Capítulo 1.

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Una noche más. Las agujas del reloj marcaban las 3 de la mañana y todavía no había llegado a casa. Cada paso que daba me recordaba lo silenciosa que estaba la calle. No era de extrañar puesto que paseaba siempre a la misma hora por allí y nunca había alguien, todos dormían. Negra y penetrante oscuridad parecía invadirme, ¿por qué me sentía así aquella noche? ¿Por qué mi casa parecía estar más lejos que nunca? La camisa me empezaba a apretar el cuello, mis piernas no parecían querer responder y mi cabeza solo apuntaba al suelo. Mi cabello alcanzaba ya mis ojos, demasiado lacio, pensé. El cansancio ya empezaba a pasarme factura, ni mis ojos querían enfocar, todo era borroso a mi alrededor. De repente el sonido de una lata me sacó de mi sueño. Froté mis ojos y me aparté el pelo de la cara con el brazo. Un gato negro como el carbón parecía ser el culpable de que la lata se hubiera caído del cubo de la basura.
- Oye minino, ¿por qué juegas a estas horas con la basura? Está prohibido tirar cosas a la calle. - susurré. El animal ni siquiera se movió, solo parecía admirarme. - Sabes... Trabajo de camarero en un bar cercano donde tengo que obedecer todo lo que me digan los clientes, y te diré lo peor..., ¡que tengo que limpiar yo! Y tengo suficiente con mi trabajo, así que te pediría que no tires basura, tengo los huesos molidos. A penas he dormido esta semana, parece que todo el mundo quiere salir de fiesta últimamente. Creo que voy a colapsar. - Me senté allí mismo.
El pequeño gato se acercó a mí ronroneando, parecía agradecer mi compañía. Debería de volver a casa, nadie me esperaba pero aún así, estaba deseando poder acostarme en la cama y descansar por fin. Saqué mi teléfono del bolsillo y miré la hora, ya habían pasado 15 minutos desde que había salido del trabajo.
No quería seguir andando, ni levantarme, podría haber dormido allí mismo. Me despedí de aquella bola de pelo, guardé mi teléfono y continué mi camino. Me dio pena el hecho de tener que dejarle allí, vi como sus pequeños ojos esmeraldas querían pedirme algo, que le llevara a casa probablemente. Deseché la idea instantáneamente; yo me hospedaba en un pequeño apartamento donde como máximo cabía una persona, por no hablar del mísero sueldo que ganaba, pagar las facturas, el piso, la comida... No podría haberle dado una mejor vida al pobre animal. Me di cuenta de que mi vida no podía seguir así, tenía que cambiarlo todo, aquella no era una vida digna para un chico de 19 años.
Tan solo tenía que bajar la calle para llegar cuando noté que algo golpeaba mi cabeza sin cesar. La noche no podía empeorar, había empezado a llover, maldita tormenta de verano. Y cada vez llovía con más fuerza, lo último que quería era coger un resfriado, así que no me quedaba otra que pedirle a mis piernas que aceleraran el paso. No era buena idea correr si el suelo comenzaba a ser resbaladizo debido al agua, pero no me importó. Iba a bajar corriendo cuando uno de mis pies patinó y mi cuerpo cayó hacia adelante. Mi frente golpeó el asfalto, estiré mis brazos para intentar frenar mas no sirvió de nada. Quise utilizar mi rodilla derecha para erguirme pero fue imposible, tan solo conseguí rozarme la rodilla hasta sangrar. Ya cuando la pendiente de la calle comenzaba a ser plana de nuevo pude parar y levantarme. Mi cuerpo estaba echo un desastre... Tenía la rodilla destrozada, el golpe en mi frente comenzaba a hincharse, magulladuras y arañazos a lo largo de mis manos y brazos. ¿Aquella noche se podía tener peor suerte?
Sacudí mi cabeza para quitar el agua de mi pelo, entré en casa y decidí que antes de nada, tenía que darme una buena ducha y curarme las heridas antes de que se infectaran. Un poco de alcohol y unas vendas sirvieron para tapar la mayor parte de los golpes. Mi brazo izquierdo fue el que peor resultó y no podía vendarlo entero pues necesitaba tener libertad de movimiento para poder trabajar, eso era lo más importante de todo.
Mientras pegaba pequeños apósitos en los cortes mas pequeños me di cuenta de que mi marca de nacimiento tenía muy mala pinta. Desde que yo tenía recuerdos esa marca había estado conmigo, tenía la forma de una luna menguante y no era más grande que una oliva. Me encantaba aquel signo, cuando era pequeño siempre creí que era descendiente de la diosa de la luna, Selene. Con forme fui creciendo me enteré de que mi madre murió durante el parto y mi padre huyó porque no quería criarme solo, o al menos eso me dijeron en el orfanato. Tras enterarme de que no era descendiente de una diosa, mis sueños de niño se quebraron al igual que una hoja otoñal cuando es pisada. Aún así, cada vez que miraba mi luna me reconfortaba, me sentía especial, pues mi marca era única. Ahora estaba negra, cortes y arañazos la habían desfigurado, ya no era la de siempre, ya no me sentía yo mismo.

Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora