Capítulo 39 El gigante de arena

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No puede ser.

Me asomo por la pequeña rendija, forzando la vista para convencerme de una vez por toda de que lo que ven mis ojos es real y no un espejismo. La puerta, en efecto está ahí, aunque aparece y desaparece por intervalos, como si siguiera el ritmo de un tambor.

Pom...

Aparece

Pom...

Desaparece

Me froto los ojos con el dorso de la mano, es tan difusa que me cuesta trabajo verla con claridad, pero es la primera oportunidad de irme que he tenido en todo lo que llevo aquí y no pienso desaprovecharla.

Me pongo las zapatillas mientras pienso en el plan, no es muy elaborado y hay un gran margen de error pero en estos momentos no me importa, es el todo o nada, me digo, y eso al menos sirve para mandarme una corriente de adrenalina.

Intento agudizar el oído en busca de algún movimiento de mi máximo enemigo, pero hace unos días que ya no lo escucho y solo ahora tengo las agallas para salir de mi escondite.

Saco algunas de las tablas podridas que puse en un intento de tapar el agujero que hice en mi caída, me detengo, solo para tomar un largo aliento. Corro el pequeño cajón de madera hacia el centro, me subo, buscando algún punto en el cual apoyarme, al final lo único seguro son las orillas gastadas de las pocos tablones que aún se ven relativamente menos podridos. Una vez que me aseguro que tiene la firmeza adecuada para no salir disparada hacia el suelo, me doy impulso con los brazos.

Apoyo mi pecho en la arena mientras subo una pierna primero y luego la otra, no fue tan difícil como creí. Miro en ambas direcciones pero todo lo que veo es arena. Me pongo en pie y corro hacia la puerta, esperando con toda mi alma de que no sea un estúpido espejismo.

¿Pero qué ocurre? ¿Por qué todo está resultando demasiado fácil? La lógica dicta que nada puede ser tan fácil como se cree, o de lo contrario algo estás haciendo mal, es como un ejercicio matemático, cuando crees que has llegado al resultado te encuentras con que todo el razonamiento es errado, o al menos así pasaba conmigo.

Pero aun así no me detengo, ni siquiera cuando la arena bajo mis pies comenzó a moverse yendo en dirección contraria, ni siquiera cuando unas enormes manos se alzaron en el cielo, cubriendo la luna a su paso, ni tampoco cuando descargó sus puños tan fuerte que salí disparada hacia adelante varios metros.

Siento la mejilla rasmillada y con un leve ardor, pero el impulso con el cual fui arrojada me ahorró varios metros, ahora ya casi puedo verla con claridad. Tropiezo con mis piernas pero sigo andando. Siento como el piso retumba a cada paso que mi contrincante da en mi dirección, no es sino cuando ya estoy cerca que busco entre mis bolsillos, pero cuando no la encuentro desespero, toqueteo angustiada todos los bolsillos pero no encuentro nada, me detengo, con el pecho a punto de estallar y me obligo a mirar hacia atrás.

Ahí, a pocos metros de distancia la llave me observa clavada en la arena, resaltando entre todo el paisaje, como si de una gema preciosa se tratase. Me lanzo hacia ella en una carrera contra el tiempo y alcanzo a tomarla justo al momento en el que veo como me despego del suelo.

Me retuerzo, sacando la daga e incrustándosela en la mano, corto uno de sus dedos y no dudo en continuar con el otro, su mano se evapora pero no me deja caer, al contrario, me agarra con la otra y me lleva hacia su boca, pateo con fuerza, liberando uno de mis pies y arrojándome hacia su cara, golpeando se nariz en el proceso y aferrándome a esta. Se golpea la cara con ambas manos pero aferro con fuerza, soy tan pequeña que no puede encontrarme, más aun cuando estoy justo en el punto ciego.

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora