Capítulo 34.

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- ¡No necesito que me digas nada más! – gritó una voz femenina. Escuché cómo Marte le dio una patada a la pared de mi habitación.

En un momento como aquel, seguro que estando con todos mis huesos en su sitio, me habría movido para salir a preguntar, pero decidí no moverme. Además, Marte parecía enfadado por alguna razón. Sáhara gruñó, a ella tampoco pareció gustarle aquel golpe. La miré y me reí, tenía una cara muy graciosa. Me lamió la pierna, su lengua era muy áspera.
Me preguntaba si Sáhara también habría protegido a Valentina como lo estaba haciendo conmigo o si tan solo era conmigo. Había demasiadas cosas que no entendía. Ahora ella parecía querer mostrarme escenas de su vida en sueños, había veces que no quería dormir por ello. Solo me mostraba escenas tristes, e incluso podía sentir lo mismo que ella en ese momento. Estaba seguro de que me quería llevar a algún sitio con toda aquella información, aunque no me dejaba nada en concreto. Me mostró a mi abuelo de pequeño, tenía los mismos ojos que ella como dijo Nea, verdes como el brillo de una esmeralda. Al menos ya sabía algo más de mi familia.

Ya estaba cansado de estar en la cama, ya habían pasado casi tres días allí, necesitaba moverme, hacer algo, salir de allí. Apoyé una pierna en el suelo, luego la otra y me incorporé, estar de pie me dolió menos de lo que creía. Cogí el vaso que había en mi escritorio y derramé el agua que quedaba en la mesa. Con unos movimientos de manos conseguí levantar el agua y hacer que me obedeciera. Las gotas seguían mis dedos como si fueran atraídas con un imán. Mis poderes habían crecido demasiado en las últimas sesiones de entrenamiento con Nea. Podía hacer torbellinos, usarla como un escudo, e incluso convertirla en dagas para atacar. Después de jugar un rato con ella, le introduje en mi boca y me la tragué, estaba sediento. Me percaté de una pequeña gota que se había quedado en el vaso, la saqué y apunté a la pared. Con el dedo índice la lancé con fuerza, durante el trayecto se transformó en un minúsculo dardo que se quedó clavado allí. Sonreí, creía estar seguro de poder manejar mi poder como quería.

¿Cuánto tiempo había pasado Nea durmiendo ya? ¿Una hora? Y todavía parecía querer dormir por 20 horas más. Me quité la venda manchada de sangre de mi cuello, las incisiones no se habían cerrado aún pero no sangraba. También desenvolví el vendaje de mi pecho, tenía una gran mancha morada en el costado derecho, pero no me dolía. Probé a dar un pequeño salto, al tocar el suelo con mis pies otra vez ya no sentí a penas dolor. El estar a mi lado y mi sangre habían hecho efecto, ya estábamos casi curados los dos.
Cogí ropa para cambiarme y llamé a Sáhara para que me acompañara, iba a darme una larga ducha. La pantera se quedó en la puerta sentada vigilando a cualquiera que pudiera o fuera a entrar. Había varios chicos en el baño, por suerte todos estaban separados por una pared y Sáhara no se había movido de mi puerta. Varios hablaban de volver a bañarse con las sirenas, otros hablaban de colarse en la habitación de las hechiceras por la noche; todas conversaciones tenían que ver con las mujeres.
Cuando ya me había relajado lo suficiente, até una toalla a mi cintura y salí a la zona de los lavabos buscando el secador libre. En el tercer lavabo había un chico que estaba solo, muy delgado, más bajo que yo, con una melena negra corta y una toalla atada a la cintura al igual que yo. Justo debajo del hueso de la nuca llevaba el tatuaje de un círculo de color anaranjado. <Juraría que lo he visto antes> pensé. El joven chico no me dirigió ninguna palabra. Sin hablar con él ya sabía que era muy tímido. Iba a apretar el botón del secador cuando escuché un tintineo que provenía de mis pies. Sáhara estaba jugando con algo que relucía.

- ¡Eso es mío! – exclamó el chico de cabellera negra.

- ¡Suelta eso, Sáhara! – Conseguí sacarle de la boca un collar del que colgaba una placa que parecía de oro. – Ugh, está lleno de babas, será mejor que lo limpie. Lo siento, ya sabes que a los gatos les encantan las cosas que brillan. – Mientras lo limpiaba, leí sin querer 'Lume' en la placa. ¡Ah! Aquel chico era el que había visto días antes con Lume en el pasillo, cuando se besaron...

Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora