraños símbolos y dibujos en la mesa y en el suelo y también en las paredes. Parecía como si alguien hubiera sellado la habitación completa con un poderoso hechizo. La cuestión era ¿por qué?

Cuando la joven se acercó, se dio cuenta de algo en lo que aún no había reparado a pesar de ser algo sumamente visible: sobre la enredadera que cubría el bulto de la mesa de piedra había una flor roja. Se acercó un poco más.

Era de un color rojo brillante y llamativo. Tendría el tamaño de un puño y era tan tupida que parecía que nunca se le podrían acabar los pétalos. De hecho, todo su alrededor estaba lleno de pétalos rojos, tan brillantes como los que aún estaban sujetos a la flor. Y también había en el suelo. Todo el suelo a los pies de la mesa estaba cubierto por una pequeña montaña de cientos de pétalos al rojo vivo.

- ¿Cómo pueden seguir frescos? – se preguntó Rin – Deberían estar marchitos.

Alargó una mano y la acercó lentamente hacia la flor del centro: la gardenia roja. Sus ojos se centraron en ella y no pudo dejar de mirarla, como si la flor la estuviera llamando, como si, de alguna forma, le pidiera a gritos que la tocara, que la acariciara, que la hiciera suya.

Rin no pudo vencer esa atracción magnética y, antes de que se diera cuenta, estaba totalmente hipnotizada por el color de la bella gardenia. Acercó los dedos con cautela y acarició los primeros pétalos, lentamente. Una corriente de aire le recorrió el cuerpo y sintió un escalofrío por todo el brazo, pero no se retiró. No quería. La gardenia le pedía que se quedara con ella, que la tocara, que se acercara más todavía. Más, más, un poco más...

De repente, todas las antorchas se apagaron a la vez y la habitación quedó sumida en el silencio.

- Ayúdame...

Lágrimas de sangre (Sesshomaru y Rin) [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora