Capítulo 45 ¿Fácil?

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Camino decidida, apartando al montón de gente que choca sus cuerpos con el mío, no me molesto en disculparme si quiera, no pueden verme. Mi mano tirita a mi costado, pero la aprieto con fuerza, sintiendo el frío metal fundirse sobre mi piel.

Tomo una gran bocanada de aire para calmarme, pero me rehúso a detenerme. No puedo permitirme dudar, repito en voz baja. Sin embargo guardo la daga en mi bolsillo.

Aun cuando me lo haya repetido un centenar de veces la idea de estar a puertas de cometer un error no abandona mi cabeza. Trago saliva, doblando en la esquina y topándome de frente con un mercado. La gente, vestida de túnicas revolotea por los diversos recovecos, comprando o regateando por algún buen precio.

El Egipto de los años treinta me recuerda a esa película de "La Momia" con Brendan frazer, solo espero no tener que encontrarme con un Imothep. Me detengo en el centro, ignorando todo el bullicio exterior y concentrando mi mente en la única persona que realmente quiero ver.

No es tan difícil, creo que la práctica por fin ha dado sus frutos. Un pequeño revoloteo estremece mi pecho y me hace avanzar hacia adelante. Me dejo guiar, confundiéndome con la masa de gente y moviéndome con ella.

Esquivo a dos hombres que caminan sin mirar el camino, me agacho para pasar debajo de las miles de telas de colores que una mujer robusta ha comenzado a colgar y que estoy segura venderá a un precio casi ridículo, doblo por uno de los pasillos, veo como unos niños pequeños roban en un puesto de manzanas y corren despavoridos ante los gritos de un hombre de barba larga, y de pronto, caminando entre los miles de cuerpos, uno destaca por sobre los demás.

Se mueve de manera ágil, evitando tocar a la muchedumbre y lográndolo con un éxito brutal. Parpadeo varias veces, no pudiendo creer que lo he encontrado y reparando en el hecho de que ya no es más una silueta, cosa a la cual ya me había acostumbrado, ahora puedo verlo tal y como es y eso solo me destruye un poco más. El corazón se me acelera y mis manos sudan. Pierdo la concentración y cuando ajusto la vista ya es muy tarde. Tropiezo de frente contra un puesto de antigüedades, causando un gran ruido y las miradas sorprendidos de algunos transeúntes quienes se preguntan qué pudo haber ocasionado aquello.

Su cuerpo se vuelve alerta, mirando por sobre su hombro y tensándose en cuanto sus ojos dan con los míos. No lo duda ni un segundo, corre, intentando alejarse lo antes posible.

Trastabillo un poco al inicio pero me recompongo con facilidad. Corro tras él como si la vida se me fuera en ello y de cierto modo lo hace.

Sabe que lo estoy alcanzando, puedo notarlo, pero no logro leer sus intenciones cuando de pronto toma a un hombre por los hombros y lo jala hacia atrás. El hombre suelta un grito ahogado, sin entender cómo ha podido suceder eso y el grito toma aún más fuerza cuando me estrello en él protegiendo mi cabeza con las manos y sintiendo el duro impacto de su cabeza en mi costado. Suelto una disculpa casi por inercia, aun cuando sé no puede verme ni oír nada.

El choque me ha quitado un par de segundos y le ha dado ventaja, pero solo me basta cerrar los ojos y seguir mi instinto para continuar con la persecución.

Lo veo a lo lejos, ingresando a lo que creo es un local de telas, me apresuro en llegar. Un olor fuerte, similar al de algún tipo de incienso me abofetea la cara en cuanto ingreso. No lo veo, así que recorro el lugar.

La variedad de telas que cuelgan desde el techo es abismante, podría perderme aquí fácilmente, pienso mientras no puedo retener el impulso de tocarlas. Son tan suaves como me imaginé que serían. Miro hacia todos lados intentando encontrar algún tipo de escalera o puerta por la que pudo haberse marchado pero el lugar no es tan grande y la única salida visible es la puerta de entrada.

Estoy a nada de salir, pero el cosquilleo en mi interior me dice que los siente cerca, me detengo, no sabiendo muy bien cómo proceder.

Miro por sobre las telas, intentando encontrar algún tipo de movimiento inusual, pero mis ojos se desvían hacia un costado. Ahí, colgando desde el techo hay una tela que destaca por su brillo. Es mucho más blanca que las demás que ya casi se ven amarillentas.

Me acerco, hipnotizada por su esplendor. Elevo mi mano para comprobar si es tan suave como mis ojos me hacen creer, pero cuando mis dedos parecen hundirse en ella comprendo que me han engañado.

No es tan suave como la tela.

Y eso se debe a que es un portal.

La muerte dijo que hay miles de ellos repartidos por todo el mundo, Daniel debe haberlo sabido, por eso llegó hasta aquí. ¿Cuántas veces habrá venido a este Egipto? ¿Qué tanto sabrá de todo esto de las dimensiones?

Sacudo mi cabeza con fuerza, no puedo quedarme a pensar en preguntas que no puedo responder. Doy un paso, cruzando el portal y sintiendo el radical cambio de temperatura.

El blanco lo inunda todo, y su frialdad se hace un lugar en mí. Mis mejillas son las primeras en sentirlo así que me llevo las manos a la cara intentado calentarlas pero es inútil. Pronto mi aliento puede verse con cada inhalación y exhalación que hago.

Meto las manos dentro de los bolsillos del suéter mientras me hago paso por entre las grandes cantidades de nieve en la que me encuentro ¿Qué es esto? ¿La Antártida?

No tengo que caminar mucho para encontrarlo, de pie sobre un pedazo de hielo flotante. Tiene los hombros caídos, casi derrotado. Por un momento me pregunto cómo hace para no sentir frío, ya que mientras me esfuerzo en caminar y no tiritar en cada paso, él, se ve justo lo contrario, como si el cambio de temperatura no le hiciera daño.

Logro llegar un poco más cerca de su posición.

−D-Daniel –comienzo, pero el frío me hace tartamudear

No se mueve, ni siquiera eleva la mirada.

Abro la boca para hablar, pero no sé muy bien que decir, así que la cierro y me acerco un poco más, solo unos cuantos pasos nos separan.

−Si hay alguna manera...

−No la hay –me corta –No actúes como si lo hubiera

La dureza de su voz parece adaptarse a la perfección con la frialdad del lugar, pero intento hacer que no me afecte.

−Quizás tengas razón –acoto, con la voz ronca – Pero tienes que ponerte en mi lugar Daniel, esto tampoco es fácil para mí

Su risa amarga me hace callar de sopetón

−Tú no eres la que debe morir aquí –añade tensando la mandíbula y por un momento siento como si el corazón se me detuviera− así que permíteme que rebata tu argumento

Sus palabras me hieren más que cualquier cuchilla. Siento mis ojos llenarse de lágrimas y congelarse en cuanto pretenden echarse a correr

−Yo... − Se gira, dándome una vista de su perfil, la dureza abandona su rostro por unos segundos, pero así como rápido llega rápido se va.

Doy un paso hacia delante pero su cuerpo se tensa y retrocede. Veo la intención en sus ojos, pero no me da tiempo a reaccionar.

Se lanza hacia las aguas congeladas que nos rodean. Pego un grito corriendo hacia la orilla y viendo como su cuerpo se pierde en las profundidades.

No lo pienso.

Salto.

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora