Capítulo 2 | VECINA

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Hablando de despertar la libido y levantar de nuevo su erección mañanera. Adam se encontró con un trasero femenino al abrir su puerta, aunque la dueña de ese trasero parecía un par de tallas extras a las que él estaba acostumbrado.

¡Homer! —gritó la chica—. Mierda... maldición —ese no era el vocabulario digno de una dama, pensó Adam.

La propietaria de la deliciosa parte inferior se inclinó fuera de la vista, gritando mientras corría escaleras abajo persiguiendo lo que parecía un cachorro Samoyedo. Indecentes shorts cubrían sus cremosos globos, pero a duras penas.

Adam sacudió la cabeza mientras oprimía el botón del elevador, soltó un bostezo cubriendo su boca con la palma de su mano. Se recostó en la pared del ascensor y cerró los ojos. Se había percatado que hoy no había aroma a frambuesa, sonrió ante ese descubrimiento.

Al llegar a la construcción subió al ascensor y se dirigió al piso 8, en el que Mauricio y él trabajarían. Mauricio le había caído bien, era un sujeto bastante amigable y trabajador, tenía una novia a la que quería muchísimo y pensaba casarse con ella, por eso era que trabajaba duramente en la construcción, estaba reuniendo para su boda.

—Hey güero, me pasas el taladro, por favor —le pidió. Adam sonrió, de todos los empleados, él era el único que le llamaba "güero" en tono amistoso y burlón, los demás solo se limitaban a tratarlo como si fuese una especie rara de persona, llamándolo por apodos desagradables.

Y todavía tenía encima los comentarios sarcásticos de Víctor.

—Vi una cadena de plata con dije de corazón en el puesto fuera del mercado —dijo Mauricio—. He pensado en comprársela a mi novia...

—Vaya, pero si es el dueto dinámico de Bahía Azul —dijo una voz a sus espaldas, una voz que Adam reconoció al instante—. ¿Todavía continúas aquí Yankee?, ¿qué es lo que esperas para largarte de una maldita vez? —espetó.

—Víctor... —advirtió Mauricio, levantándose de dónde estaba inclinado.

¡Cállate Baranski! —espetó—. No te metas donde no te llaman —le advirtió apuntándolo con el dedo.

Adam empuñó las manos a sus costados, no quería pelear con Víctor porque no quería perder el trabajo, pero tenía un límite, todo tenía un límite. Y él no tenía el ánimo ni la paciencia para escuchar fanfarronear al imbécil de Víctor.

—Deja al chico en paz Víctor, no te está molestando —intervino uno de los trabajadores.

Víctor gruñó, se dio la vuelta y regresó por donde había llegado. Adam se relajó dejando salir un suspiro.

—No dejes que te provoque —le dijo el hombre de aproximadamente cuarenta años, le tendió la mano—, Manuel Aguirre —se presentó.

—Adam —le estrechó la mano—. Adam Taylor.

—Bueno Taylor, para ser un Yankee hablas bien el español.

—Es lo mismo que digo yo —murmuró Mauricio.

Los tres hombres sonrieron.

Las horas transcurrieron y al dar las doce del mediodía, salieron a almorzar, Mauricio arrastró a Adam hasta la fonda de la esquina, dónde lo hizo comer toda clase de embutidos.

Tres horas más tarde, se encontraba camino a su casa. Aunque esta vez tomó un taxi en la esquina de la calle y se dirigió a Wal–Mart, compró la despensa básica que necesitaba y algunas herramientas para reparar la llave del fregadero.

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Grecia reía como loca en la cocina de su departamento mientras veía el programa de caídas en la televisión.

TKO [Knockout Técnico]© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora