Capítulo 10 Salem

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Entre las raíces de un antiguo árbol podrido por el crudo invierno, Loana se dedica minuciosamente con el filo de una roca a extraer los hongos que ahí proliferan. Deberá apresurar su labor, ya casi cae la noche y es menester volver a su tribu antes que las hienas nocturnas se apoderen de aquel primigenio paisaje. Entre los pliegues de su vernácula vestimenta, la mujer recorre a paso veloz el lago congelado que la separa de la ubicación de la caverna que podríamos llamar su hogar. A su llegada el fornido Tumak regaña a Loana, en parte por llegar con el alba y en parte por la poca cantidad de hongo que recolectó. Loana era sin duda la rechazada del clan, por lo que no es de extrañar que ella no se llevara bien con nadie del grupo. En uno de los rincones de la caverna la mujer se mantenía huraña con los demás miembros del clan mientras se alimentaba de los pocos hongos que había recolectado hace unas horas.

***

−Toc toc – tamborileo mis dedos sobre la puerta de la habitación de mis padres

− ¿Paris?

− Hola mamá− me quedo de pie junto a su cama, cambiando el peso de una pie al otro, no sé muy bien cómo reaccionar, se ve tan frágil que siento que un pequeño abrazo la partiría en dos y no quiero que eso ocurra.

Pero ella estira sus brazos y sonríe, diciéndome con su mirada que todo está bien, que no piensa desmoronarse.

Arteriosclerosis, papá y yo evitamos pronunciarlo, le hemos tomado tal odio a una simple palabra que cuando a uno de los se le escapa, el otro lo mira horrorizado y no es para menos, ese es el nombre de la enfermedad de mamá, la cual evita la correcta llegada de sangre hacia las arterias. Todo comenzó como un simple dolor de piernas, qua atribuyó a sus salidas a trotar, pero que poco a poco se fue intensificando hasta que llegó a lo más preciado que mamá tiene: su corazón, ocasionando el estrechamiento progresivo de sus arterias coronarias, lo que la mantiene en cama, ya que cualquier esfuerzo que demande más aporte sanguíneo le provoca dolor, y riesgo de un infarto de miocardio. Panorama para nada alentador.

−Te extrañé tanto− digo contra su pecho, sintiendo el latido de su corazón. Siento como sus dedos hacen figuras en mi cabello

−Ya estás aquí mi niña− susurra y yo aprieto los ojos para no llorar – ¿Cómo ha ido todo? ¿Benjamín vino contigo?

Me separo un poco, frotando mis ojos con el dorso de la mano

−Sí, él me trajo –comienzo − y sobre la Universidad, todo va bien, tranquilo...excepto Tania, ya la conoces está loca− mamá suelta una leve risa antes de estornudar – y el profesor Carlos me pidió ser ayudante de una clase de fotografía para chicos de primero

− ¡Eso es increíble! ¿Ves? te dije que tenías talento− aprieta mi mano entre las suyas

Sonríe y sus ojos se iluminan, haciéndola parecer mucho más joven de lo que realmente es y por un momento todo parece ir bien

Unos golpecitos en la puerta me hacen voltear

− ¿Interrumpo? – papá nos mira a las dos mientras entra a la habitación

−No, Paris me contaba que al fin están reconociendo todo su talento de la manera que se merece

− ¿En serio? ¿Al fin se dieron cuenta de que eras demasiado buena y te dieron el título de Arquitecta de inmediato? no me sorprende, eres hija mía, lo veía venir

−Ejem...− mamá simula un estornudo

−Oh, claro y también sacaste algo de tu madre, pero ambos sabemos de dónde vino todo ese talento –susurra dándome un codazo con el brazo

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora