Mi vida en el orfanato no había sido la mejor etapa de mi vida, pero fue al menos tranquila. No era muy social, siempre solía estar en el gran salón donde todos comíamos. Desde allí se veía el patio exterior, los niños juntaban después de comer. Me apoyaba en la repisa de la ventana del salón y observaba cada movimiento de los demás. Niñas jugando con muñecas y hablando entre ellas mientras los niños le daban patadas al balón o jugaban con camiones de juguete. La verdad era que jugar con los juguetes jamás me llamó la atención y mucho menos la idea de empezar una conversación con alguien más. Las niñeras que tenía siempre me mandaban al patio con los demás, pero me negaba tanto que accedían a dejarme allí sentado en una silla junto a la ventana.
Ingresé allí poco tiempo después de nacer, ya que ningún miembro de la familia quería hacerse cargo de un niño huérfano de madre. Y mi padre..., desapareció. Una cuidadora con el tiempo me comentó que mi padre debido al estrés de cuidar un niño, desistió y me entregó al orfanato con el nombre de Oliver. Mi padre no quiso dar sus datos personales para que en un futuro fuera casi imposible buscarle así que, no adquirí los apellidos de mis padres si no que me lo intercambiaron por el orfanato, Blaze. Desde entonces siempre he sido Oliver Blaze.
Conocía a todos los niños del orfanato, aunque no hablaba con ellos sabía que la mayoría tenían sus familias con las que se encontraban los domingos. Los domingos eran los días de visita. Por aquella época no había mucho trabajo; las familias con peor situación económica optaban por ingresar a sus hijos allí donde les darían comida y un sitio para dormir. Por supuesto había otros con la misma situación que yo y esperaban ser adoptados por cualquier familia que les cuidara. Yo me negaba a ser entregado a otra familia por eso jamás fui adoptado.
Había una niña huérfana en especial que todos los domingos lloraba esperando a sus padres que nunca fueron a verle. Tendrían alrededor de los 10 años, era un año más pequeña que yo. Siempre llevaba el pelo dividido en dos trenzas de color castaño. Era de complexión delgada, cuerpo menudo, largas piernas y cara redonda con ojos marrones y profundos. Los domingos siempre se acurrucaba en la esquina cerca de la ventana donde yo siempre me sentaba. Encogía sus delicadas piernas y apoyaba su cabeza en las rodillas; sollozaba pidiendo que sus padres volvieran. Hasta que un día le pregunté, quería que ella se liberara de todo lo que sentía hablando conmigo.
- Hace frío para llevar la ropa mojada, te vas a resfriar si sigues llorando así – advertí mirándola desde arriba. Ella alzó su mirada, pero no me respondió. - ¿Por qué lloras?
- ¡Aléjate! – exclamó dándome la espalda. Le miré confuso pero no me rendí.
- Soy Oliver, encantado – dije estirando mi mano hacia ella. - ¿Cuál es tu nombre? – Enseguida sacó su cabeza sonrojada de tanto llorar y me miró con cara sorprendida.
- ¿Oliver? Mi nombre es Olivia – musitó apartando la mirada.
- Vaya, nuestros nombres son muy parecidos – respondí con una sonrisa.
- Sí... - contestó con los ojos llorosos.
No quería que llorase más, pero necesitaba saber la razón de su mala condición.
- Olivia, ¿puedo contarte una cosa? – Ella asintió. – Verás cuando yo nací mi madre murió y mi padre me trajo aquí. Nunca les conocí, en realidad no conozco a nadie de mi familia, pero aquí he conocido a gente tan especial como yo. Mírame ahora, no estoy triste – expliqué. Esperaba que me respondiese de una buena manera.
- Pero siempre estás solo en esa ventana – tartamudeó mientras me señalaba.
- Me gusta ver cómo juegan los demás niños, es entretenido. Ven, te lo enseño. – La agarré de la mano y le mostré lo maravilloso que era observar.
Ella enseguida me entendió. Alegró un poco su cara cuando vio a los demás jugar. Me comentaba cada movimiento de los niños a pesar de que yo también lo estaba viendo, pero no me importaba.
- Mis padres me prometieron que vendrían a verme todos los domingos, pero han pasado ya cinco meses y no han venido ni una sola vez – soltó de repente sin esperarlo. Y esa era la razón de su malestar emocional.
- Seguro que regresan algún día, Olivia – contesté acariciando su espalda.
- Quiero pensar eso, les echo de menos. – Realmente estaba afectada, sus ojos volvían a derramar lágrimas. – Lo siento, yo otra vez...
- Llora todo lo que quieras – dije acercando su cabeza a mi pecho y rodeándola con mis brazos. – Yo te protegeré.
Y así empezó nuestra pequeña amistad. Empezamos a quedar juntos en aquella ventana del gran salón, pronto nuestras vidas ya no eran un secreto. Sabía más de su vida antes de ingresar en el orfanato que de la mía propia. Tardó varios meses antes de acostumbrarse a los domingos, a pesar de todo ella seguía esperando y yo seguía consolándola. Hasta que llegó el primer domingo en el que se olvidó de todo y disfrutó de verdad del día. Ella quedó sorprendida al día siguiente, había conseguido pasar sin llorar, se notaba lo orgullosa que estaba.
Nos convertimos en grandes amigos, inseparables.
- Abre tus ojos, pequeño, vamos, inténtalo Oliver... Mueve tus dedos... Eso es, perfecto... - decía una dulce voz femenina.
Yo quería abrir mis ojos, pero no podía, me pesaban demasiado los párpados, aun así, obedecía todo lo que me decía aquella voz. Estaba en un lugar esponjoso, una manta en mi abdomen parecía estar dándome calor. Noté algo frío en mi cara, tenía un tacto suave y rugoso.
- Tranquilo, solo estoy pasando esta pequeña toalla para humedecer tu piel – explicó.
Me notaba tan cansado que no intenté ni vocalizar alguna palabra. Una gota se posó en mi ojo derecho, estaba comenzando a ser una molestia así que levanté con mucho esfuerzo mi mano para frotarme los ojos.
- ¡Oh Oliver, muy bien, eso es, despacio! Es sorprendente la manera tan enérgica que tienes de despertar. Poco a poco...
Conseguí quitarme la dichosa gota de agua. Noté mis ojos aliviados. Intenté abrir mis párpados, necesité unos minutos para que mi vista se aclarara, veía todo nublado. Fijé mi mirada en mi mano, mi piel estaba demasiado pálida, me costaba demasiado abrir y cerrar mi mano.
- ¡Has abierto los ojos! Genial Oliver, pero no te esfuerces más... Con todo lo que has hecho es suficiente por hoy – dijo aquella mujer posando mi brazo en aquella manta. – Ian informa a los demás que Oliver ha despertado, por favor – ordenó. – Sobre todo a Nea, lo querrá saber antes que nadie...
- N-Nea... - susurré.
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Silver moon
RomansaTrabajo de camarero en un bar cerca de mi casa. Mi madre murió durante el parto y mi padre me abandonó; la única manera de que mi padre me pudiera reconocer es gracias a una marca de nacimiento que tengo en la muñeca con forma de luna menguante. Mi...