Capítulo 3: Ojos dorados

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La arena bajo mis rodillas es suave, tomo un puñado en mi mano viendo como ésta se me va entre los dedos hasta perderse en el color gris de la arena. Me pongo de pie y miro a mí alrededor, estoy sola, parada en medio del desierto pero por alguna extraña razón no siento miedo. Una suave brisa me revuelve el cabello, haciendo que este se me vaya a los ojos, intento quitármelo, pero poco a poco el viento va tomando fuerza, levantado la arena a su paso. Murmullos comienzan a llenar mis oídos, intentan decirme algo pero no sé qué, las voces se vuelven más fuertes, más alborotadas, exigiendo ser oídas. Empiezo a marearme.

¡Basta! grito a la nada, pero las voces no se detienen, están en todas partes

La arena comienza a formar un remolino a mi alrededor. Me llevo las manos a los ojos tratando de cubrirme, pero es demasiado fuerte, mis piernas comienzan a hundirse, el oxígeno es cada vez más escaso. Trato con todas mis fuerzas de salir de la arena, pero me hundo más con cada movimiento. Y de pronto y sin darme cuenta ya no estoy sola, puedo ver como una silueta se acerca a mí, pero la arena me dificulta la mirada. La figura oscura toma más velocidad a cada paso que da.

Ya no queda aire, ni fuerzas para huir. Me dejo ir, mientras dos ojos caramelos me miran, conteniendo todo el dolor del mundo en sus iris.


Abro los ojos de sopetón y mi boca se abre en busca de oxígeno, el corazón me va a mil por hora, como si hubiera corrido una maratón.  Cierro los ojos tratando de normalizar mi respiración.

Intento recordar de qué iba la pesadilla, pero solo tengo una vaga imagen de arena y nada más. Sacudo la cabeza alejando las imágenes confusas que llegan a mi mente, fue solo un mal sueño, no es real.

Pierdo la noción del tiempo y pronto el calor de pequeños rayos de luz que se cuelan por mi ventana me dan directamente en la cara, creo que ya es hora de levantarme para ir a correr...correr la ventana para seguir durmiendo ¿Qué? ¿Creyeron que iría a trotar?

Estiro mis brazos mientras doy un vistazo hacia el exterior, el sol brilla con fuerza allá en lo alto lo que pronostica un buen día aunque los meteorólogos de la Tv dijeron que llovería.

Dos golpes en la puerta me hacen voltear.

—Buen día pequeña dormilona — canturrea Tania, entrando a la habitación

— ¿Qué hora es?

—Es casi medio día.

Levanto mis cejas sorprendida, creí que sería más tarde aunque últimamente he estado un poco desorientada en el espacio- tiempo. Miro a Tania que sigue parada en el marco de la puerta, está muy callada para ser ella misma...oh no, eso solo puede significar una cosa.

—Ni lo pienses, no pienso repetir lo del otro día y menos dos vece en una semana — replico mientras me alejo más de ella — ¿No tienes cosas que hacer, no sé, como plantar un árbol, escribir un libro o algo?

—Por favor Paris — pone sus ojos de gato con botas — es la fiesta de cierre del semestre.

— Creí que las fiestas de cierre se hacen...no sé ¿El último día de clases? y si bien recuerdo, aún faltan algunos días para eso.

—Lo sé, pero eso nunca nos ha detenido — se sienta en mi cama, observándome con ojos suplicantes — es un lugar mucho más grande, así que tu claustrofobia estará bajo control, además ya sabes que no me gusta ir sola a estas cosas, necesito a mi amiga junto a mí para que me proteja de los chicos malos — hace un puchero.

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora