Capítulo 16

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Mis ojos apuntaron hacia él con una mirada desafiante.

- ¡Te he dicho que él está ahí! ¿¡Por qué no me crees!? – grité furioso.

- ¿No eres nadie sin tu amorcito? Nea siempre estuvo mejor encerrado que andando libremente por ahí. Que se pudra en esa celda asquerosa – Sus palabras estaban llenas de odio, ¿acaso habría pasado algo entre ellos?

- ¡Cállate! No hables así de él o tendrás problemas...

- ¿Me estás retando tú? Para ser un hombre pareces más una delicada flor – pronunció a la vez que reía desesperado. Agarró mi moflete entres sus dedos y yo, rebosante de furia, le mordí. - ¡Estúpido niño, te voy a matar yo con mis propias manos! ¡Deberías de haberte quedado en tu pueblo enano!

Agarró mi cuello con fuerza y me levantó del suelo. Pataleé tanto como pude, intentando liberarme de aquel gancho en mi tráquea. Quería asfixiarme, cada vez su mano me apretaba más. No resistiría mucho más. Un destello de luz provino desde la espalda de aquel hombre y rápidamente cayó al suelo de rodillas. Soltó por fin mi cuello y pude respirar con soltura y recuperar el oxígeno que había perdido. Una voz ronca que yo conocía habló.

- ¿Qué estás haciendo, Marte?

- Francis... - dije dificultosamente. Mi respiración no parecía querer volver a la normalidad por mucho aire que tomara.

- ¡Tú tenías que ser, idiota! Te he dicho mil veces que ese no es mi nombre... Además, esto no tiene nada que ver contigo, estaba a punto de matarlo...

- Si lo matas, el siguiente en caer serás tú. ¿Acaso no sabes quién es? – El hombre de cabello rojo no parecía importarle nada de lo que Francis le estaba diciendo.

- Me da igual quien sea, si lo matamos tendremos un problema menos – Se acercaba a mí poco a poco, y yo no sabía qué hacer. Decidí quedarme tirado en el suelo y usar mis manos para intentar arrastrar mi cuerpo lo lejos posible.

- Da un paso más y te arrepentirás... - susurró Francis. Una extraña niebla apareció de la nada en el piso, cada segundo que pasaba se volvía más espesa. Era difícil poder ver las figuras de aquellos dos hombres.

- ¿Quieres jugar? – preguntó el hombre llamado Marte por Francis. Unas llamaradas salieron de sus manos que pronto iluminó un poco aquel lugar.

El segundo piso del edificio ahora más bien parecía un campo de tiro. Aquel lugar no era seguro para mí, nadie podría venir a salvarme si Francis peleaba. La niebla era fría, la penumbra me incomodaba y el saber que tenía delante dos seres con poderes me hacía sentir todavía más nervioso. Si decidían pelear no iba a salir vivo de allí.
Fue entonces cuando la puerta 477 se abrió de golpe y un perro enorme de tres cabezas surgió. Era demasiado grande y musculoso para ser un perro normal, su boca abierta gruñía y babeaba. Me miró directamente a mí, sin hacerle caso a los dos hombres que discutían en el pasillo. Aquellos 6 ojos estaban puestos en mí, parecían estar analizando cada célula de mi cuerpo. Me olfateó la camiseta, cerré mis ojos tan fuertes como pude. ¿Realmente aquella cosa me iba a comer? Sus patas delanteras eran tan largas como yo. Las venas podían diferenciarse del músculo perfectamente, parecía que quisieran salir de la piel. Podía oír la voz de Francis, pero no conseguía descifrar las cosas que me decía, mi atención estaba puesta plenamente en aquel monstruo que tenía ante mis ojos. Realmente no iba a salir vivo de aquel lugar.
Después de haber observado y olfateado por varios largos y eternos minutos, el perro me agarró de la pierna y me arrastró dentro de la dichosa habitación 477. No veía nada, tan solo olía a humedad. Lo sorprendente es que no me lastimó, ni siquiera me clavó los dientes.

- ¿¡A dónde me llevas!? – pregunté asustado. Él no dejaba de arrastrarme por aquel sitio. El suelo estaba rugoso y frío, no parecía haber muestra de luz por ningún lado. - ¿Dónde estoy? – Soltó mi pierna y se sentó a mi lado. Un silencio abrasador inundaba aquel sitio hasta que una voz muy añorada por mí lo rompió.

- Vete, Cerberus, no voy a jugar contigo... - Una voz que sonaba débil y rota. Y sin haber visto la cara de aquella persona, sabía quién era.

- ¡Dios mío, Nea! ¡Eres tú! Aunque no consigo verte, sé que eres tú, esa voz solo es tuya. ¿¡Has estado aquí todos estos días!? Sumido en la oscuridad, sin agua, sin comida, ¡sin nada! – Mi felicidad era inmensa, después de todo lo que había pasado finalmente le había encontrado. – Nea... Yo...

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