Capítulo 8

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Sus ojos grises se clavaron directamente en mí durante unos segundos hasta que un placaje en su estómago le tumbó. Sin quererlo emití un grito, ¿cómo podían haberle derribado tan fácilmente? Quería bajar y detener aquello, no estaba siendo nada gracioso. Las demás personas gritaban eufóricos con cada golpe. Me alejé de las ventanas buscando unas escaleras con las que poder bajar. Me senté en la barandilla y me impulsé para bajar con menor esfuerzo. Aunque las piernas me temblaban tenía que continuar y alcanzar mi meta. Salí al patio exterior y conseguí hacerme un hueco para llegar a ellos.

- ¡Parad! – grité furioso. - ¡Nea, ¿qué te crees que estás haciendo?! – Me giré hacia él, parecía totalmente sorprendido. La gente me abucheaba.

- Oliver... ¿por qué has bajado? ¡Deberías de haberte quedado arriba! – Él todavía estaba en el suelo, unas pequeñas gotas de sangre brotaban de su boca.

- ¡Estás sangrando! Vámonos de aquí – exigí. Le tendí mi mano que no tardó en estrechar.

- ¿Y tú quién eres? – gritaron desde el fondo.

- ¡Nos lo has arruinado todo!

- No les escuches Oliver, vámonos. – Me dio un pequeño estirón en la camiseta y rápidamente salimos de allí. Sin decir nada me tomó en peso con ambas manos.

- ¡Qué haces! – exclamé pataleando.

- ¿A penas puedes sostenerte en pie y me preguntas que qué hago? No sé de dónde has sacado tanta fuerza para bajar y llegar a mí, pero abstente de volver a hacerlo. – Se dirigió a mi habitación, me dejó en la cama y me rodeó con una manta.

- ¿Una manta? – pregunté acurrucándome en ella.

- Tienes frío, lo he notado desde el primer momento en el que te he visto. – Mi cara enrojeció levemente.

- Es que aquí en la cama tengo una manta térmica, y me da mucha calidez...

- Dormías abrazado a ella, te he visto – añadió. No me esperaba esa respuesta.

- ¿Cómo sabes eso? – pregunté curioso.

- Cuando te dejé aquí, te ingresaron inmediatamente, no te iba a dejar solo. Mientras tú yacías ahí yo te vigilaba desde esta esquina, todas las noches, días tras día. No podía irme sin más... - explicó apartando la mirada. – Soy el encargado de tu protección y si tengo que dar mi vida, la doy.

- ¡No! No digas eso, Nea tu vida no es menos que la mía, no te menosprecies – justifiqué exaltado. – No quiero que sigas maltratando tu cuerpo de esa manera. No hace falta que luches contra los demás, por mi culpa mira que desastre estás hecho. Creo que eres lo suficientemente fuerte para poder cumplir lo que te planteas. Lo que me pasó fue mi culpa por separarme de ti sabiendo los peligros a los que me enfrento.

Estaba realmente apenado por ver el estado en el que se encontraba y había que sumarle que todo podría volver a pasar del mismo modo.

- Gracias por tus palabras de apoyo Oliver – comentó con una dulce sonrisa en sus labios. Sin quererlo mi corazón aceleró mis latidos.

- Creo que es la primera vez que te veo sonreír – dije con mi mano tapando mi cara, intentando ocultar mis rosas mejillas.

- El momento lo merece. ¿Tienes fiebre? Noto algo extraño. – Puso su mano en mi frente y su cara tan cerca de la mía que parecía que me fuera a besar.

- N-No Nea... - repliqué apartándole. Mi cara seguía enrojecida por haber pensado que iba dispuesto a besarme. Qué idea más tonta.

Nea retrocedió y se apoyó en la pared. Mantenía la mirada en mí, pero esta vez noté calidez y nostalgia en ella. Su compostura se había vuelto mucho más suelta y dócil.

- Me recuerdas mucho a alguien que conocí hace ya un siglo – soltó. Levanté mi cabeza hacia él, quería saber más.

- ¿Una mujer? – pregunté. Fue lo primero que vino a mi cabeza.

- Sí, una mujer con un alma muy particular. Ella era la bondad personificada, en todos estos años jamás he conocido a alguien como ella – añadió con una leve sonrisa en la boca. – Ella estaba a mi cargo, yo era su guardián, al igual que lo soy de ti.

- Espera un momento – interrumpí. - ¿Quieres decir que yo no soy el primero al que proteges?

- En absoluto. Oliver he protegido a gente durante muchos años; desde que era un niño. Ya tengo casi 400 años.

- ¿Esa es tu edad? ¿Y cómo es que parece que tengas 30? – Estaba totalmente sorprendido, jamás pensé que pudiera tener esa edad. – Sé que no eres humano, pero aun así...

- ¿Lo sabes? ¿Cómo? No recuerdo haberte dicho... Lian, ¿verdad? – Puso una mano en su cara como muestra de su frustración y suspiró. – Está bien, empecemos de cero, de todas maneras, apenas sabes nada. El destino de un guardián está señalado desde el momento que nace. Mi padre tenía una luna llena, lo que quiere decir que aquel también iba a ser mi futuro. Desde pequeño te entrenan y te enseñan todo lo que conlleva este trabajo. Cuando la marca aparece en el cuerpo quiere decir que la persona que tienes destinada a tu cargo ha nacido. – Cuando nombró la luna, eché un vistazo a la mía, estaba muy lejos de ser redonda completamente.

- Estabas esperando a que yo naciera... - murmuré. Hubo un breve periodo de silencio, esperando una respuesta por parte de él, pero nada llegó. – Siento decirte que esos años de espera han sido inútiles. No merezco ser protegido, no tengo nada que darle al mundo, no debería de estar aquí...

- Te equivocas. Me he dado cuenta de algo inusual y debería de haberlo visto antes. – Rebuscó con la mirada por la habitación y cogió un bolígrafo del escritorio. Lo desmontó y arrancó una pieza de metal de él, que utilizó para hacerse un corte en el brazo.

- ¿¡Nea, qué has hecho!? ¿Eres idiota? Dios mío, mira como sangras, ¿a qué debe esto? – Mi cuerpo comenzaba a temblar, debido en gran parte al miedo que sentía al no poder hacer nada.

- No te alteres, tranquilo, pon tus manos aquí en la herida y presiona con suavidad. – Yo obedecí, mis manos se cubrieron de color rojo – Así es, ahora piensa qué es lo que quieres hacer.

- Q-Quiero curarlo, quiero que la herida se cierre, ¡quiero que estés bien!

- Vamos abre los ojos, mira lo que eres capaz de hacer. – Levanté mis manos poco a poco, aquel corte ya estaba cicatrizado, aunque mis manos estuvieran cubiertas de sangre.

- Esto, ¿lo he hecho yo? – tartamudeé estupefacto. Nea asintió satisfecho.

- Parece ser que la curación es tu poder. Normalmente ese suele ser un poder secundario, pero por lo leve que es puedo estar seguro de que tienes un poder primario bastante fuerte pero dormido, no obstante, me puedo equivocar – explicó, cogió una pequeña toalla de la cama y frotó mis manos. Mis ojos no tardaron en nublarse.

- Pero, ¿cómo lo sabías?

- Ayer, cuando pasaste tus manos por los arañazos de mi cara me di cuenta de que estaban cicatrizando más rápido de lo normal. Y sé que no era mi cuerpo el que estaba haciendo eso, desde hace unos días no puedo curarme tan rápido como lo hacía antes. Así que, eres de gran ayuda, buen chico – dijo mientras rascaba mi cabeza.

- Oh, vamos Nea... - De repente Lian abrió la puerta y se sorprendió al vernos en aquella situación.

- Que escena más tierna – soltó con una pequeña risita. – Vamos chicos, el jefe quiere veros.

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Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora