Capítulo 41 Sin palabras

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¿Has tenido alguna vez un mal sueño? De esos en los que cosas malas pasan y te hacen despertar en medio de la noche con un sudor frio recorriéndote la espalda y con lágrimas en los ojos, pero que luego, cuando al fin respiras con tranquilidad te das cuenta que solo fue eso, un sueño, que todo está tal cual lo dejaste antes de venir a dormir y te das media vuelta olvidando la mala jugada de tu imaginación, bueno, no sabes cuánto deseo que eso ocurra ahora.

Sentada, tomando sus manos entre las mías y sin despegar mi mirada de sus ojos cerrados, es que espero que la pesadilla acabe y pueda despertar.

Toco su mejilla con el dorso de mi mano, esperando que pueda sentirlo, que sepa que estoy ahí con él y que no piensa irme a ningún otro lado. Lo miro, como esperando que sus ojos se abran y me lance una sonrisa, la que me desarmaría por completo y haría que lo abrazara tan fuerte que haría que todo su frágil y roto cuerpo terminara por unirse por completo.

−Oye, en algún momento tienes que despertar –comienzo, pero mi garganta ya es un nudo que me hace escuchar aun pero. Carraspeo –No creas que me creeré eso de que aun estas durmiendo – sorbo la nariz y me seco las lágrimas con la manga − funcionaba cuando niños pero ahora soy más astuta.

El sonido del monitor cardiaco es lo único que se oye en la habitación, un pitido molesto que en estos momentos es a lo único que puedo aferrarme, lo único que me dice que mi amigo aún está conmigo.

Miro hacia abajo, a mi mano tomando la suya. Pequeñas gotitas las mojan, me restriego la cara con la mano no sabiendo en que momento las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, o si siquiera han parado alguna vez.

Voces familiares comienzan a oírse con más fuerza desde el pasillo así que me levanto, pero sin soltarle aun

−Tus papás ya llegaron –musito justo al instante en que la puerta se abre, dando paso a una desesperada señora Vásquez.

−Oh no, no, no –se acerca, le doy un último apretón de manos a Benja antes de apartarme por completo, presenciando la dolorosa escena. –Mi niño...− Su madre acaricia su brazo pinchado por intravenosas mientras se padre, quien se había quedado de pie junto a la puerta, reúne las fuerzas necesarias para al fin entrar, la mirada en sus ojos da cuenta de las horas horrorosas que han vivido mientras viajaban hasta aquí, sin saber el estado real de su hijo. Camino hacia la puerta, sabiendo que este es un momento entre ellos y no queriendo ser un estorbo.

Afuera, lo primero que veo es el rostro de papá frente a mí, no dice nada, solo extiende sus brazos y yo entierro mi cabeza en su hombro, anoche en la madrugada le pedí el celular a Tania para llamarlo y le conté todo lo que había ocurrido, lo cual tomó como otra de las muchas razones para venir hacia acá, además se encargó de llamar a los padres de Benjamín que entre tantos nervios y desesperación yo había olvidado llamarlos, por suerte el hospital ya se había comunicado con ellos cuando ocurrió el accidente y en cuento recibieron la noticia dejaron el viaje de negocios que estaban realizando en el extranjero y tomaron el primer avión hacia acá, llegando hace pocos instantes.

− ¿Y mamá? –pregunto aun en su hombro

−En casa de la abuela, no sabes cuánto me costó convencerla de no venir también, ya sabes lo terca que es –acaricia mi espalda suavemente, entregándome la tranquilidad que tanto necesito en estos momentos, creo que es un don que solo los padres tienen –necesitas descansar cariño, has estado toda la noche aquí

Niego fervientemente

−Estoy bien

− Ve a casa, come y recupera fuerzas –levanta mi barbilla con su pulgar –Me quedaré aquí, seré tu relevo

Las puertas de ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora