Capítulo 30.

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- Madre... - soltó Nea. Le rodeó con sus brazos cálidamente y cerró los ojos.

- Hijo, vas por el buen camino, cada vez te pareces más a tu padre – comentó el hombre mientras se acercaba a nosotros. Con una sonrisa en su boca, le revolvió el pelo, parecía muy feliz.

- Estás bellísimo, los años no pasan para nosotros, ¿verdad que no? – siguió la mujer. Peinaba los mechones de mi guardián con sus manos.

Ahora lo entendía todo, aquellas dos personas eran los padres de Nea, sus verdaderos padres. Podía notar la sorpresa que él también se había llevado, jamás hubiera imaginado que la visita era debido a ellos. Tan solo de ver a Nea sonreír, la felicidad me embargaba. Supuse que él también les echaba de menos. Ahora que lo pensaba, él nunca me había hablado de sus padres, o incluso acerca de su familia. Él, en cambio, lo sabía todo de mí.

- Tus padres querían hacerte una visita sorpresa, parece que lo hemos conseguido – intervino Louis desde el sofá.

- Gracias por cuidar tan bien de nuestro hijo – agradeció el padre estrechando y sacudiendo la mano del líder.

- Siempre haces un gran trabajo, señor Louis.

- Señorita, por favor, me halaga demasiado. Mi trabajo tan solo es vigilarlo, él consigue desenvolverse por sí solo.

- ¡Usted sí que me acaba de halagar! – exclamó la mujer tapándose la boca como símbolo de timidez. – Ya tengo demasiados años para ser llamada señorita.

Estaba empezando a sentirme desplazado en aquella situación. Habían creado un escenario totalmente familiar, yo era el único que sentía el frío de la soledad. Decidí girarme y avanzar hacia la puerta con la idea de darles intimidad.

- Oliver, acércate y preséntate, por favor – pidió el presidente. Yo obedecí y me posicioné a su lado con la cabeza gacha, me sentía intimidado.

- Buenos días, me llamo Oliver – dije tartamudeando, aquello me había resultado vergonzoso.

- Buen trabajo – dijo Louis dándome dos pequeños golpecitos en la espalda.

- ¿Qué hace un humano aquí? – preguntó el hombre mientras me examinaba con la vista. – No eres uno común...

- Oliver, ellos son los padres de Nea, el señor y la señora Edevanne.

- Es mi protegido – añadió mi guardián enseñando mi muñeca con aquella marca palpitando con el color de la sangre.

- ¡Eres el descendiente de aquella chica! Tienes su misma aura – dijo la mujer. – Encantada de conocerte, Oliver, soy Adrienna y este es mi marido, Dante.

- Espero que nuestro Linnea no te haya dado problemas – comentó Dante.

- ¿Linnea? – murmuré extrañado.

- Padre...

- ¡Perdona hijo! No puedo quitarme la costumbre.

- Y, ¿qué es lo que os ha traído aquí? Vuestra visita me ha sorprendido. – La expresión de Nea ahora era seria.

- ¡Quería ver a mi hermoso hijo! – dijo Adrienna mientras le abrazaba otra vez. – Ya que tú no vienes a casa, tenemos que venir nosotros...

- Madre, desde que nació Oliver he estado muy ocupado, es mi deber.

- Hijo, la verdad es que uno de los mayordomos nos comentó que había escuchado que te ibas a casar, pero ya nos ha dicho Louis que es falso. – El hombre parecía aliviado. – Ya sabes cuál es nuestra política, ¿verdad?

- No tengo ningún pensamiento de casarme en este momento padre, puede respirar tranquilo.

- Nea, cariño, creo que es el momento oportuno para que te cases, la familia necesita descendencia, quiero un nieto...

- Lo siento madre, Oliver y yo tenemos que entrenar – comentó Nea. Me agarró de la muñeca y tiró de mí. – Padre – le hizo una leve reverencia. - Iré a visitarlos más a menudo.

Salió de allí sin dejar que sus padres se despidieran de él. Nea les trataba de una forma muy educada, como había podido observar. Al parecer sus padres eran de una nobleza muy alta, hasta Louis había sido cortés con ellos.
Mi guardián seguía tirando de mí, aunque ya habíamos salido del salón.

- N-Nea, me haces daño... - Me soltó de inmediato al escuchar mis palabras.

- Lo siento Oliver, solo quería salir de ese sitio. Salgamos al jardín mejor. – Le seguí al exterior, se le veía muy tenso hasta incluso desde la espalda. Durante el camino no soltó ni una palabra así que decidí empezar yo.

- Eres muy educado con tus padres...

- Mi familia pertenece a la más alta nobleza. En mi tierra cualquiera conoce a la familia Edevanne, todo el mundo nos tiene mucho respeto. Yo también fui educado de esa manera.

- Entonces yo debería de tratarte igual... Lo siento, señor... - No sonaba del todo convencido, pero supuse que debía de llamarle así. Nea paró en seco y me miró con incredulidad, de pronto estalló en una carcajada.

- ¿Señor? ¿Acaso parezco tan viejo? – preguntó mientras me frotaba la cabeza. Me sentía tan bien cuando hacía eso, notaba la calidez y el cariño que me tenía. – No te pongas nervioso, o tu corazón explotará...

- ¿¡Eh!? ¿Eso es posible? – Él volvió a reír, era la primera vez que le veía reír desde el día que le conocí.

- Sentémonos allá, en el jardín, detrás de los sauces.

Tras la pista de entrenamiento había una hilera de aquellos árboles. Todos eran inmensos. Pasamos un extenso jardín de flores con colores muy llamativos y parecíamos inmersos en un mar de olores, una fragancia exquisita. A lo lejos se veía un alto y solitario roble, el sol del atardecer iluminaba sus hojas verdes, que parecían esmeraldas. Muchos arbustos le rodeaban, pero ninguno le hacía sombra. Nea se tumbó debajo del roble, con sus manos detrás de la cabeza, en una posición muy relajada. Yo me senté a su lado, corría una fresca brisa.

- Es el único lugar donde puedes sentir un poco de paz – comentó Nea.

- ¿Todo el mundo viene aquí a relajarse?

- Solo yo – respondió. Ambos sentimos unos minutos de paz, con el último canto de los pájaros antes de que la noche cayera.

- Oye Nea, ¿quién es Linnea? Suena a nombre de mujer...

- Antes de nacer, todo el mundo creía que mi madre iba a tener una niña, así que mis padres pensaron en ponerle Linnea a esa niña. Al final nació un niño, y le pusieron Nea, pero mi padre sigue llamándome Linnea... Le parece gracioso. – Yo reí, aquella historia me había resultado graciosa.

- ¡Así que esa niña eres tú!

- Te he dicho que al final fue un niño, y sí soy yo – respondió mientras acicalaba mi pelo. Iba a apartar su mano cuando yo le agarré y la volví a colocar a mi cabeza.

- Me gusta que me toques el pelo – murmuré con mi usual cara teñida de roja. Él me dedicó una tierna sonrisa. Observé cada centímetro de su boca, sus blancos dientes, sus lisas mejillas... Fue en aquel instante cuando recordé la bofetada que le había dado el día anterior y sentí la necesidad de disculparme. – S-Siento el golpe del otro día, tuvo que doler...

- ¿Te refieres a ayer? Admito que sí que dolió, no sabía que tenías tanta fuerza, pero me lo merezco, por ser un mentiroso.

Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora