Capítulo 52.

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- Nea...

- Creo que sé qué es lo que quieren hablar conmigo – dijo interrumpiéndome. Estaba demasiado serio. – Quédate aquí, volveré enseguida.

- ¡Me niego! No quiero volver a separarme de ti – respondí exaltado.

- Posiblemente lo que ellos me tengan que decir no va a ser algo bueno, aun así, ¿quieres venir? – Yo afirmé rápidamente con la cabeza. – Está bien, vamos.

Bajamos las escaleras sin decir ni siquiera una palabra. Tan solo mirando la espalda de mi guardián sabía que estaba tenso e incómodo. Sabía que si le hablaba no iba a estar pendiente de mi mensaje, así que deseché la idea de iniciar una conversación. Tenía ambos puños quietos, las venas de sus brazos estaban marcadas, su corazón estaba nervioso.
Delante de la gran puerta del salón, tomó una bocanada de aire gigante y cerró sus ojos por un instante. Acaricié su espalda y le di un pequeño empujón hacia delante. Abrió ambas puertas, aún con las manos temblorosas pero seguras. Y allí estaban sus padres, de pie, con rostros enfurecidos mirando unas fotos que guardaban en sus manos.

- ¡Hijo, ¿qué es esto?! – gritó su madre. Le entregó los trozos de papel en las manos y Nea se mostró impasible.

- Creo que nos debes una gran explicación – continuó su padre de brazos cruzados. Eché una mirada a las fotos, salíamos Nea y yo en el suelo, besándonos, justo en el momento que me encontré con él en el castillo de Tian.

- No tengo nada que decir, esto es cierto, nos besamos – respondió Nea con la mirada fija en su padre, quién le profirió una bofetada que me dejó estupefacto.

- ¡Hijo! – exclamó su madre.

- ¿Qué te crees que estás haciendo con tu linaje? – preguntó el padre con sus ojos llameantes.

- Padre, por favor...

- Te lo hemos dado todo, vestido de las mejores telas, la educación que requerías... Detrás de ti hay una fortuna, ¿¡cómo puedes tirarlo todo a la basura!? ¡Tantos años perdidos! – vociferó. Con tan solo posar mi mirada en él sabía que estaba cerca de enloquecer y aquello no era bueno.

- ¡Cariño, ya basta! – interfirió Adrienna. – Vamos Nea, discúlpate...

- No – negó mi guardián sin cruzar su mirada con ella. – Lo siento madre, no tengo nada por lo que disculparme.

- ¡Estúpido! – exclamó Dante. – No mereces llevar nuestro apellido, eres una basura... - Concentró poder en la palma de su mano y apuntó al corazón de su hijo.

Reaccioné tan veloz como mis piernas quisieron hacerlo y me interpuse entre ambos. Cuando pensé que su alargado dedo me iba a tocar, una brisa con un aroma varonil se posicionó delante.

- Me disculpo por mi intromisión señor Edevanne, pero me temo que no podemos permitirnos el hecho de tener a Oliver inconsciente. Espero que me entienda – explicó Louis, que había apartado aquella mano con total tranquilidad. Dante mostró una mueca de rabia.

- Olvídese de mi familia, de mi dinero y el apoyo que le he dado durante todos estos años, Louis. Y tú, bastardo, ya no perteneces a esta familia, yo como líder te desheredo, no te atrevas ni siquiera a nombrarnos. – Empujó a Louis a un lado, agarró el cabello de Nea que ni siquiera dio un paso atrás e hincó sus colmillos en su cuello y tras tragar sangre le arrancó un trozo de carne.

Observé cómo le susurró algo en su oído, algo que le causó a Nea una sensación de no poder remediarlo. Todo este tiempo se había mantenido cabizbajo, sin soltar ninguna palabra.
Dante dio media vuelta y con un ademán le transmitió a su mujer el mensaje de que le siguiera. Las lágrimas corrían por las mejillas de la señora, que no podía siquiera articular alguna palabra, pero mantenía su compostura. Se quedó unos minutos en frente de él, como si estuviera rogándole su perdón en el silencio. En aquel momento sin quererlo, las gotas de agua mojaban mi camiseta, sí, yo también estaba llorando. Me dolía tanto el pecho como podía estar ocurriéndole a cualquiera de ellos dos. No existe una palabra para describir aquella situación, todo se había vuelto un cúmulo.
Los ojos de la mujer parecían sumidos en una tristeza sin fin, su rubio cabello ya no brillaba tanto como minutos anteriores. Ella prosiguió su camino con un paso apresurado. Nos quedamos en silencio, nadie se movía, nada emitía algún ruido, incluso los pájaros parecían estar guardando sus voces. Me giré despacio, di un paso para estar más cerca de Nea y entre su cabello negro pude ver brillar una lágrima que se deslizaba por su pálida piel. Él, por primera vez, estaba llorando.

Silver moonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora