Capítulo 21

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Si había una hora problemática y molesta esa era la hora del amanecer.

El amanecer es una hora extraña, el cuerpo comienza a despertarse, el cansancio físico parece haber desaparecido y el cuerpo se despereza, sin embargo la mente exige seguir durmiendo, así, se entra en un estado extraño de somnolencia, no estas ni dormido ni despierto, los sueños parecen mezclados con las realidad, es en esos momentos cuando aparecen las ideas más geniales o las más absurdas, cuando los problemas parecen tener fácil solución, cuando dejan de importarte o cuando más te preocupan.

Akira llevaba varios días despertándose a esa misma hora y era algo muy molesto. A esas horas su cuerpo estaba lo suficientemente dormido como para no espabilarse pero lo suficientemente despierto como para mandar extraños impulsos a su cerebro que no estaba tan dormido como para no enterarse pero tampoco tan despierto como para pensar con raciocinio.

Realmente era muy molesto.

La mayoría de las veces terminaba despertándose y dando vueltas en su cabeza a ideas absurdas, se espabilaba y le costaba volver a dormirse y cuando por fin lo conseguía, su enemigo natural, el despertador, se encargaba de burlarse de él.

Era la hora maldita.

—Maldita sea —susurraba mirando aburrido el techo de su habitación.

Y ahí estaba con su "problema" ¿Por qué el cuerpo mandaba sangre a esos lugares siempre a la misma hora? Desde luego que la naturaleza se burlaba de él, sobre todo desde que tenía de aliada a su imaginación y esta volaba muy alto. Por más que lo intentaba ignorar el recuerdo del beso de Ayesa se perseguía todos los amaneceres, si se concentraba podía volver a sentir aquel cosquilleo y se preguntaba qué hubiera pasado si él hubiese contestado y hasta donde esa descarada chica habría sido capaz de llegar, eso unido al recuerdo de la rabia que le daba Kamui hacía que le fuese imposible dormir.

Lo mejor era levantarse, quizás si daba una vuelta despejaría su mente y con suerte su cuerpo dejaría de comportarse de esa manera tan problemática. Con gran esfuerzo se levantó, se puso un kimono y salió de su habitación mientras se hacía su coleta. Bajó en silencio hasta el salón y abrió la puerta que daba al jardín. La gatita al verle salió detrás de él. Se sentó apoyándose en uno de los pilares del pasillo que rodeaba al jardín, la gata se acurrucó en su regazo, la acarició suavemente mientras veía amanecer, lentamente el sol iba ascendiendo envuelto en aquellos colores rojizos que para su desgracia le recordaron la cabeza de cierta compañera.

—Akira ¿qué haces a estas horas? —habló en voz baja su padre.

—Hola, papá ¿ya te has despertado?

—Iba al baño cuando te oí ¿algún problema te impide dormir?

Akira no contestó, volvió a dirigir su mirada al horizonte.

—No —dijo después de unos largos segundos—. Supongo que lo normal.

El padre sonrió.

—Ven, vamos a jugar.

— ¿Ahora?

—Si, es una buena hora, hay tranquilidad.

Akira se levantó apartando a la gatita de su regazo y siguió a su padre. Ambos se sentaron en unos cojines frente al tablero de ajedrez. Comenzaron la partida en silencio.

—¿Estás ya de vacaciones? —dijo su padre de improviso.

—Ya llevo unos cuantos días.

—¿Aburrido?

—Mamá siempre me busca algo que hacer.

—Oye y tu amiga Akane ¿juega al ajedrez?

—Es malísima pero... a mí me gusta jugar con ella.

Hola, cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora