Capítulo 40.

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- ¿Estás bien, Oliver? – Me restregué la mano por la cabeza, estaba sangrando.

- ¡Sangre, estás herido! Vamos a tardar demasiado si volvemos ahora a la base de los Star Guardian, vayamos al piso. – Me pasó una mano por la espalda y me agarró con fuerza. Estaba comenzando a sentirme mareado. – Aguanta un poco...

Alguien freía patatas en la cocina. Lo supe cuando mis sentidos despertaron y la fragancia llegó a mí. Me dolía la cabeza y la espalda. Me palpé el cogote y para mi sorpresa encontré un apósito pegado, me habían curado la herida. Parecía haber pasado unos días de resaca, quería levantarme, pero los dolores me lo impedían. Aquella persona cocinando era Daria, la responsable también de las vendas. Me trajo el desayuno al salón. Al parecer Nea le había ayudado a llegar hasta el piso, pues ella no sabía la dirección y yo había acabado desmayado. Volví a preguntar por él y de algún modo, ya sabía que no iba a estar por allí. Había tenido un comportamiento raro, quizá si no le hubiera dicho mi nombre habría acabado devorándome, pero después de todo, era mi guardián. Tras debatirlo mucho me di cuenta de que no había procedido bien, y en vez de apoyarle o pedirle que me explicara lo que acababa de hacer, simplemente me enfadé. Tal vez no fue su culpa, si no de Yanya, por darle más poder del necesario. Tal vez fue mi culpa, por no comprenderle en aquella situación. En ninguno de los casos la culpa era de Nea, y yo había actuado fatal. Debería de haberle comprendido, debería de haber confiado en él más de lo que lo había hecho, el miedo me sobrepasó. Ahora él cargaba con toda la culpa.

Daria y yo estuvimos comentando la situación de los Onwu, al parecer el olor a laurel los desconcertaba. Los guerreros se habían encargado de atar algunos ramilletes a los árboles que rodeaban la base. De esta manera, aquellos seres se pasaban horas dando vueltas en círculos y no avanzaban. Al fin, una buena noticia. La situación no debía de ir a peor, si el tema de los Onwu estaba más o menos resuelto, era hora de centrarse en el de Nea. Tenía que disculparme. Aunque Daria se negara, tenía que buscar a mi guardián. Sáhara estaba en casa, pero no era la misma protección, él era único en su trabajo.
Aproveché el momento en el que Daria corrió a fregar los platos para colocarme unos zapatos y escaparme al bosque. Ordené a Sáhara que no me siguiera, y pareció obedecerme. No sabía dónde buscar a Nea, simplemente decidí subir a la colina donde habíamos estado horas antes. Y acerté. Le vi de espaldas, contemplaba algo en el suelo. Parecía estar enterrando algo.

- ¡Nea! – grité. Él se giró enseguida sorprendido.

- No te acerques a mí, no sé lo que podría hacerte... - respondió cabizbajo. Sabía que no iba a quedarme allí mirando a la nada, sabía que él no iba a querer acercarse a mí. Tomé impulso y corrí hacia él, me agarré a su cuerpo tan fuerte como pude.

- ¡Lo siento, lo siento! – repetí nervioso. Al principio el pareció reacio a tocarme, alejó sus manos de mí, como si él no fuera digno de hacer eso. – No quise decir esas cosas malas que te dije antes, ¡estaba asustado!

Él no dijo nada, tan solo me abrazó y besó mi cabeza.

- Oliver, me he dado cuenta de que no soy el indicado para protegerte después de lo que ha ocurrido hoy, ¿por qué sigues viniendo hacia mí? – comenzó a decir. Al escuchar sus palabras, me crucé de brazos y me senté en el suelo. Me percaté de un trozo de tela que había enganchado a uno de mis zapatos y enseguida supe que era un pedazo de la camiseta de una de las ahora fallecidas brujas.

- ¡Esto es...! – exclamé arrojando aquello lejos. - ¿Qué has hecho con ellas?

- Las he carbonizado, excepto ese trozo que estaba tirado en el suelo, iba a enterrarlo en memoria de ellas... - explicó, todavía parecía un poco triste por lo que acababa de hacer.

- Hiciste lo correcto. – Tras tapar el pequeño agujero, sentí en la piel el frío del atardecer.

- Quiero que veas una cosa – soltó Nea de improviso. Me acercó a él, observé que Yanya aparecía ante nuestros ojos, con sus majestuosas alas extendidas.

- Humano, no me arrepiento de lo que he hecho hoy, pero voy a hacer caso a las peticiones de mi portador, no acepto ninguna de tus palabras – escuché en mi interior. El ave se estaba comunicando conmigo. Nos rodeó con sus alas, cerré mis ojos con fuerza y me agarré a mi guardián. No sabía qué estaba pasando hasta que volví a abrir los ojos.

Nos encontrábamos a orillas de una playa, con el sol del ocaso como fondo. Parecía un escenario sacado de una película. No pude evitar sonreír, no tenía palabras para describir cómo me sentía.

- No te he traído aquí para que veas la playa, sino eso – señaló con su dedo índice una cala que estaba a pocos metros de nosotros.

Me condujo hasta allí y yo mismo observé un pequeño camino que conducía al interior de la cala. Todo estaba oscuro, andábamos sin saber a dónde ir. Nea chasqueó los dedos y varias bolas de fuego iluminaba el ambiente. Aquella cueva era grande, más de lo que pensaba. A mi derecha había un profundo charco de agua del cual provenía el sonido de las olas al romper, aquel conducto conectaba con el exterior. En las oquedades de la inmensa pared rugosa había muchos objetos, desde libros, hasta figuras, pequeños juguetes, un par de dagas y varios cuchillos, pero lo que más me llamó la atención fue una tiara de mujer, exactamente la misma que Valentina llevaba en uno de mis sueños.

- ¿Es..., suya? – pregunté lentamente, tenía miedo de sacar algún recuerdo triste.

- Sí, me la regaló el día antes de su muerte – respondió. Su mirada mostraba añoranza, pero no tristeza.

- Le echas de menos, ¿verdad? – Mi pregunta pareció sorprenderle.

- Todavía la recuerdo, pero ahora mismo mi atención se centra en otra persona que me prometí proteger – dijo clavando sus ojos en mí. Yo le abracé. – Estuve viviendo aquí muchos años. Me encanta este lugar, me trasmite tranquilidad.

- Pero este sitio no tiene nada... Quizá eso... - señalé una cama improvisada que había en la esquina izquierda.

- Es un colchón hecho a base de mantas. En su interior hay una piedra roja, cuando la aplastas emite calor. – Me senté y pronto empecé a notar cómo el calor se expandía.

- ¡Esto es alucinante! – exclamé mientras frotaba mi cuerpo allí.

Decidí gastarle una broma a Nea. Paré de inmediato y me tapé la boca sin parar de quejarme. Nea no tardó en reaccionar y se agachó corriendo para inspeccionarme.

- ¿¡Qué te ocurre!? ¿Qué ha pasado? – preguntaba mientras intentaba calmarme.

- ¡Algo me ha picado en la boca! ¡Me duele! – respondí ocultando mi boca.

- Déjame verte... - Quité mis manos lentamente y cuando acercó su cara a la mía le planté un hermoso beso. Él se quedó inmóvil y sorprendido.

Fui retrocediendo poco a poco hasta acabar acostado horizontalmente en la cama. Lamí su paladar y conduje mi boca hasta su cuello donde acabé asestándole un mordisco. Yo quería jugar. Cualquier lugar era bueno para hacer travesuras, pero aquel en el que me encontraba, sin duda alguna, era el mejor.
Arrastré mis uñas por su espalda lentamente y él pareció comprender lo que quería. Volví a besarle y él pareció aceptar mi petición indirecta al pasear su mano por mi pecho. Se sacó la camiseta y aproveché para hacerlo yo también. El ambiente pareció volverse más cálido. Un escalofrío puso mi piel de gallina. Mi guardián mordió uno de mis pezones, una sacudida recorrió mi cuerpo. Moví mis piernas y con una de mis rodillas rocé su miembro. Alguien ya se estaba excitando.

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Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora