Capítulo 37 Una visita al doctor

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Esconderme

Eso es lo primero que pienso cuando su mano viene directo hacia mí, aunque por suerte mi cuerpo pensó algo completamente diferente al hacerme girar hacia el otro lado, esquivando el ataque de mi adversario.

Me levanto y corro hacia ningún lugar en específico, solo veo arena porque la casa en donde vi el dibujo acaba de hacerse polvo hace menos de un minuto atrás así que básicamente corro intentando salvar mi vida.

Miro por sobre mi hombro, viendo como el gigante se mueve utilizando sus manos como impulso. No le cuesta esfuerzo alguno alcanzarme, soy como una hormiga para él, aunque al intentar golpearme de nuevo con sus manos reparo en que quizás su altura le hace tener movimientos un poco más lentos, lo cual debería darme algún tipo de ventaja.

Mínima, pero ventaja al fin y al cabo.

Una vez vi en una película, que si corrías en zigzag era más difícil que te pillaran, pero cuando siento mis pies abandonar el suelo caigo en cuanta que la magia del cine no podrá ayudarme hoy. Grito aterrada.

Me llevo la mano al bolsillo, logrando sacar la daga antes de que me apriete fuertemente entre sus dedos. Me siento como esa chica a la que King Kong agarró en el Big ben, aunque esto es mil veces peor. La bestia no está enamorada de mí.

Con la daga en la mano y acercándome cada vez más a la boca de la criatura es que me pregunto como puedes hacerle daño a algo que solo está formado de arena, pero no me detengo mucho en eso, sobre todo porque su agarre impide que me llegue oxígeno al cerebro, con todas mis fuerzas y con un grito desgarrador logro liberar mi brazo y hundo la daga, cortando uno de sus dedos, veo como este se deshace, tomo impulso y rebano los otros cuatro, me suelta, viendo como su mano se evapora con el viento y caigo al piso cubriéndome la cabeza con las manos, por suerte es arena o de lo contrario la caída hubiera sido peor.

A lo lejos veo una pequeña edificación, quizás si soy lo suficientemente rápida...el piso tiembla y me volteo al tiempo en que sumerge su brazo manco en la arena y esta se une formando una nueva mano. Mueve sus dedos en el aire, riéndose de mi ingenuidad y la adrenalina me hace salir disparada hacia adelante.

¿Cómo se supone que lo detendré? ¡¿Dónde rayos esta la maldita puerta?!

Adrenalina y mucho miedo me hacen correr.

Miedo a no lograrlo.

Miedo a no volver a casa.

Miedo a no volver a ver a los que amo.

Miedo.

Terror.

(...)

Me llevo la mano a la quijada por enésima vez en lo que va de día, hace tres días ya que una fuerte punzada ha llegado para instalarse en mi boca y no desaparecer.

Intento hacer la postura de la montaña hacia abajo pero me es imposible, en cuanto mi cabeza llega al suelo todo el dolor se acumula en mi muela y duele como los mil demonios. Al final opto por sentarme en mi esterilla y esperar hasta que la instructora cambie de figura.

Romina me mira de reojo y le hago una seña hacia mi mejilla derecha, la verdad es que me he estado quejando todo el día sobre mi dolor, por lo que me entiende de inmediato en cuanto me señalo.

Me entretengo mirando algunos traseros de chicos lindos que pasan por la ventana que da hacia la sala de yoga, pero mis ojos se detienen complacidos en cuanto lo ven a él.

Roberto, podría decirse que él es... como llamarlo, ¿Mi interés amoroso? ¿El chico nuevo que viene a cambiar mi forma de vida? ¿El protagonista de mi propia historia? Nah, no lo creo. Roberto es todo lo que soy yo pero en versión masculina, en una candente y atractiva versión masculina diría yo.

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora