Capítulo 11

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Habíamos decidido empezar a bailar en el peor de los escenarios. Jamás alguien me había besado de aquella forma tan apasionada y delicada a la vez. Su cálida mano se adentrada y rebuscaba entre mi cabello mientras nuestros labios seguían en una guerra sin fin.

No era la primera vez que besaba a un hombre, ya había surgido algo con chicos cuando no estaba en mis plenas facultades. O había bebido demasiado o lo hacía por falta económica.

Intenté no volver a hacer aquello ya que solo lo utilizaba para divertirme o sacar algo de dinero. Los hombres no me habían llenado sentimentalmente hasta que conocí a Nea. Su atractivo me cegó. Pero aun así estaba confuso. Lian había dicho que toda la atracción que yo sentía era parte del vínculo que compartíamos él y yo antes de conocernos, lo que quería decir que aquello que sentía no era real. Entonces, ¿por qué sus besos me hacían sentir tan bien? ¿Y por qué mi único miedo era perderle?

Nea presionó su frente con la mía...

- Lo siento... - susurró.

- ¿Qué es lo que sientes, Nea? – pregunté mientras paseaba mis manos por su cuello.

- Lo siento... - repitió. Poco a poco se dejó caer a mi costado.

- ¿Te encuentras bien? – Sus ojos estaban cerrados y respiraba silenciosamente por la boca. Estaba acostado a mi lado.

Se había quedado durmiendo. Posiblemente aquello había sido obra de la ambrosía, un efecto secundario. Se veía tan indefenso durmiendo, tan sensible. A penas emitía algún ruido, no parecía ni que respirase.
Volví a coger la manta, que utilicé para taparnos, tanto a él como a mí. Nuestra hora de descansar había llegado, aunque el sol no se había escondido aún. Cerré mis ojos y comencé a recapitular todo lo que había pasado durante el día. Había sido otro día agotador para él más que para mí.
Cuando desperté, Nea ya no estaba en la cama conmigo. Había una luz encendida que supuse que debía de ser la del escritorio por la poca luminosidad que tenía; la oscuridad ya empezaba a invadir la habitación, la noche ya había caído. Giré mi cabeza y allí estaba él, frente a la mesa, dándome la espalda. Entonces me di cuenta, una enorme cruz roja que relucía, cruzaba desde sus hombros hasta su cintura.

- ¿Qué es eso? – pregunté exaltado, señalando aquello tan inusual.

- ¿Ya te has despertado? Perdona si he hecho algún ruido, solo quería ponerme las muñequeras... Las había dejado aquí cuando vinimos del despacho de Louis – respondió con tranquilidad.

- No... Me he despertado yo solo... ¡No me cambies de tema! ¿Por qué tienes esa cruz? – volví a preguntar. Era la primera vez que la veía. – ¿Y por qué vas sin camiseta? ¿qué ha pasado?

- Me he dado una ducha y no sabía dónde había puesto mis brazaletes, por eso he venido a buscarlos – respondió mostrándomelos. – Y esto – dijo señalando su espalda – es la marca del traidor. Solo los seres con poderes sobrenaturales pueden verla...

- ¿Traidor? ¿Eso es lo que eres?

- No lo soy, pero hice algo que estaba prohibido, y este fue mi castigo. Es una forma de que los demás sepan que he cometido un acto que conlleva el deshonor.

- ¿Qué hiciste para cargar con eso? – curioseé. - ¿Acaso es culpa mía?

- En absoluto, es algo que llevo desde hace más de un siglo, es una historia muy larga para empezar a contarla ahora. ¿Podrás aguantar?

- Claro... - tartamudeé. Giré mi cabeza, tenía la almohada a la vista. Los recuerdos de horas atrás golpearon mi cabeza.
- ¿Te ocurre algo? Tu cara está roja... - observó Nea. Rápidamente me llevé las manos al rostro.

Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora