Capítulo 45: Una vida sin ti es peor que la muerte (2/2)

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- ¡Kagome! ¡Kagome! ¡Tenemos un problema! – le dijo alterada Sango en cuanto se dio cuenta de que Rin no avanzaba.

- ¿Qué pasa ahora?

- Se nos ha olvidado quién la llevará al altar.

Kagome se tapó la boca.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Es cierto!

Rin dio un paso más, mirando a ambos lados, como si de repente pudiera aparecer su padre muerto y llevarla hacia su destino.

- A ver, tiene que ser el padre – empezó Kagome –, pero ella es huérfana. En ese caso, la lleva un hermano, pero también están muertos. Entonces la lleva lo más parecido a un padre, y ese sería Sesshomaru, que no está. Y lo más parecido a un hermano es Shippo, que está ya en el altar.

- Deprisa, ya ha salido. Si no aparece un acompañante, quedará en ridículo.

Rin llegó lentamente justo donde empezaba el pasillo de la multitud y se paró definitivamente. Miró de nuevo a ambos lados. Las caras de los invitados la ponían nerviosa.

«Hay mucha gente», pensó temblando en su fuero interno. «Demasiada gente».

Alguna jovencita empezó a reírse disimuladamente al pensar en el ridículo que estaba haciendo la pobre Rin. Los ancianos, sin embargo, la miraban apenados, y mujeres y hombres empezaron a murmurar.

Rin tenía las lágrimas a punto de brotar de sus ojos. Se sentía débil e indefensa ante aquella aldea que se reía o se compadecía de ella. Recordó la aldea de su niñez, donde fueron asesinados su madre, su padre y sus hermanos mayores. Recordó la gente del pueblo, que la trataba con lástima y le tiraban comida como si fuera un pobre gato abandonado. Y también recordó los golpes que le daban los hombres por robar los peces de su río.

Levantó la vista hacia el público y vio lo mismo: gente que no la conocía realmente, que no la comprendía, que sólo le tenían lástima. Quería que se la tragara la tierra, que se abriera una gran grieta y la hiciera desaparecer de la vista de todos. Quería correr y perderse en el bosque, en las profundidades de la noche y no volver nunca.

De repente, una mano tocó el hombro de la chica y Rin se volvió en el acto.

- ¿Inuyasha?

- ¿Creías que iba a abandonarte, pequeña aprendiz? – le rodeó el brazo con una sonrisa y empezaron a caminar.

La música continuó sonando hasta que llegaron al altar donde novio y sacerdotisa aguardaban con tranquilidad. Inuyasha cogió la mano de la joven y la colocó en el brazo del apuesto Kohaku, retirándose después para dejarlos solos.

Rin no había podido fijarse bien en su prometido hasta que estuvo justo delante de su persona. Llevaba una túnica negra, elegante, y el pelo le caía despeinado y natural sobre la frente. Era guapo, de eso no cabía duda. Kohaku le sonrió con altivez y le destapó el rostro. Lo que el muchacho vio lo dejó boquiabierto. Nunca había visto a Rin tan hermosa como esa noche: sus ojos castaños brillaban como el caramelo recién fundido y lo miraban, temblorosos, bajo una fina sombra azul cielo. Sus mejillas estaban sonrosadas y sus labios eran puro carmín y fresas. Y a rosas olía, como un hada, como una ninfa sacada de un cuento.

Siempre había querido casarse con ella, desde que la vio por primera vez cuando eran pequeños, desde que la oyó hablarle y preguntarle mil cosas, como siempre hacía con el señor Sesshomaru. Desde el primer momento, la había querido para él.

Miró el cielo despejado y vio los cientos de estrellas que iluminaban la noche. Brillaban intensamente sobre su cabeza, como si fueran luciérnagas sonriéndole desde alguna parte. Entonces Rin recordó aquel día en el río, hacía ya tantos años. El día en que le dijo a Sesshomaru que quería la luna y él se la regaló. A ella, la pequeña humana huérfana, le regaló la luna.

Lágrimas de sangre (Sesshomaru y Rin) [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora