Capítulo 49 No más mentiras

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Con la llave entre las manos y de pie junto a la puerta, lo dudó.

Sabía que era una estupidez detenerse ahora, más aun considerando todo lo ocurrido. Pero era algo que debía hacer, se lo debía. Después de todo la Decisión más difícil ya había sido tomada. Tomó un gran aliento, de esos que suelen tomar las criaturas de su especie para darse ánimos y sin dar más rodeos la abrió...

...

La brisa acaricia mi rostro. Elevo la vista, justo para alcanzar a ver lo que me indica es el comienzo de la puesta de sol. Si mis cálculos no fallan éste debería comenzar su inevitable descenso en algunos minutos, lo que me da tiempo suficiente para terminar con las últimas líneas de mi libro.

Pero mi atención es capturada por dos figuras en la lejanía, que a paso lento se acercan. Sonrío cuando se detienen y se abrazan por la espalda, dispuestos a contemplar la función que se avecina. Los observo, dejándome llevar por el sonido de las olas y por uno que otro pensamiento revoltoso que se aloja en memoria.

Luego de que las criaturas volvieron a sus dimensiones, abandonando la nuestra, la vida tomo su curso normal, bueno, quizás no siguiendo el concepto tradicional de lo que "normal" significa.

Pero lo cierto es que las cosas cambiaron, pero no como todos creíamos que lo harían. No todo cambio es malo. Al menos no completamente.

Hay cosas sin embargo, que tardan más en volver a su curso. Cosas que no sanan tan fácilmente, como la gran hendedura al medio de la calle que ahora hace completamente peligrosa la tarea de pasar un auto por ahí, o los daños en la infraestructura del hospital y en muchas casas, estoy segura que nunca había visto tanto hormigón destruido en mi vida, incluso varias semanas después aún era necesario quitarse los zapatos y voltearlos para dejar caer lo que pareciera ser un molido de cemento similar al de la arena. Pero claro, hablando de calamidades, hay algunas que no atacan directamente tu alrededor, sino que hacen mella en tu interior. Pero no hablemos de eso.

De momento no.

Al poco tiempo ya habíamos logrado levantarnos y retomar nuestro ritmo de vida. Nadie dijo nada, ¿Y qué podía decirse? Muchos aun no podían dar cuenta de lo que vieron ni mucho menos explicarlo.

Los pasillos de la Universidad estuvieron mudos por algún tiempo, creo que era su forma de protegerse. Hablar de ello solo lo hacía más real y ante tal panorama era mejor callar. Aunque claro, la noticia de que el estudiante de intercambio estaba en coma no se hizo esperar. Es extraño como los rumores vuelan aun cuando pareciera que nadie los escucha.

El taller de fotografía se suspendió unas cuantas semanas. El profesor Carlos se acercó un día a mí, notablemente afectado por la noticia. Preguntó de la forma más sutil que encontró, si es que podía continuar con los alumnos y no dejarlos a la deriva.

Decliné la oferta.

¿Cómo podía guiar a un grupo de chicos, cuando ni yo misma sabía hacia dónde iba?

Aunque sí me despedí de ellos, sentía que era lo correcto, aunque lo correcto o incorrecto ya era una palabra que no me hacía mucho sentido. Como cuando repites algo una y otra vez, en algún momento se transforma solo en un montón de letras unidas entre sí.

El sol disminuye su fulgor. Tomo la pequeña fotografía que uso de marcador, sin detenerme a mirarla detenidamente, simplemente porque es una puesta de solo muy bonita como para arruinarla con mis lágrimas, como las del primer día, cuando encontré la foto bajo mi almohada. Pongo el marcador entre las hojas y cierro el libro dejándolo apoyado entre mis piernas. El sonido de su respiración agitada me hace voltear, para encontrármelo a pocos metros de mí. Sonríe en cuanto me ve y le hago un gesto con la mano para que se siente junto a mí.

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora