Capítulo 38

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Cuando regresaron a la casa, los niños acudieron corriendo hacia ellos.

—¿Dónde habéis ido? —interrogó Takato angustiado.

—Donde a ti no te importa —contestaba muy seria Ayesa.

—¿Y ahora que vamos a hacer? —preguntó Sumomo.

—¿Hacer de que? —decía a modo de respuesta Ayesa.

—¿Con el plan para hoy?

—Hikari ha estado montando una yincana en el jardín trasero —respondió Hizashi—. ¿Cómo te encuentras, Akane?

—Hecha polvo.

—Akane —interrumpió Karura—, mira lo que ha llegado para ti mientras estabais fuera, ven, ven., me he atrevido a ponerlas en agua, espero que no te molesta.

Karura agarró a Ayesa de la mano y la llevó al salón, en el centro de la mesa había un jarrón con un precioso ramo de rosas rojas y blancas.

—¿Para mí?

—Sí, mira, y tiene tarjeta y todo, Akane Kumoyuki, esa eres tú. Toma.

Ayesa tomó el ramo con desconfianza y quitó la tarjeta que había entre las rosas.

—¿Que pone?

—¿Qué es eso, Akane? —inquirió Takato.

—¿Un ramo de rosas? —gritó Sumomo—. ¡Que romántico! ¿Quién te las envía?

—¿Quién sabe que está aquí? —preguntaba Yusuke.

Ayesa leyó la tarjeta y levantó la vista buscando a alguien. Lo encontró un poco apartado, apoyado en una pared, con los brazos cruzados y la mirada clavada en ella.

—¿Kamui?

—¿Has sido tú, Kamui? —Volvió a gritar Sumomo.

Todos le miraron. Ayesa se acercó a él.

—¿Por qué me regalas flores, bombón?

—Porque me apetecía ¿Tengo que tener algún motivo?

En medio de todo el alboroto Ayesa sonrió con malicia. Aquel gesto le había pillado de golpe y con la defensa bajada, aún estaba aturdida por lo que había pasado así que no se atrevió a hacer lo que estaba pensando: besarle y no lo hizo simplemente porque sus hermanos estaban delante y no iba a comprometer a Akane de esa forma.

—Pero falta algo —añadió Kamui.

—¿Te refieres a esto? —Karura mostró una caja—. Esperaba que nadie se diese cuenta... que no, que es broma, toma.

—¿Qué es? ¿Qué es? —Se impacientó Sumomo.

—Maldito Kaguya —gruñía Yusuke por lo bajo—. ¿Pero quién se cree que es?

Al destapar la caja Ayesa volvió a sonreír con malicia.

—Vaya, mira, bombones.

—Espero que así pueda serte más fácil olvidar lo desagradable que fui esta mañana. No recuerdo lo que sucedió anoche pero quiero que sepas que nunca te ofendería o haría algo que te molestara de forma consciente. Sé que estos días me he portado un poco prepotente, no lo he hecho con mala intención, solo quería que te fijases en mí.

—No lo necesitabas —contestó Ayesa mientras volvía a cerrar la caja—. Los guardaré para luego, seguro que ya se me ocurrirá como disfrutar mucho de este regalo.

—¿Prepotente? —comentó Karura en voz baja—. He visto pavos reales pavoneándose menos que él.

—No te enfades tanto —respondió Hizashi—. El chico al menos intenta ser sincero y siendo él ya es bastante. No creáis que os vais a librar de la regañina —advirtió ahora en voz alta a los niños—. Para empezar vosotras dos, señoritas, vais a tener una larga charla conmigo.

Hola, cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora