Reencuentros en la capital II

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La plataforma en la que se encontraban estaba sujeta por centenares de inmensas columnas y atravesaba la ciudad de lado a lado, como si de un gigantesco puente se tratara. Justo en medio había una fortaleza sobre una gran colina rocosa. A los lados del puente había otras construcciones: casas de gran tamaño, pequeños palacios y varios templos; todo ello formaba la Ciudad Alta, donde vivían algunas de las familias más ricas. La fortaleza erigida en el centro era la residencia oficial del emperador, el palacio imperial, el mismo lugar al que se dirigían. En la entrada había dos gruesas torres que mostraban su poderío. Una vez en su interior los guardias identificaron al hermano del emperador y fueron corriendo a informar a la regente.

Marmond dio permiso a sus hombres para que descansaran durante varios días y se dirigió con Solrac y Maorn a la sala del trono, donde les esperaría Eriel. Dentro había solo un reducido grupo de cortesanos; tan solo los que se habían enterado de su llegada: varios consejeros, un hechicero que saludó a Solrac con respeto, el capitán de la guardia, unas damas de la corte y Eriel, que estaba de pie, adelantada al resto.

—Deberías haber avisado de tu llegada con antelación —dijo Eriel en voz alta mientras Marmond y Maorn se acercaban.

—Ya sabes, hermanita, que me gusta dar sorpresas inesperadas —dijo Marmond con una sonrisa tras detenerse a pocos pasos.

Eriel se acercó a su hermano, olvidándose del protocolo, como solía hacer, y se situó frente a él. Le miró con seriedad al principio, pero enseguida esbozó una sonrisa y lo abrazó. Fue solo un momento, luego prestó atención en su rostro demacrado.

—¡Mard! Mi pobre hermano, ¿qué te ha pasado en la cara? ¡Y tu ojo...! Oh... dioses injustos, cómo te han maltratado.

—Tuve mala suerte, pero el bastardo que me hizo esto se llevó la peor parte.

—Sabíamos que había habido una gran batalla, pero nadie dijo nada de que te habían herido.

—Solo fue un rasguño. No merecía la pena preocuparte por tan poco. Aún me queda otro ojo sano, ¿qué más quiero?

Eriel sonrió, pero aún así estaba disgustada por el aspecto que presentaba su hermano más querido, pero también había otros miembros de la familia de los que poco sabía.

—¿Cómo están nuestros hermanos?

—El Emperador está perfectamente; se encuentra muy ocupado con los preparativos de la invasión de Lindium, y la última vez que vi a Menkrod se dirigía al norte a cumplir una misión. Pero no hablemos de eso, ¿dónde está Linny? —preguntó cambiando de tema, pues no quería hablar de la misión ni de su otro hermano: Mencror, que estaba en manos enemigas, para no preocuparla—. Ardo en deseos de verla.

—Partió hace algunos meses para conocer las tierras de su pretendiente.

—¿Y quién es el privilegiado?

—El gobernador de Tyr.

—¡Ese viejo ingrato! —dijo Marmond, disgustado—. Linny se merece algo mejor.

—Eso es cosa de nuestro hermano. Mulkrod quiere casarla con uno de los hombres más ricos del imperio. Lo ha dejado todo preparado.

—Comprendo. Por suerte solo es un pretendiente. Mulkrod no la ha obligado a casarse con él todavía.

—No tardará en hacerlo, me temo.

—Es posible. Linny no tendrá elección.

Los dos permanecieron callados unos segundos hasta que Eriel, deseosa de saber más, volvió a hablar:

Sangre y Oscuridad II. La Venganza del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora